Capítulo 2
Aunque estaba vestida, me encontraba acostada boca arriba frente a un hombre desconocido, así que no pude evitar sentirme algo nerviosa.
Mis dos manos se aferraban con incertidumbre a los bordes del sofá.
Esteban pareció notar mi tensión y soltó una risa suave. —Señora Josefina, puede relajarse. Ahora puede subirse la blusa.
Asentí con la cabeza, apreté los dientes y, con algo de timidez, llevé mi blusa hacia arriba.
Lo suficiente como para dejar al descubierto mis pechos llenos de leche.
Esteban asintió, observando fijamente mis senos, con un destello de asombro en los ojos, como si estuviera contemplando un tesoro incomparable.
Sabía que mis senos eran bonitos. Originalmente eran talla C, pero desde que tuve a mi bebé, sentía que habían crecido un poco.
La mirada de Esteban era descarada, y yo me sentía como un pez sobre la tabla de cortar, expuesta al escrutinio ajeno.
Al pensarlo, me sonrojé y me moví un poco, murmurando: —Doctor Esteban, ¿puede empezar ya...?
Esteban pareció salir de su ensimismamiento y me dedicó una sonrisa amable.
—Por supuesto... Es muy hermosa.
Esa última frase la dijo con un matiz ambiguo, ni siquiera sabía a qué parte de mí se refería.
Antes de que pudiera reaccionar, sentí una sensación fresca y húmeda sobre mi piel.
—Ah...
No pude evitar encogerme un poco hacia atrás.
Esteban soltó una carcajada, claramente complacido. —Usted es muy sensible.
Esa frase me hizo sentir aún más avergonzada. La cara me ardía y sentía la mirada perdida, so sabía dónde posar mis ojos.
Esteban notó mi incomodidad y sacó un antifaz, preguntando con cortesía:
—¿Desea que le ponga este antifaz? Así podrá disfrutar del masaje con mayor comodidad.
Lo pensé un momento, y al final accedí.
De lo contrario, la cara de Esteban estaría justo frente a mí, y tampoco podía quedarme mirándolo durante dos o tres horas.
Eso habría sido demasiado incómodo.
Esteban pareció tener la intención de ayudarme a poner el antifaz, pero me adelanté y lo tomé rápidamente. —Prefiero ponérmelo sola...
Esteban asintió con la cabeza y no insistió más.
Una vez que me puse el antifaz, el mundo se volvió oscuro. Al menos ya no me sentía tan avergonzada, pero todas las sensaciones de mi cuerpo se concentraron en el pecho.
Debo admitir que las manos de Esteban eran hábiles, suaves pero firmes, y me hacían sentir muy bien.
Poco a poco, la presión de sus manos pareció intensificarse, sus manos estaban cálidas y seguía amasando sin parar.
Desde que di a luz, mi cuerpo era mucho más sensible, simplemente no podía resistir el trato de un hombre de esa manera.
Todo mi cuerpo empezó a calentarse, y comenzó a reaccionar.
En mi interior, me sentí algo aliviada de haberme puesto el antifaz. De no ser así, mi expresión alterada habría quedado al descubierto.
Todo el proceso duró un poco más de dos horas, y hacia el final, sentía mis mejillas cada vez más sonrojadas.
De repente, Esteban aplicó más fuerza y apretó con intensidad. No pude contenerme y solté un gemido.
—Ah...
Mi mente, que hasta entonces se encontraba embotada, despertó de inmediato. Me cubrí la boca al instante, sintiendo que hasta las orejas me ardían.
No podía ver la expresión de Esteban, pero pronto escuché su voz grave junto a mi oído.
—Señora Josefina, aquí hay un bulto. Es necesario aplicar fuerza para deshacerlo.
Tras una breve pausa, añadió: —Además, no tiene que aguantarse. Todo esto es completamente normal.
Me sentí tan avergonzada que no sabía qué hacer. Casi deseaba que se abriera la tierra para que me tragará.