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Capítulo 1

A Carolina Ortega le gustaba el amigo de su hermano. Él era seis años mayor que ella, por lo que siempre había ocultado su amor en secreto, con mucha cautela. Hasta que una vez, no pudo resistirse y le robó un beso bajo la tenue luz mientras él estaba ebrio. Sin embargo, justo cuando intentaba escapar, se topó con sus ojos, que se abrieron de golpe. Él levantó los párpados con total indiferencia. —¿Quieres que te enseñe a besar? Qué lástima, no me interesan las niñas pequeñas. Ella se sonrojó, pero aun así reunió el valor para decir: —¿Así que crees que soy muy joven? No importa, ¡voy a crecer! Él se quedó en silencio por un momento y luego sonrió. —Está bien. Si cuando tengas veintidós años todavía te gusto, lo pensaré. En ese instante, el corazón de ella latía con fuerza como un tambor, y desde entonces, se apegó a él cada día, hasta cumplir los veintidós años. Ansiosa, fue a buscarlo para que cumpliera su promesa, pero al llegar a la puerta del reservado, escuchó el llanto de un bebé. Se quedó paralizada por unos segundos, enfocó la mirada y vio a Gabriel Delgado cargando a un niño que lloraba desconsoladamente, tratando de calmarlo. Un grupo de amigos a su alrededor se tapaba los oídos, con expresiones claramente agotadas. —Gabriel, te pasaste. ¿Para rechazar a Carolina, de verdad trajiste a un bebé para hacerle creer que eres padre? La mente de Carolina hizo un ruido sordo. Se quedó en blanco. —¿Qué otra cosa podía hacer? —respondió Gabriel con esa voz perezosa que ella conocía tan bien—. Hoy cumple veintidós. Vino a cobrar la promesa de hace años. —¿De verdad no te gusta Carolina? Pero si es muy buena chica: es linda, obediente y te ha sido tan fiel... —No se trata de que me guste o no. —La voz de Gabriel se volvió de pronto más grave—. Ustedes saben quién ha estado siempre en mi corazón. En la sala se hizo un breve silencio, seguido de risas llenas de comprensión. —¡Adriana, claro! Con razón... La verdad, creo que piensas demasiado. Con esa cara, ¿quién no perdería la razón por ti? ¿Y si Adriana no acepta? Tú la valoras demasiado. —Todos estos años no supe cómo decírselo. Tenía miedo de que ni siquiera pudiéramos seguir siendo amigos. Lo de Carolina... Bueno, también se convirtió en una oportunidad. Gabriel habló con una sonrisa: —Le dije a Adriana que hay una chica que no deja de seguirme y que no sabía cómo quitármela de encima. Quería que se hiciera pasar por mi novia durante un tiempo. Luego, apareceríamos juntos con este niño en brazos frente a Carolina y celebraríamos una boda. Así, no solo Carolina perdería toda esperanza, sino que yo también podría acercarme más a Adriana. Cuando terminara la boda falsa, aprovecharía para declararme ahí mismo. Al escuchar el plan de Gabriel, con tantos beneficios, todos se mostraron asombrados y no pudieron evitar aplaudir entusiasmados. En medio de las carcajadas, nadie se percató de la presencia de Carolina afuera del reservado. La caja del pastel se le resbaló de las manos, golpeando el suelo con un sonido sordo. Ya no tuvo el valor de empujar la puerta, las lágrimas le cubrían las mejillas mientras se giraba, aturdida, y echaba a correr. Fuera del club llovía con fuerza. Carolina corría a toda velocidad, dejando que la lluvia empapara el vestido que había preparado con tanto esmero. Resultó que Gabriel nunca la había querido. Resultó que todo era producto de su propia imaginación. Desde que tenía catorce años, se había enamorado de él a primera vista. Aquel día, justo después de la escuela, su hermano no fue a recogerla, y terminó acorralada por unos maleantes en un callejón. Fue Gabriel quien pasó por allí, los