Capítulo 1
En el décimo aniversario de su matrimonio, Catalina Medina llevó personalmente a su esposo, Jacinto Delgado, a la cama de su cuñada.
Se quedó afuera de la puerta, escuchando cómo la cama crujía dentro de la habitación.
Los jadeos del hombre y los sollozos de la mujer se entrelazaban, convirtiéndose en una punzada en el pecho de Catalina, dejándola sin aire.
Poco después, su padre, Roberto, y su madre, Liliana, llegaron apresuradamente.
Ambos tenían los ojos enrojecidos y Liliana, sin pensarlo, levantó la mano y le dio una cachetada brutal a Catalina.
—Solo te pedimos que obtuvieras una muestra de semen, igual que hace seis años. ¿Cómo pudiste permitir que tu cuñada saliera perdiendo?
Gritó Liliana, y luego, entre sollozos, cambió a los puños, golpeando con desesperación. —Aunque solo seas la hija adoptiva de esta familia, todos estos años no te hemos tratado mal. Emi, cuando vivía, realmente te quería. ¿Quieres que ni siquiera después de muerto pueda descansar en paz?
Catalina apretó los labios, soportando el estallido emocional de Liliana, pero no pudo evitar que su vista se nublara.
Días antes, Catalina había recibido una noticia impactante.
Su sobrino Clau resultaba ser hijo de Jacinto.
Roberto y Liliana le habían dicho que su hermano Emiliano padecía oligospermia y que varios intentos de fertilización in vitro habían fracasado.
Para asegurar la descendencia de la familia Medina, habían obtenido en secreto una muestra del semen de Jacinto y la combinaron con el óvulo de su cuñada, Berta Valdez.
Al principio, aquel secreto pudo seguir oculto.
Pero el día en que Emiliano murió, Clau fue diagnosticado con leucemia, y solo la sangre del cordón umbilical de un pariente consanguíneo podía salvarlo.
En medio de los gritos, la puerta del dormitorio se abrió de golpe.
El acto sexual había terminado; Jacinto, con una toalla envuelta en la cintura y el torso desnudo, salió.
Primero miró a Roberto y Liliana, y su mirada, dura y cortante, los recorrió una y otra vez. —¿Qué pasa? ¿Quieren que sea una herramienta reproductora para ustedes, la familia Medina, y ni siquiera están dispuestos a darme una compensación?
Roberto y Liliana temblaron involuntariamente y su autoridad se desmoronó de inmediato.
Al fin y al cabo, desde la muerte de Emiliano, el Grupo Titanio se mantenía prácticamente solo gracias a Jacinto.
Por eso, cuando decidieron robar su esperma, también lo hicieron pensando en eso.
Esperaban que, una vez que Jacinto conociera la verdad, siguiera entregándose por completo a los negocios de la familia Medina.
En el silencio cargado de tensión, Jacinto apartó la mirada y la fijó en Catalina.
—¿No vas a entrar a atender a Berta? Debe de estar cansada.
La palabra "cansada" se deslizó entre los labios de Jacinto, y ese tono de insinuación era el mismo que antes solo murmuraba al oído de Catalina.
El pecho volvió a dolerle con una punzada tan aguda que casi se dobló de dolor.
—¿Qué pasa? ¿No quieres? —Jacinto soltó una risa burlona. Le sujetó la barbilla con una mano y sus ojos se detuvieron brevemente en la cara hinchada de Catalina antes de volver a llenarse de frialdad—. Por la familia Medina, empujaste a tu propio esposo hacia la cama de otra; ¿y ahora, cuando te toca a ti, no puedes soportar un poco de dolor?
Catalina bajó la mirada, obligando a las lágrimas a retroceder.
Las exigencias de Roberto y Liliana, la vida de Clau y el futuro de la familia Medina colgaban sobre su cabeza como espadas afiladas, forzándola a consumar aquella farsa absurda.
Qué irónico. Era realmente absurdo.
Jacinto había dominado el mundo de los negocios durante años y, justo cuando tenía todo el poder en sus manos, ¿cómo iba a aceptar ser controlado por otros?
Incluso había descubierto la verdad unos días antes que Catalina. Fingió ignorarlo, esperando su decisión.
Cuando confirmó que Catalina se inclinaba por la familia Medina y que iba a actuar en su contra, aquel hombre que siempre había sido tan sereno y contenido perdió la razón, desatando su furia y rompiendo todo a su alrededor.
—Catalina, si no fuera porque te amo, jamás habría protegido la familia Medina.
—¿Qué crees que soy? ¿Una herramienta? ¿Su esclavo?
...
Las acusaciones de Jacinto fueron tan punzantes que atravesaron el corazón de Catalina, y sus ojos se tiñeron de un rojo intenso.
Al verla tan desdichada, Jacinto aflojó un poco la presión de su mano, aunque su voz permaneció fría. —Si no estás de acuerdo, entonces no me importa la vida de tu sobrino.
—Acepto —respondió Catalina de repente. Se secó las lágrimas, respiró hondo y caminó hacia el interior de la habitación.
Al verla así, el rostro de Jacinto volvió a endurecerse. La observó con frialdad, y sus labios se curvaron en una sonrisa cruel.
—Heh... eres realmente una buena hija. Ya que es así, durante el tiempo que coopere con ustedes para darles un segundo hijo, tú no serás más que una sirvienta de esta familia, mi esclava.
—De acuerdo —susurró Catalina. Cerró los ojos y se tragó toda la amargura que la consumía por dentro.
Berta estaba acurrucada con timidez al borde de la cama. Al ver entrar a Catalina, las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas. —Catalina, lo siento. Si no fuera porque mi cuerpo no puede soportar otro tratamiento de fertilización in vitro, ustedes no estarían pasando por esto.
—No digas más —murmuró Catalina, moviendo la mano con cansancio.
La furia de Jacinto necesitaba un lugar donde desahogarse; la de Roberto y Liliana, también. Pero Berta, en el futuro, tendría que seguir viviendo con los Medina y criar a dos hijos.
Así que toda la culpa solo podía caer sobre Catalina.