Capítulo 7

Gloria ya no pudo seguir escuchando y se dio la vuelta, caminando hacia la piscina del patio trasero. La brisa nocturna era fresca. Acababa de sentarse junto a la piscina cuando Carmen la siguió. —Señora Torres —dijo, acariciándose el vientre abultado con una sonrisa dulce—. El señor Abelardo dijo que, cuando nazca el bebé, me comprará una villa en Alto Viento. —Por cierto, ¿sabes por qué esa noche el señor Abelardo, después de haber sido drogado, perdió el control y terminó teniendo relaciones conmigo? —se acercó al oído de Gloria—. Porque esa noche, en la fiesta, yo llevaba el vestido blanco que usted suele ponerse, el mismo modelo. Él me confundió con usted, así que, en realidad, todo esto se lo debo a usted. Gracias a eso, yo pude tener lo que tengo hoy... Gloria giró lentamente la cabeza, a punto de responder, "¡Plaf!" Carmen, de repente, cayó de cabeza en la piscina, levantando un gran salpicón de agua. —¡Socorro! ¡Mi hijo...! —gritaba, agitando los brazos en el agua, con una voz desgarradora. Cuando todos acudieron al escuchar el alboroto, lo que vieron fue esta escena: Carmen luchaba por salir del agua, mientras Gloria permanecía de pie junto a la piscina, inexpresiva. Toda la familia Torres cayó en el caos. Abelardo saltó al agua para salvarla, pero antes de que pudiera hacerlo, Doña Raquel ya había golpeado a Gloria. —¡Maldita! ¡Pídele disculpas ahora mismo! El golpe hizo que la cara de Gloria se girara y una fina línea de sangre apareció en la comisura de sus labios. Volvió la cabeza lentamente y, de pronto, sonrió. —Bien, me disculpo. Y, tras decir esto, agarró de un tirón a Carmen, que acababa de ser rescatada, y la empujó de nuevo al agua. —¡Ah! Doña Raquel lanzó un grito agudo. Gloria se quitó de la muñeca el brazalete ancestral de la familia Torres, el mismo que Doña Raquel le había puesto el día de la boda, y lo arrojó con fuerza al suelo. "¡Crack!" El brazalete se rompió, reflejando un destello frío bajo la luz de la luna. Al girarse para marcharse, escuchó a Abelardo gritarle su nombre, incrédulo, a sus espaldas. Pero esta vez, no se detuvo. Gloria apenas había llegado a casa cuando la puerta se abrió de golpe. Abelardo irrumpió bajo la lluvia y el viento, con la chaqueta del traje empapada y el cabello goteando; claramente había venido apresurado. Respiraba agitadamente, y en sus ojos se mezclaban emociones encontradas, entre el enfado y el pánico. —Yo no estoy equivocada —dijo Gloria mirándolo fríamente—. Si insistes en que me disculpe, entonces, divorciémonos. En cuanto pronunció "divorciémonos", él se puso mortalmente pálido. —¡No vuelvas a decir eso! —Abelardo, completamente alterado, se acercó a grandes pasos y la apretó entre sus brazos—. Sabes perfectamente que divorciarme sería mi muerte. Ella vio sus ojos enrojecidos y, de repente, le pareció ridículo. —¿Y mi vida? —preguntó en voz baja—. Abelardo, ¿alguna vez la has considerado? Él quedó petrificado. —Sé que te cuesta aceptar la existencia de Carmen y de ese niño, pero la abuela amenazó con quitarse la vida, y además Carmen me salvó la vida. ¿Cómo podía obligarla a abortar? —Su voz era ronca—. Glori, te lo pido, por favor, intenta comprenderme, ¿sí? —Así que pensaste en la abuela, pensaste en Carmen... —esbozó una sonrisa amarga—. ¿Pero nunca pensaste en mí, verdad? Él abrió la boca, como si quisiera decir algo, pero, al final, solo la abrazó con fuerza. —Ya está, ya está —la consoló en voz baja, dándole suaves palmadas en la espalda como si calmara a una niña caprichosa—. Démosle vuelta a la página, yo me encargaré de explicarle a la abuela. Cuando nazca el niño, todo volverá a ser como antes... Ella se apoyó en su pecho, aspirando ese aroma familiar a abeto, y sintió un cansancio inmenso. Su abrazo seguía siendo cálido, su corazón seguía latiendo con la misma firmeza, pero el suyo se iba enfriando poco a poco. Ya no había vuelta atrás. Nunca más la habría. "Abelardo, voy a empezar una nueva vida, una vida en la que tú ya no estarás".