Capítulo 4

—¿Preocuparme por ella? ¡En la próxima vida! ¡Esta vez solo he venido para ver cuándo se van a divorciar! ¡Lo único que quiero es que Alicia sea mi nuera! Mientras hablaba, empujó a Alicia hacia Alejandro. Los miró a ambos como si estuviera admirando una obra de arte. —¡Mira, qué buena pareja hacen! Alicia ya estaba pegada al pecho de Alejandro. —Mamá, ¿qué estás diciendo? Ella es una mujer casada. Él lo negaba con palabras, pero su cuerpo, sin darse cuenta, se inclinaba hacia ella. Alicia sonreía dulcemente, sin decir una palabra. Viendo a los tres ser tan armoniosos frente a mí, ya no tenía ganas de quedarme más tiempo allí. —Alejandro, estoy un poco cansada, quédate y acompáñalas... Alejandro ya se había perdido en la ternura de Alicia. Ni siquiera me miró, solo asintió dos veces en señal de acuerdo. Cuando subí y los miré desde el balcón. Alicia ya iba agarrada del brazo de Alejandro. La voz aguda de mi suegra se escuchó desde afuera. —Alejandro, apúrate y haz que esa mujer se largue de la casa de los Fernández, es de mala suerte solo verla. El prometido de Alicia tampoco sirve para nada. ¡Vean cuándo les conviene a ustedes dos y cásense de una vez! Al escuchar a mi suegra decir esto, Alejandro miró a Alicia con una profunda ternura. Pero la expresión esquiva de ella hizo que en los ojos de Alejandro apareciera una sombra de amargura. Ya no tenía fuerzas para seguir mirando. Volví a la cama, me acurruqué bajo las sábanas y me quedé profundamente dormida. Cuando volví a despertar, ya había oscurecido. Medio dormida, escuché la voz familiar de Alejandro entrando desde fuera de la puerta. —Alicia, ¿sabes lo feliz que me hizo hoy que mamá te empujara hacia mí? Ese es el escenario con el que he soñado innumerables veces. En esta vida he conseguido todo lo que he querido, excepto a ti... Su voz sonaba ronca, contenía un leve sollozo. Jamás lo había visto tan vulnerable. Me bajé sigilosamente de la cama y caminé hasta la puerta, abriendo apenas una rendija. Alicia sostuvo a Alejandro entre sus brazos, acariciando suavemente su espalda mientras lo consolaba con voz dulce. —Alejandro, yo también he sentido mucha impotencia... Solo que nunca pensé que llegarías a hacer semejante sacrificio por mí. Qué duro debió haber sido para ti... Al oírla decir esto, de repente, Alejandro la besó como un loco, devorando sus labios. Alicia se sorprendió por un instante, pero enseguida alzó la cabeza y le respondió con la misma pasión. Después de un rato de apasionada entrega, Alejandro murmuró suavemente: —No ha sido duro, Alicia. Mientras tú seas feliz, no me importa hacer cualquier cosa... Antes de que él terminara de hablar, Alicia le arrancó la camisa con fuerza y lo besó con emoción. No pude seguir mirando y cerré la puerta de mi habitación. Unos minutos después, escuché que la puerta de la habitación de invitados se abría. Luego, comenzaron a oírse sonidos de placer provenientes de la habitación de al lado. Mi estómago empezó a revolverse. Sentía como si una llamarada ardiera en mi pecho, buscando una salida sin encontrarla. Miré la pared frente a mí y golpeé mi cabeza contra ella con fuerza. Después de una oleada de vértigo, por fin, esa sensación comenzó a aliviarse un poco. Me giré y miré mi reflejo descompuesto en el espejo, y rompí a llorar desconsoladamente. Así, permanecí sentada en la habitación, completamente aturdida, hasta la madrugada. Alejandro no regresó en toda la noche. De la habitación de invitados seguían saliendo risas y murmullos constantes. Cuando el cielo empezó a aclararse, alguien empujó la puerta de mi cuarto desde afuera. Quien entró no fue Alejandro, sino Alicia. Ella me miró, sentada en el suelo, completamente derrotada, y estalló en carcajadas. Señalándome la nariz, me gritó con voz cortante. —Diego alguna vez te amó tanto, ¿y qué? Con solo llamarlo con el dedo, se fue a mi cama. ¿Y que Alejandro se haya casado contigo? ¿De qué te sirve? Aquí, en tu propia casa, igual tiene sexo conmigo.