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Capítulo 24

Gabriel salió y miró hacia abajo a la mujer a sus pies, tan débil como un trapo sucio, sin mostrar la más mínima emoción en sus ojos. —¿Amor? —Se burló con una risa fría como el hielo—. Muy bien sé cómo tú y tu madre fueron calculando paso a paso y atormentando a Amelia en aquel entonces. Antes no los toqué porque me daba asco ensuciarme las manos... Y también porque quería dejar que fuera Amelia quien se encargara personalmente. Se detuvo un segundo, con un tono cargado de un asco absoluto. —Ahora, ella ya tomó acción. Y estoy muy satisfecho. Se dio la vuelta y le dijo su última frase al guardaespaldas que lo acompañaba. —Que se largue. La puerta se cerró con un golpe sordo. Raquel se desplomó sobre el suelo frío, como si hubiera caído en un abismo sin fondo. En su desesperación, Raquel logró encontrar el lugar donde vivía Amelia. Su figura era esquelética, sus ojos destilaban veneno como el de una serpiente, y gritó con rabia: —¡Amelia! ¡Maldita perra! ¡Vas a terminar de la peor mane

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