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Capítulo 7

Cuando Sofía recogió la urna con las cenizas de Daniel y se disponía a marcharse, un empleado salió corriendo desde el interior y le entregó una tarjeta de membresía. —El señor Matías nos pidió que se la diéramos. —Antes de que usted llegara, él la estuvo esperando un rato, pero tuvo que irse por un asunto urgente. Dijo que la esperaría en el Club Ámbar, y que esta tarjeta es la única forma de entrar. Sofía la tomó sin expresión alguna. Al salir del recinto, la arrojó con indiferencia a los arbustos. En el instante en que la tarjeta desapareció entre la hierba, recibió un mensaje en su teléfono: era una imagen de un boleto de avión a su nombre. Dentro del Club Ámbar, Matías jugaba con unos dados, pero se notaba distraído. Uno de sus amigos empujó la copa frente a él y comentó: —Esta partida la organizamos especialmente por Sofía. Cuando llegue, deja que Alicia le pida disculpas y asunto resuelto, ¿no? Otro se sumó: —Tampoco fue culpa de Alicia. Si Sofía no acepta las disculpas, sería de mala educación. En serio, ella tampoco es tan... No terminó la frase. La mirada gélida de Matías bastó para hacerle callar. Matías revisó su reloj. Habían pasado ya dos horas desde que los empleados del crematorio le informaron que Sofía había recibido la tarjeta. Pero ella aún no aparecía. Sacó el teléfono, abrió el chat y se dio cuenta de que hacía días que Sofía no le escribía. Frunció el ceño y lanzó el celular sobre la mesa. Si Sofía estaba molesta, bien podía venir a reclamarle. ¿A qué venía ese silencio? ¿Acaso esperaba que él la buscara para consolarla? ¿Él, el heredero de la familia Escobar, disculpándose ante la hija de su chofer? Apretó los dientes, y su voz sonó oscura: —¿Dónde diablos está Alicia? Los presentes, al ver su expresión, comprendieron que hablaba en serio y se apresuraron a llamarla. Alicia, al saber que debía disculparse con Sofía, se negó de inmediato. Pero el miedo a enojar a Matías pudo más: lo amaba de verdad. —Qué honor para Sofía. ¿Ahora resulta que hasta tengo que esperarla? Matías giró la cabeza hacia ella, su mirada cortante: —Mataste a su padre, y ¿esa es la actitud con la que vienes a disculparte? Alicia se sonrojó, furiosa. —Su padre estaba enfermo, ¿qué culpa tengo yo? Además, yo también tuve mala suerte, justo me tocó... El brillo helado en los ojos de Matías la obligó a callarse. Aunque no estaba de acuerdo, no se atrevió a replicar. Uno de los amigos, intentando suavizar el ambiente, intervino: —No vale la pena discutir por Sofía, no es alguien de nuestro nivel, ¿verdad? Los demás asintieron, pero Matías soltó una risa sarcástica: —Esa don nadie de la que hablan es, oficialmente, mi prometida. Antes de meterse con alguien, hay que ver a quién pertenece. Hubo un silencio incómodo. Nadie sabía si lo decía para defender a Sofía o para insultarla indirectamente. Lo único claro era su mandíbula tensa, su irritación contenida. Nadie se atrevió a decir más. Matías volvió a mirar hacia la puerta. Pensó que, cuando Sofía llegara y viera a Alicia disculpándose sinceramente, tal vez su tristeza se aliviaría un poco, y su rencor hacia él también.

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