Capítulo 3
Bruno despertó por el dolor.
El olor a desinfectante le invadía y la luz le molestaba los ojos. Al intentar cubrirse, tiró de la aguja del suero y ahogó un grito.
La enfermera dijo, aliviada al verlo abrir los ojos: —Por fin despiertas, ¿quién te odia tanto? ¡Te rompieron dos botellas en la cabeza y te han dado más de treinta puntos!
Él se llevó la mano a la cabeza envuelta en vendas y, con voz ronca, preguntó: —¿Quién me trajo aquí?
—Fue tu amigo. Se quedó contigo toda la noche, pero tuvo que irse a la empresa por una urgencia. Me pidió que te avisara y que contrató a una cuidadora para que te atienda.
Bruno se quedó unos segundos en silencio.
Así que no fue Alicia quien lo llevó al hospital.
¿Dónde estaba ella?
Buscó el móvil, y justo al tocar la pantalla saltó un mensaje de WhatsApp.
Ignacio: [Mi hermana sigue pudiendo calmarme con facilidad.]
En el video adjunto, Ignacio extendía la mano y se quejaba: —Me corté el dedo al romper la botella.
La cámara giraba y aparecía Alicia, agachada frente a él, colocando con cuidado una tirita en su dedo. Después se inclinaba y le daba un suave beso, murmurando con voz ronca: —Así ya no duele.
Bruno miró la pantalla, sintiendo que la herida en su cabeza se reabría y le vertían alcohol, un dolor punzante que le recorría todo el cuerpo.
Inspiró hondo y marcó el número de emergencias.
—Hola, quiero denunciar una agresión.
Esa noche, Alicia entró en la habitación del hospital.
Vestía un abrigo negro y, con la mirada fría e iracunda, preguntó: —¿Fuiste tú quien denunció a Ignacio?
Bruno la miró y dijo: —Sí. Lesión intencionada. Pueden abrir expediente.
La voz de Alicia era grave y el ceño fruncido: —Él actuó por impulso, está mal, pero yo ya lo he castigado. El asunto ha terminado aquí.
Bruno soltó una carcajada fría: —¿Y cómo lo has castigado?
—Tiene un carácter demasiado inquieto. Le he prohibido salir de casa durante un día.
Bruno se quedó perplejo y luego soltó una carcajada que le hizo doler los puntos: —¿Más de treinta puntos en la cabeza y su castigo es no salir un día? ¿Eso es castigo o lo protegen de mí?
La mirada de Alicia se oscureció: —No digas tonterías. Es castigo, por supuesto.
—Ya retiré la denuncia en la policía. No hace falta que vayas a denunciar nada. En Monteluz nadie se atrevería a tomar ese caso.
Bruno apretó la sábana con tanta fuerza que casi se le clavan las uñas en la palma.
Tenía miles de cosas que decir, pero al final solo pudo soltar una frase:
—En estos seis años persiguiéndote, ¿qué fui para ti?
—Si no te importo, ¿para qué te casaste conmigo?
Alicia frunció aún más el ceño: —¿Quién dijo que no me importas?
Hizo una pausa y añadió: —Aquí termina todo. Te cuidaré en el hospital y te compensaré cuando salgas. No armes más escándalos.
Dijo esas palabras como si estuviera concediéndole una gracia enorme.
A Bruno le pareció irónico.
Claro, siempre había sido él quien la perseguía, quien le declaraba su amor, quien le insistía en estar juntos, quien le pedía tener intimidad...
Ella jamás había dado un paso hacia él.
¿Y ahora que ella tomaba la iniciativa de quedarse, eso era una bendición?