Capítulo 10
Fabiola tenía esa manera de, aun habiendo sacado ventaja, fingir ser la victima con aires de inocencia y dignidad.
Pero solo Regina sabía muy bien que, con ella, Fabiola no podía obtener ningún tipo beneficio.
¿Injusticia?
¿De dónde le venía esa injusticia?
No era más que un lugar del que ya estaba a punto de marcharse.
Regina tardó apenas unos minutos en empacar todo su equipaje.
Ella no era una persona materialista, no había comprado muchas cosas; la mayoría estaban relacionadas con Marcos, y la verdad esas no quería llevárselas.
Marcos echó un vistazo al equipaje de Regina; ni siquiera había llenado una maleta de dieciocho pulgadas, y se preocupó un poco por esto. —Quizá tengas que quedarte un tiempo en la casa de los Gómez, ¿y solo llevas tan pocas cosas?
Pero, ante los ojos encendidos de Fabiola, lo que hacía Regina significaba que no quería irse de la casa de los Suárez, sino pasar unos días en la casa de los Gómez para luego regresar.
Fabiola, fingiendo vulnerabilidad, se recostó en el hombro de Marcos. —¡Gustavo, me duele mucho el vientre!
Preocupado, Marcos apartó la mirada de Regina, nervioso y preocupado, rodeando a Fabiola con el brazo. —Fabiola, ¿dónde te duele? ¡Voy a llamar al médico!
Después de decirlo, Marcos se apresuró a contactar al médico de la familia.
Cuando lo vio alejarse, la expresión triunfal en el rostro de Fabiola ya no tuvo disimulo alguno.
Sonrió con desprecio mirando la maleta cerrada de Regina. —¿Solo llevas tan pocas cosas porque piensas volver después de pasar unos días en la casa de los Gómez? ¡Sigue soñando, Regina!
Regina agacho la cabeza, levantó la maleta y salió; hasta decirle una palabra más a Fabiola le resultaba agotador.
Pero ese silencio aterrador, para Fabiola, era señal de culpa.
Un tanto alterada, Fabiola avanzó y le sujetó la mano a Regina. —¿Todavía no renuncias, no es así?
¡Fabiola no permitía que nadie deseara a su esposo!
La muñeca de Regina le dolía de tanto ser jalada, y al darse la vuelta se encontró con la mirada de Fabiola, llena de odio. —¿Volver unos días a la casa de los Gómez es tu manera de ganar tiempo? ¿Crees que eres muy lista? Yo digo que eres una terca que no quiere admitir la derrota.
Marcos ya venía con el médico, los pasos resonaban en la escalera.
Regina aún no alcanzaba a responder cuando vio a Fabiola dar un grito y lanzarse con brusquedad contra la puerta: —¡Ah!
Los pasos en la escalera se aceleraron cada vez más, y antes de que Marcos subiera, su voz angustiada ya se escuchaba. —¡Fabiola! ¿Qué te pasó?
De repente, Fabiola, arrodillada junto a la puerta, se sujetaba con fuerza el vientre, llorando desconsolada mientras miraba a Regina. —¡Regina! Yo te consideraba una hermana, ¿y tú me empujaste?
Regina, muda y con un nudo en la garganta, miraba estupefacta a Fabiola en el suelo. Ese talento para actuar no debería quedarse en la casa de los Suárez para tener hijos.
Fabiola debería dedicarse al cine; si lo hiciera, sin duda alguna ganaría el premio a mejor actriz.
Marcos, desesperado, se agachó junto a Fabiola. —¿Regina te empujó?
Fabiola respondió fingiendo injusticia, mientras se secaba las lágrimas y sollozaba. —Tenía miedo que ella, al quedarse en la casa de los Suárez, se pusiera demasiado triste recordando con nostalgia a Marcos. Por eso, con toda la buena intención, pensé que en la casa de los Gómez podría descansar más tiempo. ¡Pero ella creyó que yo la estaba echando! ¿Cómo iba yo a echarla? Aunque Marcos haya muerto, yo siempre la he considerado mi hermana...
Fabiola no solo recurría a los sentimientos, sino que además se aferraba al razonamiento, como si fuera una mujer dulce que soportaba en silencio una enorme injusticia.
Regina quedó sorprendida ante la brillante actuación de Fabiola.
¿Cómo podía decir esas mentiras con tanta calma?
Marcos alzó de nuevo la mirada, y en sus ojos, cargados de veneno, fijó la mirada en Regina: —¿Estás loca o qué? ¡El bebé en el vientre de Fabiola ha sido tan difícil de lograr! ¿Cómo te atreviste a empujarla? Si le pasa algo al bebé, ¿podrías tú asumir esa responsabilidad?
El alboroto atrajo enseguida a Sofía, cuyo rostro se había encendido de la desesperación. Corrió y, furiosa, empujó a Regina.
Aunque Regina se sostuvo en la puerta, no pudo resistir la fuerza de Sofía y retrocedió tambaleándose hasta caer junto a su maleta.
Se raspó la rodilla contra el suelo, abriéndose una herida de la que le brotó sangre.
Regina respiró profundo del dolor, y la furia de Sofía en enseguida desapareció. —¡Tú misma no puedes tener hijos y con eso ya basta, pero además quieres hacerle daño a Fabiola! ¡Que llamen al chofer! ¡Que la lleven de inmediato de vuelta a la casa de los Gómez!