Capítulo 27
El olor a desinfectante impregnaba el aire de la sala de cuidados intensivos, mientras los monitores emitían un pitido constante y rítmico.
Jesús había estado luchando durante días en una oscuridad infinita, entre el dolor y la inconsciencia, hasta que finalmente una débil chispa de luz logró abrirse paso en su mente.
Con enorme esfuerzo, levantó los pesados párpados, apenas lo suficiente para dejar pasar una fina línea de claridad. Su vista borrosa fue poco a poco enfocándose.
Lo primero que vio fue la luz del sol, pálida y suave, filtrándose por la ventana. Luego, junto a la cama, distinguió una figura tranquila, inmóvil.
Cecilia.
Estaba allí, sentada, vestida con un suéter de cuello alto color marfil. Tenía la cara vuelta hacia la ventana, la mirada perdida en el horizonte, con una expresión serena, imposible de descifrar.
El sol delineaba sus rasgos con una claridad delicada, envolviéndola en un resplandor dorado casi irreal.
Por un instante, Jesús creyó que el tiempo había retroce

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