Capítulo 6
Jairo soltó un resoplido frío.
—En esta casa sigo siendo yo quien decide. ¡No tengo que rendir cuentas a nadie!
—Dentro de tres días, en el funeral de Daniel, voy a reclamar por ustedes lo que les corresponde.
—Mientras yo esté al mando, nadie se va a atrever a cuestionar su salida.
Sofía miró largamente el cuerpo de Daniel y luego salió del hospital.
Jairo hablaba con convicción, y ahora que controlaba el grupo, desconocía lo que su esposa e hijo hacían en secreto. Sofía pensó que, si cumplía su palabra, los protegería. ¿Pero y si moría después?
¿No volverían a caer en manos de la madre y el hijo Escobar?
Además, la responsabilidad por la muerte de Daniel recaía sobre los hombros de la señora Escobar y de Alicia; por dignidad, debía ser ella quien se encargara de todo.
Con la mirada más decidida, cambió de rumbo y convocó un auto hasta un imponente edificio de oficinas.
Era la sede de la empresa de la familia Navarro.
Gracias a Matías, Sofía conocía bien los rencores entre las familias.
Alicia era la hija más consentida: una mujer criada para el placer, incapaz de hacerse cargo del negocio, lo que permitió que el hijo ilegítimo, Víctor Navarro, se aprovechara de la situación.
Víctor mostraba en público una cortesía aparente; siempre amable, parecía impecable, pero Sofía sabía que tenía un rostro oscuro que nadie conocía.
La recepcionista avisó al despacho del presidente y pronto la condujeron al ascensor privado; subió hasta el piso 32.
Al entrar, encontró a Víctor recostado en un sofá, la camisa desabrochada, bebiendo vino tinto. Al verla llegar, esbozó una sonrisa burlona:
—¿Lo pensaste bien?
El recuerdo la llevó dos años atrás.
Era el cumpleaños número 26 de Matías; había mucha gente.
Sofía salió al jardín a tomar aire y desde la distancia vio a Víctor hablando por teléfono junto al lago.
En ese entonces, Víctor también parecía un desdichado: trabajaba en Grupo Navarro sin recibir un centavo, soportando humillaciones cotidianas por parte de su propia familia.
Por cortesía, Sofía había pensado en acercarse para llevarlo al salón.
Pero al aproximarse, escuchó palabras frías y despiadadas que la helaron: —Hazlo morir, que quede limpio. Te duplico el pago final.
Sofía gritó sorprendida. Tras colgar, Víctor la miró con una expresión peligrosamente intensa.
Ella, conteniendo el terror, dijo: —Que empiece la torta, ve deprisa.
Hoy, al recordar, aún veía en sus ojos un brillo verde y siniestro.
Víctor la observó con una mezcla de burla y desdén:
—Eres realmente buena. Te golpeó hasta cubrirte de heridas y aún así vienes a preocuparte por mí.
—¿Qué te parece si te ayudo a eliminarlo?
Sofía volvió en sí y respondió con firmeza: —Sí, pero no lo haré gratis. Te daré pruebas de que Alicia mató a esa persona; con ellas podrás destruir a la familia Navarro.
Víctor la invitó a sentarse. Cuando se acomodó, él puso una mano al lado del sofá, como si la retuviera en su abrazo.
—¿Quieres sentir el placer de vengarte con tus propias manos?
Sofía abrió los ojos, repleta de resistencia y conflicto, y él soltó una carcajada:
—Vivimos en un Estado de derecho. Si dices que quieres matar a alguien, hasta yo te frenaría.
Ella forzó una sonrisa nerviosa, fingiendo incredulidad, como si él jamás hubiera podido decir algo así.
Víctor volvió a su asiento y dijo: —Te pago los estudios en el extranjero. En tres años, vuelves como mi asistente. Yo te apoyo para derribar a Matías y a su madre.
Sofía apretó el puño y, sin dudar, asintió:
—De acuerdo. Pero antes necesito recuperar la urna con las cenizas de mi padre.