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Capítulo 3

En toda la sala se desató una conmoción. —Señor, ¿quiere decir que...? —Preguntó sorprendido el subastador. Daniel explicó: —Soy el asistente del Señor José. Me ha ordenado que compre todo lo que la señorita Patricia desee. El salón de subastas estalló de inmediato. —¿El único heredero de la familia Almonte? ¿El famoso millonario de Sierraclara? —¿No decían que nunca se interesaba por mujeres? ¿Cómo es que ahora ayuda a la señorita Patricia? —Parece que la señorita Patricia ha conseguido su favor. Las voces de los presentes no dejaban de murmurar, cada vez más animadas. Al principio, Patricia se quedó boquiabierta; luego se alegró y, al final, no pudo ocultar su orgullo. —¿Podría saber dónde está el Señor José? ¿Puedo agradecerle en persona? —Preguntó Patricia, ruborizada. Daniel respondió con cortesía: —Por ahora no puede aparecer en público, pero llegado el momento, él mismo se presentará ante usted. Patricia miró a Rosa, triunfante: —¿Vas a seguir pujando? Un segundo después, fingiendo inocencia, añadió: —Casi lo olvido, con el apoyo del Señor José, si sigues pujando quizá tengas que arruinarte, porque nadie tiene más dinero que él, ¿no crees? El rostro de Rosa cambió de golpe; miró rápidamente a José, y lo vio contemplar a Patricia con una ternura absoluta en los ojos. Lo que siguió en la subasta fue casi una farsa. Cada vez que Patricia fijaba la vista en algún lote, Daniel lo adquiría de inmediato. El collar de rubíes, el juego de té, incluso aquel cuadro con un precio inicial de 8.000.000 de dólares, todo acabó en manos de Patricia. De repente, Rosa se puso en pie, incapaz de contenerse más, y encaró a Daniel: —¿Ni una sola pieza van a dejar para los demás? Daniel miró discretamente a José, quien asintió levemente. —Lo siento. —Respondió Daniel con frialdad. —Todos estos son regalos del Señor José para la señorita Patricia. Solo le importa su felicidad, los sentimientos de los demás no están en su lista de prioridades. Rosa sonrió, hundiendo las uñas en la palma de la mano. Miró a José, pero él solo tenía ojos para la radiante Patricia. "Muy bien, José, muy bien." "De verdad, eres admirable." Terminada la subasta, Patricia fue rodeada y adulada por las jóvenes de la alta sociedad. Rosa no pudo soportar tanta hipocresía y salió del recinto. Apenas subió al carro, ordenó al conductor: —Llévame a Noches Doradas. Necesitaba alcohol para anestesiarse. Ni siquiera había cerrado la puerta cuando Patricia se coló rápidamente: —¿Vas a ir al club? ¡Justo estaba aburrida! ¿Por qué no me llevas contigo? Rosa estaba a punto de echarla del carro, pero José sostuvo la puerta y ordenó al conductor: —Arranca. Durante todo el trayecto, Patricia no paró de hablar, emocionada por la subasta. —José, ¿por qué crees que el Señor José es tan bueno conmigo? ¡Si ni siquiera lo conozco! La voz de José se volvió increíblemente suave: —Porque le gustas. Patricia abrió los ojos de par en par, sonrojada: —¡No digas tonterías! —Los hombres conocemos a los hombres. —Dijo él, mirando a Patricia. —Donde está el dinero, está el corazón. —Siendo tan buena como eres, no es de extrañar que él se haya enamorado de ti. —¿Y tú también me quieres? —Preguntó de repente Patricia. José se quedó paralizado, justo cuando iba a responder, Rosa lo interrumpió fríamente: —Si quieren coquetear, bájense. Este es mi carro. A Patricia se le llenaron los ojos de lágrimas al instante: —Perdón, ya no digo nada. Rosa no le prestó atención y desvió la mirada hacia la ventanilla. En el reflejo del cristal, pudo ver claramente la mirada de ternura y cariño que José le dedicaba a Patricia, mientras que para ella solo reservaba frialdad y desprecio. Rosa sonrió con amargura. Parece que todos los hombres solo prefieren a las chicas dulces.

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