Capítulo 7
Obviamente, como no tenía dinero ni forma de ganarlo, me vi obligada a abandonar mis estudios. Puesto que no tenía un lugar donde vivir, tuve que mudarme con mi único pariente sobreviviente: mi abuela. Llevando conmigo escaso equipaje (unas cuantas mudas de ropa y ciertos artículos de primera necesidad), tomé un tren hasta un pueblo sin nombre, localizado en la zona campestre donde vivía mi abuela.
Cuando salí de la capital, ya estaba preparada para afrontar las circunstancias más adversas que pudiera imaginar. Cuando me paré por primera vez en el lugar donde se suponía que vivía mi abuela, básicamente la realidad correspondía a mis expectativas. Mi abuela, según me habían dicho, regentaba una pequeña pastelería en un pueblo muy pequeño. La descripción era acertada.
“Sweet Time” era el nombre que aparecía en el descolorido cartel blanco y rosa de aquella pequeña pastelería cuya propietaria era mi abuela. Evidentemente, debido al paso del tiempo, aquel letrero se había desvanecido; sus colores originales eran blanco y rojo, pero ahora era de color rosado. Se trataba de una construcción de dos pisos. La pastelería funcionaba en el primer piso, mientras que el segundo hacía las veces de vivienda.
Aquella nueva vida con mi abuela supuso un regreso a lo básico. A pesar de la pobreza en que vivíamos éramos felices. Aunque nuestra casa y nuestra pastelería eran pequeñas, bastaban para dos mujeres menudas como nosotras. Proseguí mis estudios en una escuela secundaria pública local y obtuve una beca que me ayudaría a sufragar mis gastos. Hice todo lo que estaba a mi alcance para apoyar a mi abuela, con la esperanza de que pudiéramos sobrevivir y mantener la tienda a flote.
Eso significaba que yo trabajaba cada hora del día que tenía libre. Rara vez salía con amigos, ya que tenía que trabajar en la pastelería. Estudié con ahínco para conseguir una beca para la universidad. Huelga decir que no teníamos suficiente dinero para costear mis estudios universitarios.
La vida era dura, pero bastante sencilla. En todas las situaciones yo contaba con el apoyo de mi abuela. Ella no se quejó de los achaques propios de la vejez ni una sola vez, así que yo debía mostrarme tan estoica como ella y no quejarme. Al concluir la escuela secundaria, obtuve una beca completa para estudiar arte y diseño en una universidad cercana. De modo que abandoné la casa de mi abuela y me mudé a la residencia universitaria. Sin embargo, realizaba el corto viaje entre ambos lugares para visitar a mi abuela y ayudarla a realizar las labores de la pastelería.
Durante mi primer año en la universidad conocí a mi primer y único novio. La vida me sonreía, hasta que… aquellos hombres aparecieron.
Un día, al llegar a la tienda después de hacer las compras, de inmediato percibí que algo andaba mal; en todo el barrio reinaba un silencio completamente inusual. Era como si ningún ser humano viviese allí; no se oía la menor respiración. No pasaba por allí ningún transeúnte, no circulaba un solo vehículo por las calles; simplemente no había señales de vida.
Mi corazón dio un vuelco en el instante en que posé la mirada en una gran limusina negra que estaba estacionada frente a mi casa. Hasta ese momento solo había visto limusinas en las películas. Naturalmente en este pequeño pueblo, dejado de la mano de Dios, en el cual solo un puñado de gente poseía automóviles, nadie era dueño de una llamativa limusina negra. Estaba atónita. ¿Por qué motivo estaba aquella limusina estacionada justo afuera de mi casa?
Cuando salí de mi estupor inicial, dejé caer la bolsa de la compra y corrí a toda velocidad hacia la pastelería. Vi ventanas destrozadas, letreros rotos y macetas volcadas sobre tierra negra derramada por todas partes. Estupefacta ante aquella inquietante escena, lancé un grito ahogado.
¿Qué había causado tal caos durante mi ausencia?
El siguiente pensamiento que cruzó por mi mente fue… ¿Dónde está mi abuela? ¿Se encuentra ilesa?
"¡Abuela!", la llamé, gritando a todo pulmón.
Traspuse corriendo el umbral de la puerta entreabierta y entré en la pastelería. El interior de la misma, al igual que el exterior, estaba hecho un desastre. Todo lo que era susceptible de destrucción estaba hecho pedazos y allí, arrodillada en medio del suelo, estaba mi pobre abuela.
"¡Abuela!", exclamé mientras corría a su lado y me inclinaba para sostener su frágil cuerpo.
"Rita…", dijo mi abuela con suavidad, entre sollozos; ese era mi apodo.
El alma se me fue a los pies al verla llorar, estremeciéndose debido a la fuerte impresión y al temor que ello le causaba. ¿Qué acción nuestra nos había hecho merecedoras de tanta crueldad?
"Por fin regresaste", dijo alguien de repente.
Se trataba de un hombre que había hablado en voz baja y en un tono indiferente; acababa de darme cuenta de que mi abuela y yo no éramos las únicas personas en aquella estancia. Lentamente, miré hacia el lugar del que provenía aquella voz. Allí, no muy lejos del punto del suelo donde estábamos agazapadas, había tres hombres corpulentos, cuya estatura era muy elevada. Todos ellos llevaban trajes negros.
No pude distinguir sus facciones con claridad porque llevaban gafas de sol negras que ocultaban sus ojos. Sus trajes negros, pantalones y zapatos de cuero brillante lucían impecables y perfectos, lo cual resultaba bastante extraño, considerando todos los estragos que habían causado en mi casa. Aquellos sujetos parecían salidos de una película… una película de la mafia.
Así que eso era...una acción de la mafia...
"Respetado señor, le ruego que nos disculpe si lo hemos ofendido de alguna manera, pero… estoy segura de que todo esto solo ha sido un malentendido…", declaré con voz temblorosa mientras me ponía de pie con lentitud.
"¿Conoce a Sergio y María Alfonso?", me preguntó en tono severo uno de aquellos hombres de trajes negros.
"Sí…eran mis padres…", respondí con suavidad. ¿Acaso mis padres tenían nexos con la mafia? Habían transcurrido aproximadamente seis años desde el día de su fallecimiento...
"Entonces no se trata de un error. Por fin hemos logrado encontrarla", agregó en tono sereno.
"¿A qué se refiere?", le pregunté, confundida.
"Eche un vistazo a esto", indicó mientras me tendía unas cuantas hojas de papel.
Tomé aquellos papeles con mano vacilante; mis manos no dejaban de temblar. ¿Qué información contendrían esos documentos?
Pero antes de que hubiera tenido la oportunidad de leer el contenido de los mismos, él volvió a hablar.
"Se trata de un contrato de préstamo entre sus padres y nuestro jefe, en virtud del cual se les otorgó un préstamo de quinientos millones de dólares", explicó, como si respondiera a la pregunta que yo me hacía en mi mente.
"…¿Qué?", exclamé, estupefacta.
¿Quinientos millones de dólares?
--Continuará…