Capítulo 10
Desde entonces, Francisco y Silvia se volvieron clientes habituales de la librería.
Casi todos los fines de semana, pasaban una o dos horas en el local.
Silvia siempre se sentaba tranquilamente en el pequeño sofá, absorta en sus libros ilustrados;
Francisco escogía algún tratado de medicina y se sentaba junto a ella, leyendo en silencio.
A veces María les preparaba café; Francisco siempre se lo agradecía con cortesía, y Silvia, con dulzura, daba las gracias y volvía enseguida a sumergirse en la lectura.
Un sábado soleado, Francisco propuso llevar a Silvia al parque de atracciones.
—¿Por qué no vienes también? —Se ajustó las gafas e invitó sinceramente.
—Silvia lleva tiempo queriendo ir contigo.
María pensó rechazar, pero al ver la mirada esperanzada de Silvia, no pudo resistirse.
El parque de atracciones estaba lleno de gente y bullicio. Silvia cogía de una mano a Francisco y de la otra a María, corriendo de un lado a otro emocionada.
Montaron en el carrusel, jugaron a los autos de cho

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