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Capítulo 3

—Sergio, ya te advertí en el auto que cuidaras bien de la señora Julieta. ¿Así es como haces tu trabajo? Si vuelve a pasar, te regresas a tu pueblo y no me sigues más. ¡Inútil! Su actuación realmente era magistral... Los especialistas del hospital ya me estaban esperando desde hacía tiempo. Apenas llegué, me llevaron a hacerme una serie de exámenes. Unas horas después, el médico dejó a Alejandro a solas en la habitación. Aproveché el momento en que Sergio fue a pagar para quedarme junto a la puerta y escuchar lo que decía el médico. —El útero ya está completamente dañado. Su esposa estaba embarazada, pero lamentablemente, no podrá tener más hijos en el futuro... —El especialista en psiquiatría dice que el estado mental de su esposa también presenta problemas graves, pues a veces habla sola y le teme el contacto con desconocidos. Esto ya supera por mucho el rango del trastorno de estrés postraumático. Así que, cuando regresen, procuren controlar la opinión pública para evitar que su esposa sufra un daño secundario. Para la familia Fernández, lograr eso no será difícil... Ya no pude distinguir el resto de las palabras del médico. Cuando sucedió el accidente, yo estaba embarazada... Me acaricié el vientre. Resultaba que Alejandro no solo me había hecho daño, sino que también había matado a mi hijo... Corrí por el pasillo del hospital, tambaleándome. De pronto, mis piernas flaquearon y me desplomé en el corredor. Minutos después, la voz familiar de Sergio resonó en el pasillo. —Señor Alejandro, tal como usted quería, la señora Julieta de verdad ya no podrá tener hijos. Solo que no esperábamos que tuviera uno en el vientre... Ahora tenemos una vida más en nuestras manos. Qué desgracia... Alejandro no respondió enseguida. Tras unos segundos de silencio, Sergio preguntó con la voz entrecortada. —Además, señor Alejandro, ya que los médicos lo recomendaron... A los periodistas... ¿todavía dejamos que publiquen todo en los medios? —Que lo publiquen. Dicho esto, los dos se marcharon. Después de tranquilizarme, saqué mi celular. Encontré la invitación de trabajo que una empresa extranjera de animación me había enviado hacía medio año. Decidí aceptarla. A los pocos minutos, recibí la respuesta por correo electrónico. Siguiendo la hora indicada en el correo, me compré un boleto de avión para dos días después. La jaula del amor, se había convertido en una cárcel. Ya no había razón alguna para seguir aferrándome... Apenas terminé de comprar el boleto, recibí una llamada de Alejandro. Del otro lado de la línea, él sonaba ansioso. —Querida, ¿a dónde fuiste? No puedo encontrarte por ningún lado... —Estoy en el hospital, salí a tomar aire. Ya te vi. Después de subirme al carro, Alejandro me atrajo hacia su pecho y me abrazó con fuerza. —Cariño, por favor, no me hagas pasar más sustos, ¿sí? Contuve las lágrimas con fuerza y asentí. Alejandro le indicó a Sergio que nos llevara de regreso a casa. Apenas cruzamos la entrada, vi a mi suegra arreglando flores en el jardín. A su lado estaba Alicia, ayudando. —Cariño, cuando se supo lo que te pasó, mi mamá se preocupó mucho y quiso venir a verte. Ya sabes, Alicia estudió psicología en la maestría, por eso la invité para que platique contigo un rato. Si a mi suegra le pidieran decir el nombre de la persona que más detestaba. Definitivamente diría mi nombre. Así que, por supuesto, no vendría a verme por buena voluntad. En efecto, apenas bajé del auto, ella se acercó del brazo de Alicia. Me miró con desprecio y desdén. —¿Cómo tienes cara para regresar después de que otro hombre te dejó así? ¡Deberías haberte muerto allá afuera para dejarle tu lugar a Alicia! Al oír eso, Alejandro me atrajo suavemente hacía él. —Mamá, siempre tienes que ser tan hiriente al hablar. Si te preocupas por Julieta, ¿no podrías decir algo más reconfortante? Mi suegra sacudió sus mangas con fuerza y respondió en tono frío.

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