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Capítulo 9

Antes de desmayarse, de su boca aún salía el nombre de Clara. Yo no entendía cómo podía ser tan obsesivo. De pronto recordé que muchos años atrás, cuando asistimos juntos a una fiesta, una lámpara del salón cayó hacia mí y él también arriesgó su vida sin dudarlo para salvarme. Eso me había hecho pensar que realmente me quería. Pero los sentimientos sinceros siempre cambiaban en un instante, y más aún cuando su supuesta sinceridad, desde el principio hasta el final, no había sido más que una mentira. Durante los días en que Ramón estuvo hospitalizado, yo no lo cuidé. El día en que le dieron el alta, él regresó temprano a casa y me abrazó para disculparse. —Laura, ¿no fuiste a verme al hospital porque protegí a Clara y por eso estabas enfadada? Yo no dije nada, pero él se puso aún más nervioso. —Laura, la razón por la que la protegí fue por ti. —Sé que tú y ella, y tu padre y la señora Alicia, no se llevan bien, así que pensé que, si yo podía mediar entre ustedes, ¿no sería maravilloso para todos? Si ellos saben que salvé a Clara, naturalmente te darán un poco más de cariño. Yo solo quiero que más personas te amen. Hablaba con una sinceridad tan sentida que quizá hasta él mismo se lo creía. Al ver que yo seguía sin hablar, añadió rápidamente: —Laura, lo siento. Si no te hace feliz, entonces ya no volveré a tener contacto con Clara. Me quedaré contigo y con el bebé, ¿de acuerdo? En los días siguientes, realmente se quedó a mi lado, sin alejarse ni un momento. Hasta que, el día previsto para el parto, una tormenta azotó la ciudad, envolviéndola por completo en la lluvia y el viento. Ramón había estado conmigo todo el tiempo, pero de pronto Clara llamó por teléfono. Él me miró de reojo; al ver que yo no le prestaba atención, tomó el celular y se apartó a un lado para contestar. No sé qué le dijo la otra persona, pero su expresión se tensó de inmediato. —No tengas miedo. Voy enseguida. Muy pronto colgó y volvió la mirada hacia mí. —Laura, en la empresa surgió una urgencia que tengo que resolver. Sé que ahora estás en un momento especial y que estás a punto de dar a luz, pero debo irme. Te prometo que volveré lo antes posible, ¿sí? —Si pasa algo, llámame. Volveré inmediatamente. Al terminar, se marchó sin esperar mi respuesta. Quizás, desde el principio, nunca tuvo intención de escucharla. El auto arrancó enseguida y desapareció bajo la tormenta. Yo lo observé alejarse y apenas curvé un poco los labios. Él no sabía que el trámite del pasaporte ya estaba listo y que ese mismo día lo había recogido. Eso significaba que hoy podía irme. Me levanté lentamente para preparar mi equipaje y luego me quité del vientre la barriga falsa. Qué ridículo, Él repetía una y otra vez que me amaba, pero tantos días habían pasado y no se había dado cuenta de que mi hijo había muerto desde hacía tiempo. En esta casa ya no quedaba nada que valiera la pena para mí, así que empaqué muy rápido. Al marcharme, solo llevaba una pequeña maleta. Al llegar al aeropuerto, mientras miraba en la pantalla el horario de embarque, saqué mi teléfono y marqué por última vez el número de Ramón. La llamada se conectó enseguida. —Laura, ¿qué ocurre? ¿Estás por dar a luz? —No te preocupes, enseguida mandaré a mi asistente. Incluso si yo estuviera a punto de parir, él tampoco vendría personalmente. Curvé fríamente los labios. —No, solo quería recordarte que puedes abrir el regalo que te di antes. Dentro estaba nuestro bebé de ocho meses. Si él no me hubiera engañado, ese niño podría haber nacido. Ramón bajó la voz, hablándome con ternura: —Está bien. Cuando vuelva, lo miraré. Después de colgar, sin vacilar bloqueé su número. Afuera la tormenta rugía, pero yo sabía que, cuando el avión aterrizara, lo que me recibiría sería un día despejado y lleno de sol. De pronto quise imaginar la expresión de Ramón cuando abriera aquel regalo. Sin duda sería espectacular. Qué lástima que yo ya no pudiera verlo. Porque en lo que quedaba de vida, nunca volveríamos a encontrarnos. La emisora ya anunciaba el embarque. Tomé mi equipaje y subí al avión sin la menor vacilación.

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