enfrentó y la salvó. Lloró tanto que se le hincharon los ojos. Gabriel le lanzó su chaqueta, le dio dos chocolates y la animó con una sonrisa juguetona. —Ya no llores, se te están saliendo burbujas de mocos. Tu hermano sigue jugando al básquet. Anda, yo te llevo a casa. Ese día, Carolina probó el chocolate más dulce de su vida y, por primera vez, le gustó alguien. Gracias a su hermano, Gustavo Ortega, tenía la suerte de ver casi todos los días a la persona que le gustaba. Así, su amor adolescente crecía desenfrenadamente. Aprendió a preparar almuerzos, hacía más de diez porciones para que su hermano las llevara a la escuela, solo con la esperanza de que Gabriel probara su comida. Buscaba información sobre lo que a él le gustaba y preparaba con esmero todo tipo de regalos, aprovechando cualquier festividad para entregárselos. Renunció a la oportunidad de estudiar en el extranjero por él, se quedó en Piedraplata solo para poder esperar hasta cumplir los veintidós años... Esperó ocho años, convencida de que al final podría estar con él. Fue hasta ese día que Carolina comprendió que su amor, para Gabriel, no era más que una carga y un estorbo. No supo cuánto tiempo corrió antes de que al fin lograra calmarse. Temblorosa, sacó su celular y marcó el número de su hermano, Gustavo. —Hermano... —Su voz estaba entrecortada—. Ya lo pensé bien. Estoy dispuesta a ir al extranjero a seguir estudiando. Ese amigo del que hablaste... También quiero conocerlo. Durante todos estos años, en su círculo social, todos sabían que Carolina estaba detrás de Gabriel. Gustavo, cada vez que la veía ser tan insistente, siempre mostraba una expresión de querer decir algo, pero se contenía. Y luego, por otros medios, intentaba presentarle algún novio, tratando de que soltara por completo sus sentimientos por Gabriel. Aquel amigo que vivía en el extranjero ya era el decimoctavo chico que Gustavo intentaba presentarle. Gustavo decía que su amigo era alto y guapo, que no tenía nada que envidiarle a Gabriel. Además, como ella estudiaba diseño, le vendría muy bien pasar unos años perfeccionándose fuera del país... Ahora que lo pensaba, probablemente él ya sabía que el corazón de Gabriel pertenecía a otra persona, y por eso usaba esa estrategia para que ella se retirara a tiempo. Del otro lado del teléfono hubo unos segundos de silencio. —¿Ya... lo sabes todo? Carolina cerró los ojos. La lluvia y las lágrimas se mezclaban al deslizarse por sus mejillas. —¿De verdad la quiere tanto a Adriana? —Sí... —Entonces le deseo que cumpla su anhelo. —Se limpió la cara con la mano—. Yo también haré lo que él quería: ya no lo amaré. Al regresar a casa, Carolina abrió la maleta casi en automático y empezó a guardar ropa. El celular vibró. La pantalla se iluminó. Gabriel preguntó: [¿Por qué no viniste?] Se quedó mirando ese mensaje mucho tiempo, hasta que apareció otro de inmediato. Gabriel: [Carolina, ya tengo novia. Ya tuvimos un hijo. Estamos a punto de casarnos. Por favor, deja de quererme]. Luego, envió dos fotos. Una mostraba los pequeños pies de un bebé. La otra era una invitación de boda elegantemente diseñada. Carolina miró la pantalla durante mucho tiempo y solo respondió una frase: [Está bien]. Cuando se envió el mensaje, arrojó el celular sobre la cama y sacó de lo más profundo del cajón una caja metálica. Estaba llena de boletos de cine, entradas de parques de diversiones, una camiseta de básquet que había guardado en secreto, los peluches que él le había regalado... Todos eran recuerdos de los ocho años que había vivido con Gabriel en el corazón. Abrazó la caja, salió y, sin dudarlo, la vació en el basurero.
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