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Capítulo 2

Frente al cuestionamiento, Alejandro solo respondió con frialdad: —Lo que ocurrió en aquel entonces ya está decidido. Ahora que has salido de prisión, ¿para qué seguir insistiendo? María se estremeció, como si una fina cuerda apretara su corazón hasta hacerlo sangrar. ¿De verdad él creía que no valía la pena insistir? ¿Acaso la muerte de su hijo y tres años de cárcel injusta no eran motivos suficientes para exigir justicia? María temblaba cada vez más, y cuando estaba a punto de desplomarse, Alejandro exclamó con ansiedad: —¡Mari! Se lanzó hacia ella con pasos rápidos. Pero, en ese instante, sonó el celular de Alejandro. —¿Aló? ¿El niño está llorando? ¡Voy enseguida! La memoria de María se vio arrastrada de golpe hacia el pasado, a los días en que su hijo aún vivía. Aunque Alejandro lo quería mucho, también era extremadamente estricto con él. Siempre repetía que un varón debía tener carácter, que no podía llorar por cualquier cosa. En más de una ocasión, incluso cuando el niño se caía y se abría la cabeza, no se atrevía a buscar consuelo en su padre. Pensaba que solo de esa manera lograría su aprobación y su amor. Pero ahora, Ana y su hijo conseguían de Alejandro indulgencia y ternura sin el menor esfuerzo. María se sostuvo del brazo del sofá para no mostrar debilidad delante de él. Alejandro vaciló un instante antes de decir: —Tengo que salir un momento por un asunto urgente. Quédate aquí y descansa, no le des tantas vueltas... Si necesitas algo, llámame. ¿Allí? ¿Podía seguir llamando a ese lugar su hogar? Cuando la puerta se cerró, el mundo de María también quedó sumido en la oscuridad. Después de descansar un rato, fue al cuarto que había pertenecido a su hijo, con la intención de recuperar los álbumes de fotos que guardaban los recuerdos de su infancia. Pero al abrir la puerta, aquella mínima esperanza se hizo añicos. La habitación estaba completamente vacía; incluso los garabatos en las paredes habían sido cubiertos con pintura nueva. Las huellas de su hijo habían sido borradas por completo de esa casa. "Alejandro, tu corazón es realmente despiadado". María se dejó resbalar contra la pared, y un grito desesperado resonó en el cuarto vacío. Cuando sus fuerzas se agotaron de tanto llorar, aturdida, terminó dirigiéndose al dormitorio principal. Ella todavía albergaba una leve esperanza de que Alejandro no hubiera tirado todas las cosas del niño. Al entrar en el dormitorio principal, María se sorprendió al descubrir que todo estaba dispuesto exactamente como cuando se fue; incluso la ropa en el armario seguía allí. ¿Por qué había vaciado todo lo del hijo, pero había conservado las huellas de ella? Ese pensamiento daba vueltas sin cesar en la mente de María. Comenzó a rebuscar en los cajones hasta que, en la mesita de noche, encontró una caja de preservativos recién abierta. En un instante, todas las preguntas tuvieron respuesta. ¿Así resultaba más excitante? Cuando él y Ana se revolcaban en la cama, mirando la ropa que ella había dejado, ¿la consideraban ridícula? Las náuseas subieron con fuerza y María corrió al baño, donde vomitó hasta quedar sin aliento. El dolor insoportable de su corazón y la debilidad de su cuerpo hicieron que ya no pudiera sostenerse más; la vista se le oscureció y se desplomó en el suelo. Cuando volvió a abrir los ojos ya era de madrugada. María estaba tendida en aquella cama que le causaba repulsión, y Alejandro se encontraba de pie junto a ella, contemplándola fijamente durante mucho tiempo. En sus profundos ojos pareció asomar, fugazmente, un destello de amor contenido. María se sintió asqueada por sus propios pensamientos y soltó de golpe: —Ya que hemos llegado a este punto, ¿por qué no tiras mis cosas de una vez? Deja que Ana se mude directamente a ocupar mi lugar. ¿O acaso así, engañándome a escondidas, te resulta más emocionante? La expresión de Alejandro cambió bruscamente, como si quisiera estallar, pero terminó conteniéndose. —¿Ya lo sabes todo sobre Ana? —Lo vi ayer en la puerta del jardín infantil. —María se mordía el labio inferior, destrozado de tanto hacerlo. —Es cierto, tenemos un hijo. —La voz de Alejandro era serena, sin la menor alteración. El interior de María, en cambio, se convirtió en un páramo. De pronto recordó el año en que se casaron. Alejandro no la dejaba descansar por las noches, siempre la buscaba hasta agotarla. Una vez, después de hacerlo, ella fingió enfadarse y dijo que tendría un hijo para ponerlo en su lugar. Él, riendo, le mordisqueó suavemente el pecho, como un cachorro marcando su territorio. —Mari, es que siento que por más que te ame nunca es suficiente... Si pudiera, de verdad quisiera fundirte en mi cuerpo para que fueras mía y solo mía por toda la eternidad. El mismo hombre que decía que nunca era suficiente amor, terminó entregando su corazón a otra. —Alejandro, si ya estamos así, ¿por qué no te divorcias de mí? ¿Por qué tienes que humillarme de esta manera? —¿Humillarte yo? —Alejandro pareció recordar algo y apretó con fuerza la mandíbula, pero aun así no estalló contra ella. —Dentro de una semana tendré la oportunidad de ascender al Tribunal Superior. Todos tienen los ojos puestos en mí, y en este momento no puedo permitirme ningún escándalo. —Cuando pase esta semana, iremos... a divorciarnos. Con razón no había dejado que Ana y su hijo se mudaran, con razón no había tirado las cosas de ella. En el fondo, él seguía siendo el mismo.

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