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Despedida del AyerDespedida del Ayer
autor: Webfic

Capítulo 4

Lucía lo miró fijamente. —¿No te habías ido en la madrugada? Sergi, yo nunca dije que vendría al cementerio… ¿cómo supiste que estaría aquí? Sergio le tomó la mano con naturalidad. —Anoche me sentía algo mal del estómago. Vi que estabas en el baño, así que me fui solo al hospital. Esta mañana, al volver, Marta me comentó que quería venir contigo a la tumba, así que decidí acompañarlas. Una mentira casi perfecta. Lucía asintió levemente, sin decir nada más. Al llegar al cementerio y ver las dos lápidas juntas, una punzada de tristeza le atravesó el pecho. Las dos personas que más la habían amado en este mundo… ya no estaban. Al notar las lágrimas asomando en sus ojos, Marta se acercó, le dio unas palmaditas en el hombro y le dijo en voz baja: —Luci, aunque tus papás ya no estén, tienes a Sergi. Él te va a cuidar toda la vida. Y tu bebé está por nacer… pronto tendrás un nuevo hogar. Hablaba con tal certeza, como si el futuro entre Sergio y ella estuviera sellado para siempre. Y apenas terminó de hablar, Sergio también se apresuró a reafirmarlo: —Claro que sí. Voy a cuidar de ti y de nuestro hijo, no te pongas triste. Lucía, sin embargo, solo sintió un amargo desprecio en su interior. Él prometía cuidarla toda la vida, pero ni por amor ni por deber… Lo hacía por otra mujer, y por esos deseos egoístas que jamás se atrevería a confesar. Se tragó todas esas emociones y levantó la vista hacia las fotos de sus padres. —Sí —susurró—. Tendré un nuevo hogar. Pero ya no tendría nada que ver con Sergio. Terminada la visita, empezó a lloviznar. Marta y Lucía se sentaron atrás, mientras Sergio conducía el carro. Quizá sintiendo el ambiente demasiado tenso, Marta rompió el silencio: —Me contaron que en el sur de la ciudad abrieron un restaurante de comida italiana. ¿Qué tal si vamos a probarlo para el almuerzo? Sergio enseguida giró el volante, cambiando de ruta: —Dicen que el dueño es italiano y que la comida es muy auténtica. —¿En serio? —Lucía sonrió apenas—. En París comí pizzas que… Así, los dos empezaron a platicar. De la comida italiana saltaron a hablar sobre los países nórdicos, y luego a las anécdotas de los últimos días. No importaba qué tema sacaran, el otro siempre sabía cómo seguir la conversación, sin dejar que el ambiente se enfriara. La conexión entre ellos era tan natural que parecían una pareja de toda la vida, de esas que lo comparten todo sin reservas. Al pensar eso, Lucía soltó una sonrisa llena de amargura. Claro, ellos realmente habían estado juntos muchos años. Los lugares que habían visitado, las cosas que habían hecho por el otro, el nivel de complicidad que compartían… No era algo que ella, una simple sustituta, pudiera igualar. Al llegar al restaurante, Sergio, casi por instinto, le pasó el menú a Marta. Ella apenas iba a abrirlo, pero recordó algo, y en cambio se lo entregó a Lucía. —Una embarazada debe tener muchas restricciones para comer. Luci, mejor pide tú. Lucía eligió unos platos al azar. Cuando la comida llegó, Sergio frunció el ceño apenas la vio. —Estos platillos no son adecuados para ti. ¿Ya olvidaste lo que dijo el doctor? Marta también volteó a mirarla, y con cierta sorpresa en los ojos preguntó: —Luci, ¿no estabas de cuatro meses? ¿Por qué tu pancita se ve tan pequeña? Sergio se levantó de inmediato, queriendo acercarse a verla, pero en su prisa chocó accidentalmente contra un mesero que venía empujando un carrito con comida. El carrito volcó y todo su contenido se esparció por el suelo. Sergio reaccionó al instante, poniéndose frente a Marta para protegerla de las salsas calientes y los platos que volaban. Lucía no corrió con la misma suerte. Toda una olla de sopa hirviendo se derramó sobre sus piernas. Al instante, su piel se llenó de ampollas, y el dolor fue tan intenso que su rostro se torció en una mueca de sufrimiento mientras el sudor frío le empapaba la frente. El vapor caliente subía como una nube, envolviéndola, y Lucía, apretando con fuerza el mantel, alcanzó a ver de reojo cómo Sergio, sin pensarlo dos veces, cargaba a Marta y salía corriendo del restaurante. En ese momento, el corazón de Lucía se desplomó en un abismo sin fondo. El lugar estaba hecho un caos. Unos meseros la ayudaron rápidamente a ponerse a salvo. Apenas salió del local, los vio: Marta y Sergio estaban discutiendo acaloradamente a unos metros de allí. —¡Te dije que estoy bien! —gritó Marta—. ¡Tú deberías regresar a cuidar a Luci! —¡Tu mano está toda roja! ¿Por qué sigues fingiendo que no pasa nada? Primero te llevo al hospital y luego regreso por ella. Marti, ¿por qué tienes que ser tan terca? —Sergio insistía con voz cargada de preocupación—. Hace rato también te vi nerviosa por mí… ¿no será que, en el fondo, tú todavía me quieres? —¿Y aunque así fuera, qué? ¿Y si no, qué más da? —Marta soltó una carcajada amarga—. ¡Sergio Franco, ya terminamos! ¡Tú ya te casaste con Luci… y ella está esperando a tu hijo! Al escucharla gritar esas palabras, Sergio sintió como si le desgarraran el alma. Sus ojos se enrojecieron de golpe. —Tú bien sabes —dijo con la voz quebrada— que para mí… ella nunca ha sido más importante que tú. Marta se quedó helada unos segundos, sin saber qué responder. Pero al levantar la vista, su mirada se topó con algo que la dejó paralizada: Allí, de pie en la entrada, estaba Lucía. Sus pupilas se contrajeron de puro pánico, y su voz, temblorosa, apenas pudo salir. —¡Luci! ¿Qué haces aquí? ¿Por qué saliste?

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