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Capítulo 7

Lucía se quedó atónita por un instante. —¿Qué quieres decir? Sofía, con una sonrisa maliciosa, se aferró a su brazo. —¡Hoy no solo es el cumpleaños de Ramón, sino también el día de la inauguración de mi teatro! Ya sabía que no vendrías a darme tu bendición, así que apostamos a ver si Ramón podía engañarte para que vinieras. ¡No esperaba que… realmente vinieras! ¡Jajajajajaja! Y el instigador, Ramón, siguió sonriendo, observando cada uno de los gestos y sonrisas de Sofía. Ni siquiera le regaló una mirada. La cara de Lucía ardió, como si alguien le hubiera propinado una cachetada feroz. Con la espalda erizada, Lucía quiso darse la vuelta e irse, pero la puerta de atrás ya había sido cerrada con llave. —¡Abran la puerta! Mirando los rostros burlones frente a ella, Lucía estalló. —¡Quiero irme! Nadie respondió. Sofía, sin darle opción, la arrastró al interior del teatro y, junto a un grupo de amigos, comenzaron a recorrer cada uno de los espacios temáticos. No sabía cuánto tiempo habían estado dando vueltas por aquel decorado laberíntico, pero llegaron hasta la esquina más recóndita y oscura del teatro, frente a la puerta de una sala temática. De repente, una fuerza bruta llegó desde detrás de Lucía y la empujó con violencia dentro de la habitación. Al segundo siguiente, la puerta se cerró de golpe y toda la estancia quedó sumida en absoluta oscuridad. Lucía se quedó petrificada un instante; después, comenzó a golpear la puerta desesperadamente. —¡Abran! ¡Déjenme salir! Afuera reinaba un silencio absoluto, como si en aquel inmenso teatro no quedara nadie más que ella. La oscuridad devoró toda su cordura. Entre sollozos, gritó, tiró de la puerta y la golpeó con furia. —¡Sofía! ¡Ramón! ¡Abran! ¡Ramón, tú sabes que le tengo pánico a la oscuridad! Lucía lloró hasta quedarse sin lágrimas, gritó hasta desgarrarse la voz, y aun así nadie abrió. Se deslizó al suelo, devastada, sentándose sobre el frío pavimento, usando solo la tenue luz de la linterna del celular para aliviar el terror. El dolor, hasta volverla entumecida e insensible, parecía haberle arrebatado cualquier percepción. Entonces recordó aquel año en que llevó las galletas que había horneado con sus propias manos a la empresa de Ramón. La secretaria la condujo a la sala de descanso para esperar; esperó cuatro horas y, sin saber cómo, se quedó dormida. Al despertar, todo el edificio estaba oscuro y terrorífico, completamente vacío. Cuando Lucía estuvo a punto de sufrir un colapso por el miedo, Ramón llegó. Ella se acurrucó en sus brazos llorando desconsoladamente. Aquel Ramón, que siempre mantenía distancia con ella, posó su palma con suavidad sobre la coronilla de su cabeza. —Perdón… no olvidé adrede lo tuyo. —Sé que le tienes miedo a la oscuridad; lo recordaré. No volverá a pasar, lo siento. Lucía podía aceptar que Ramón no la amara, que la rechazara, pero ¿cómo podía usar su terror como parte de un espectáculo para divertir a la mujer que amaba? ¿Para él, qué era ella exactamente? De pronto, en la quietud de la habitación, se percibió un sonido tenue y rasposo. Lucía guardó silencio al instante. Con manos temblorosas, dirigió la luz hacia el origen del sonido. En un instante, sus pupilas se contrajeron y todo su cuerpo quedó entumecido. ¡Ratas! Un montón de ratas avanzaba hacia ella, trepaban por sus piernas desnudas y las mordían con frenesí. El alma se le escapó del cuerpo del espanto. En ese momento, sin saber de dónde sacó coraje y fuerzas, agarró un extintor en la esquina de la pared y, haciendo uso de toda su energía, rompió la cerradura. Lucía salió disparada de la habitación y entonces vio a todos parados en la entrada, algunos tapándose la boca, otros conteniendo la risa, como si presenciaran una comedia. —¿Quién lo hizo? Con la garganta seca y la voz ronca, Lucía rugió furiosa. —¿¡Quién lo hizo!? —¡No te enojes! Solo fue una broma, ¡solo jugando! Sofía avanzó con una risa forzada, pero Lucía vio claramente el destello de triunfo en sus ojos. Observando aquel rostro hipócrita, Lucía soltó una risita helada, levantó bien el brazo y la abofeteó en la cara con todas sus fuerzas.

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