Capítulo 5
Abajo se oyó de inmediato un alboroto de gritos y caos.
Amelia se quedó de pie junto al balcón, observando con frialdad a la multitud que se agrupaba abajo en un instante, y a Raquel, tendida sobre el césped, sin saberse si estaba viva o muerta. En su corazón no se agitaba ni una sola emoción.
Se arregló ligeramente la falda y el cabello, algo desordenados, tomó el chal que había dejado sobre la barandilla y se dio la vuelta con calma, lista para abandonar aquel lugar plagado de conflictos.
Sin embargo, apenas cruzó la puerta tallada, ¡alguien la sujetó bruscamente por la muñeca desde atrás!
Se giró y se encontró con la mirada profunda de Gabriel, llena de furia e incredulidad.
Él claramente había llegado apresurado, aún respiraba con dificultad, y no apartaba los ojos de ella. Su voz sonó como si saliera de una nevera.
—Raquel cayó desde la terraza... ¿Fuiste tú?
Amelia se soltó de su mano y admitió sin rodeos: —Sí, ¿y qué?
La cara de Gabriel se ensombreció de inmediato de forma aterradora, sus ojos se llenaron de rabia. —Te pedí que aprendieras modales con Raquel, ¿y así es como lo haces? ¡Sin educación! ¡Vuelve conmigo y pídele disculpas!
Amelia reaccionó como si hubiese escuchado una broma. —¡Se lo merece! ¿Disculparme con ella? ¡Tal vez en la próxima vida!
—¡Amelia, estás siendo completamente irracional!
Gabriel ya no quiso discutir más y dio órdenes directas a los guardaespaldas que lo acompañaban. —Si no quiere disculparse, ¡que aprenda la lección! ¡Llévenla y arrójenla al estanque decorativo! ¡Y que no salga sin mi permiso! ¡Hasta que termine la fiesta!
—¡Gabriel! ¿Quién te crees que eres? ¡No tienes derecho a tocarme! —Amelia forcejeó con todas sus fuerzas.
Él le sujetó la muñeca con fuerza, tanto que le dolió hasta los huesos. La miró directamente a los ojos y declaró con firmeza: —¡Soy tu prometido! ¿Sabes que Raquel casi muere por tu culpa? ¡Si no te castigo ahora, tu padre lo hará aún peor cuando regreses! ¡Tienes que aprender la lección y dejar de comportarte así!
—¡¿Qué prometido ni qué nada?! ¡Nosotros ya hace tiempo que...
Amelia quiso gritar la verdad sobre el cambio de compromiso, pero los guardaespaldas ya se habían adelantado. Sin darle oportunidad de decir nada, la sujetaron por los brazos y, en medio de sus furiosos insultos y su forcejeo, la arrojaron de un plumazo al frío estanque decorativo con un chapoteo ensordecedor.
Era una noche a inicios de primavera, y el agua del estanque estaba tan fría que calaba hasta los huesos.
Amelia tragó varias bocanadas de agua y salió a flote con dificultad, completamente descompuesta, intentando trepar para salir.
Pero justo cuando se aferraba al borde del estanque, el guardaespaldas que vigilaba a un lado la empujó sin piedad de nuevo hacia abajo.
Una y otra vez intentó subir, y una y otra vez fue hundida con la misma crueldad.
—¡Gabriel! ¡Maldito! ¡Déjame salir!
Amelia gritó con desesperación, pero lo único que obtuvo como respuesta fue otra vez la sensación de ahogo al ser sumergida.
La repetida lucha terminó por agotar toda su fuerza, y el frío hizo que su cuerpo comenzara a entumecerse.
Y lo peor fue que, de pronto, sintió una punzada familiar en la parte baja del vientre...
Le había bajado la menstruación.
La sangre roja salió rápidamente de entre sus piernas, tiñendo el agua cristalina con un rojo ofensivo que se expandió poco a poco, casi coloreando la mitad del estanque.
La cara de Amelia se volvió pálida, no solo por el frío, sino también por el dolor.
En la confusión de su conciencia, alcanzó a oír vagamente que el guardaespaldas hacía una llamada. —Señor Gabriel, la señorita Amelia... Creo que le llegó la menstruación, está perdiendo mucha sangre... ¿Seguimos?
Hubo unos segundos de silencio al otro lado de la línea, hasta que la voz gélida y tajante de Gabriel llegó, clara incluso a través del sonido del agua. —Continúen. De lo contrario, nunca aprenderá la lección.
"¿Él dice que yo no aprendo la lección?"
A sus ojos, toda su resistencia, todo su dolor, todas sus razones... No valían nada.
Él solo quería que obedeciera. Que aprendiera una lección.
El agua helada pareció convertirse de pronto en lava hirviendo, quemándole la piel y el corazón.
Una desesperación mil veces más dolorosa que el sufrimiento físico la envolvió por completo, como el mismo estanque que la tragaba.
Sus lágrimas se mezclaron con el agua, deslizándose sin ruido.
Al final, ya no pudo sostenerse más. Su vista se oscureció y perdió por completo la conciencia, hundiéndose lentamente en el agua teñida de su propia sangre.