Capítulo 17
Isabel dijo esas palabras y dejo de respirar. Su cuerpo cayó sobre el charco de sangre.
Viendo esto, sus pupilas se dilataron y, con miedo, le gritó al guardaespaldas:
—¡Llama a una ambulancia, rápido!
Solo le quedaba el corazón de Renata, no podía permitirse perderlo.
Pero en plena madrugada, el médico anunció que, a pesar de los esfuerzos, no se pudo salvar.
Cuando recibió la noticia, se desplomó, encogido por el dolor, con la cabeza enterrada entre los hombros.
Su cuerpo temblaba, lloraba como un niño.
Desde pequeño, su padre le había enseñado que los hombres no lloraban, especialmente los hombres de la familia Ríos.
Por eso, desde que alcanzó la adultez, él no había derramado ni una sola lágrima. Ante los ojos de su padre, eso era una muestra de debilidad.
Al crecer, tuvo muchas novias, para captar la atención de su padre, pero lo único que recibió fue desprecio.
Esa mirada jamás la olvidó, como si estuviera observando un producto, uno defectuoso y fracasado.
Así que fue volviéndos

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