Capítulo 6
Si hubiera sido antes, esos comentarios la habrían hecho querer desaparecer de vergüenza y le habrían atravesado el corazón.
Pero ahora, al oírlos, permanecía totalmente en calma, como si hablaran de alguien ajeno a ella.
Solo se sentía cansada. Con voz suave, le dijo a Ramiro: —Voy al baño un momento.
Luego se levantó y salió del bullicioso salón.
Apenas llegó a la esquina del pasillo, Claudia corrió tras ella.
La detuvo con una expresión que fingía ser sincera: —¿Podemos hablar? Ramiro y yo nos amamos de verdad. Sé que está mal, pero no puedo controlar mis sentimientos. Te lo ruego, déjanos estar juntos, ¿sí?
Mónica se presionó las sienes, agotada: —Si ustedes se aman o no, no tiene nada que ver conmigo. Y no tengo tiempo para verte actuar.
Intentó pasar de largo, pero Claudia, como si algo en su interior se hubiese roto, cayó de rodillas, agarrando la falda de Mónica mientras lloraba a gritos, con un dramatismo que atrajo a todos los que estaban cerca:
—¡Fui yo quien se enamoró de Ramiro primero! ¡Todo es culpa mía! Si quieres golpearme o insultarme, hazlo conmigo, pero por favor, ¡no me saques del lado de Ramiro! ¡No puedo vivir sin él!
Mónica quedó desconcertada por la repentina escena. Antes de poder reaccionar, una fuerte embestida la lanzó hacia atrás.
—¡Pum!
Su frente chocó contra la pared, un dolor agudo la atravesó, y la sangre empezó a brotar de inmediato.
Intentó cubrirse la herida, la vista oscureciéndose, mientras escuchaba la voz furiosa de Ramiro: —¡Mónica! ¿Qué le hiciste a Claudia ahora?
Al levantar la cabeza, vio a Ramiro inclinándose con cuidado para levantar a Claudia del suelo, como si se tratara de un frágil tesoro.
Y la mirada que le dirigió a Mónica estaba llena de odio y desprecio, como si mirara algo sucio e indigno.
—Me alejo solo un momento y ya no puedes evitar molestarla. ¿Cómo puedes ser tan cruel, Mónica? —La voz de Ramiro era fría, cargada de burla y reproche. —Te advierto: si vuelvo a verte hacerle daño a Claudia, no te lo voy a perdonar.
Sin siquiera mirar la sangre que corría por la frente de Mónica, se alejó abrazando a una Claudia aún "sollozante".
Mónica aguantó el dolor punzante de la herida y miró sus siluetas abrazadas alejarse, sin poder decir una sola palabra.
Al alzar la vista, se cruzó con la mirada de Claudia, colmada de triunfo y desafío.
Todo aquello le pareció tan absurdo que dejó escapar una sonrisa amarga, pero el gesto le jaló la herida, aumentando el escozor.
En realidad, Claudia no necesitaba hacer nada de eso.
Ella de verdad se marcharía muy pronto.
Para entonces, con quién quisiera estar Ramiro, ya no tendría nada que ver con ella.
…
Pasaron algunos días y llegó el quinto aniversario de su matrimonio.
Como los anteriores habían pasado desapercibidos, Mónica pensó que aquel año sería igual.
Se preparó para salir como siempre, pero al bajar vio a Ramiro, rara vez tan impecable: traje de alta costura, el cabello perfectamente peinado, y de pie en la entrada como si esperara a alguien.
Por un segundo, el corazón de Mónica dio un pequeño brinco. Un pensamiento absurdo, involuntario, se le escapó:
"¿Estará esperándome?"
Pero la idea duró apenas un instante, antes de ser triturada por la realidad.
Claudia bajó corriendo las escaleras, radiante, y se aferró con cariño al brazo de Ramiro: —Ya estoy lista, vámonos.
Las facciones de Ramiro se suavizaron apenas la vio, y respondió con un leve murmullo de asentimiento.