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Capítulo 6

Un caso de asesinato relacionado con el jefe del Grupo Nexaris, ascendió rápidamente en las tendencias en la red. La publicación solo revelaba, a grandes rasgos, que la víctima había ingresado a trabajar en la hacienda de la familia Cordero y luego había muerto de manera extraña. Al final, anunciaba de forma enigmática que a las ocho de esta noche habría una transmisión en vivo, con nombre y apellido, para dar voz a la víctima. Los me gusta ya superaban el millón. Un escándalo en la alta sociedad siempre termina siendo tema de sobremesa en Puerto Marfil. En la dirección del Grupo Nexaris, "¡crash!", un carísimo adorno de cristal se hizo añicos. Marcos, furioso, daba vueltas de un lado a otro en la oficina. —¡Encuentren a Patricia de inmediato! ¡Y eliminen ya mismo todas las publicaciones relacionadas con el Grupo Nexaris! Ana, en el sofá, estaba alterada. —Marcos, de verdad no fui yo quien lo hizo; después de que te fuiste, mandé a alguien a llevarla al hospital, pero jamás imaginé que se lanzaría del auto... Él la abrazó, consolándola. —Está bien, yo me encargaré, no te preocupes. Patricia no es nadie, no puede hacer nada. —¿Y yo no me veré implicada? Tengo miedo... Él le dio un beso la frente y le aseguró con que no pasaría eso. ... Patricia tampoco imaginaba que esa publicación generaría tanta repercusión. Junto con la alegría, la inquietaba la idea de que Marcos pudiera verla, ¿acaso la detendría? Ella estaba escondida con Hugo en una pequeña posada; mientras lograra transmitir en vivo esa noche, no le tendría miedo a nada. A las ocho en punto, abrió la transmisión según lo prometido; a su lado, en la computadora, estaban las pruebas que había reunido y una grabación de audio. Con solo difundirla, todo el mundo clamaría justicia por ella y ya nunca más tendría que temerle a Marcos. Respiró hondo, sacó su documento de identidad y comenzó la transmisión. —Yo, Patricia, denuncio, bajo mi nombre real, al Grupo Nexaris... En ese instante, sonó su celular. Llamada tras llamada: era Marcos. Ella las rechazó. Al final apareció un mensaje. [Si no quieres que le pase algo a Hugo, corta la transmisión ahora]. Después venía un enlace, al parecer también de una transmisión en vivo. Un mal presentimiento se apoderó de su pecho y, con los dedos temblorosos, lo abrió. En su carita diminuta se desbordaban las lágrimas; Hugo estaba atado a una silla, gritando por su mamá. Antes de la transmisión, él había pedido un helado; como ella estaba redactando el discurso, le dio dinero para que lo comprara por su cuenta. Como era solo en el vestíbulo de la posada, no le prestó importancia. En ese momento, en su canal intervinieron altos mandos policiales y una agencia de noticias aún más influyente abrió retransmisión para ella; de golpe, la sala de transmisión reunió a cien mil espectadores en línea. Al mismo tiempo, entró otra llamada de Marcos. Esta vez, Patricia contestó. —¿Patricia, de verdad crees que tú tienes la verdad absoluta? ¿Has pensado en Hugo? Ella, con la voz temblorosa, preguntó: —¿Qué quieres hacer? Su risa helada atravesó la línea. —La vida de Hugo pende de un hilo en tus manos. Te doy tres minutos para cortar la transmisión. ¡Si no, no me culpes por ser despiadado! —¡Tres minutos! —¿Estás loco? ¡Hugo es tu propio hijo! —Ella gritó, mientras en su mente parpadeaban imágenes de Marcos abrazando a Hugo con ternura. —¡Quedan dos minutos! Patricia cerró los ojos; las lágrimas resbalaron y cayeron sobre el discurso. La figura de Silvia, agotada por más de veinte años de sacrificios, flotó en su corazón. —Te lo ruego... no me obligues a esto, Marcos... ¡Eres demasiado cruel! —¡Último minuto! —La voz seguía siendo gélida. Un alarido desgarrador le oprimió el corazón. Abrió los ojos de golpe: ¡Hugo había sido alzado en el aire y bajo él había un enorme estanque de cocodrilos! Las fieras, hambrientas, abrían sus fauces y sus ojos brillaban, fijos en el niño que descendía lentamente. —¡Mamá, sálvame! Patricia sentía aquello como una tortura insufrible, un dolor imposible de sobrellevar. Se rindió. —Marcos, suelta a Hugo... —Presionó el botón que daba fin a la transmisión en la que había más de un millón de espectadores conectados. Marcos hizo un gesto con la mano y lo bajaron. Media hora después, el niño le fue entregado. La voz sombría de él le susurró al oído: —Patricia, no vuelvas a tener esas ideas. Ana no mató a Silvia. Y recuerda: aquí, en Puerto Marfil, jamás escaparás de mi control. Lanzó una mirada al discurso sobre la mesa, soltó una risa sarcástica y, de pronto, los trozos de papel se alzaron en el aire. —¡Inútil! Patricia ya no tenía fuerzas para seguir luchando contra Marcos. Aferró con desesperación a Hugo, recuperado de las garras de la muerte. Ya lo veía con claridad: el corazón de Marcos pertenecía solo a Ana; para él, ni ella ni Hugo tenían el más mínimo valor. Ella había bajado la cabeza, pero Ana, al parecer, aún no pensaba perdonarla.

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