Capítulo 1
En el año en que la depresión de Sofía alcanzó su punto más grave, ella sentía que nada en el mundo valía ya la pena.
Su única salvación era su amante y, a la vez, su psicólogo: Adrián.
Ese día, él había llegado más tarde de lo habitual. Sofía se escondía dentro del armario, escuchando el sonido de sus pasos firmes y precisos, como un metrónomo.
Pero aquel día había algo distinto, junto a él resonaban unos pasos ligeros y emocionados, era la hermana de Sofía, Valeria.
Su cuerpo se tensó de forma casi imperceptible. Nadie sabía que ella estaba escondida allí.
Afuera, la voz de Valeria sonó empalagosa. —¡Adrián, tu consultorio tiene una vista preciosa! ¿Es aquí donde tratas a mi hermana?
La voz de Adrián fue suave, incluso con un matiz de indulgencia. —Si te gusta, puedes venir cuando quieras.
Una sensación gélida se apoderó del corazón de Sofía. Encogida en el rincón más profundo del armario, observó a la pareja al otro lado de la puerta.
La mano de Adrián se posó con naturalidad en la fina cintura de Valeria. En ese instante, Sofía sintió que su respiración se detenía.
Luego escuchó su voz, impregnada de la intimidad y la certeza propias de los amantes. —Vali, no pienses tonterías. En esta vida, yo solo te amo a ti.
Valeria rio con coquetería, dibujando círculos en el pecho de Adrián con la punta del dedo. —¿Y mi hermana? ¿No se supone que eres su psicólogo?
Adrián soltó una breve risa, cargada de esa indiferencia propia de quien cree tener todo bajo control.
—Pequeña desalmada… ¿Para quién crees que estoy siendo su médico? Cuando la 'trate' hasta que ya no pueda vivir sin mí, entonces podré guiarla al suicidio…
Adrián hizo una pausa e, inclinándose para rozar con intimidad la frente de Valeria, añadió:
—Todo lo suyo será tuyo: su talento, su fama. Todo lo que debería haberte pertenecido… será para ti.
El cuerpo encogido de Sofía empezó a temblar con violencia.
Valeria había crecido siendo la niña adorada por sus padres, mientras que Sofía siempre había sido la relegada.
Desde pequeña, todo lo que le pertenecía terminaba, tarde o temprano, en manos de Valeria si a esta le apetecía.
El vestido nuevo que Sofía acababa de estrenar si su hermana lo miraba dos veces, su madre se lo arrancaba directamente del cuerpo.
El boceto que Sofía había dibujado tras noches de desvelo, Valeria lo rompía, y su padre aún la elogiaba por tener "buen ojo".
Cuando Sofía logró ingresar en la Academia de Bellas Artes con enorme esfuerzo, la obligaron a repetir los exámenes para que Valeria pudiera quedarse con la plaza.
La obra que convirtió a Sofía en un nombre célebre, "La llave del sueño roto".
Valeria solo tuvo que decir: "Papá, mamá, quiero hacerme famosa", y sus padres obligaron a Sofía a declarar públicamente que aquella obra era de Valeria.
—Como hermana mayor, ¿no deberías ayudar a tu hermana pequeña?
—Sofía, ¿no podrías ser más sensata? Te hemos criado todos estos años, ¿y no puedes aportar nada a esta familia?
Su talento, su esfuerzo, todo lo que era suyo… solo servía como herramienta para abrirle el camino a Valeria.
Precisamente por las dificultades de su familia de origen, Sofía desarrolló depresión; cada día se le hacía insoportable, no podía dormir y solo quería morir.
Pero su madre la miraba con los ojos muy abiertos. —¿Quieres morir? ¡Qué egoísta eres! ¿Si te mueres, quién va a pintar por Vali?
Su padre estrellaba la botella de pastillas contra el suelo. —¡Deja de fingir locura! ¡Lo que pasa es que no quieres ver triunfar a tu hermana!
Cuanto más grave se volvía la enfermedad de Sofía bajo la presión familiar, más la forzaban sus padres.
—El mes que viene Vali necesita diez cuadros nuevos para su exposición. ¡Si no terminas, no duermes!
—El médico dice que tienes depresión, ¿sí? Pues te lo digo yo, lo que necesitas es una paliza. ¿Qué depresión ni qué tonterías? ¡A golpes se curan todas las enfermedades!
Aquella noche, sus padres celebraban una fiesta de felicitación para Valeria en la planta baja; las risas y las voces alegres subían a través del suelo.
Sofía, sentada en el oscuro estudio, tomó un cúter; la hoja se apoyó en su muñeca y, al hacer un corte tras otro, ya ni siquiera sentía dolor.
Observó fríamente cómo su sangre se extendía poco a poco, hasta que, de repente, con un "¡bang!", la puerta fue golpeada y se abrió de golpe.
Adrián irrumpió en la habitación.
—¡Suelta el cuchillo! —gritó mientras se lanzaba hacia ella para arrebatárselo.
En medio del forcejeo, la hoja se clavó profundamente en el lado izquierdo del pecho de él. La sangre brotó al instante. Adrián cubrió los ojos de Sofía con la mano y la abrazó con fuerza.
—Sofía, no mires. Estoy aquí.
Cuando vio a Adrián en la cama del hospital, pálido como la nieve, algo en el corazón helado de Sofía se resquebrajó por primera vez. Nunca antes nadie había estado dispuesto a sangrar por ella.
Un año después, los antidepresivos habían dañado gravemente los riñones de Sofía. El médico dijo que, sin un trasplante adecuado, como mucho viviría tres meses.
Al enterarse, Adrián se acostó directamente en la camilla de operaciones.
—Mi riñón le va a servir —le dijo al médico responsable—. Si solo uno puede vivir, entonces debe ser ella.
Las lágrimas de Sofía finalmente cayeron. Aquella muralla impenetrable en su corazón se derrumbó por completo.
Que un psicólogo se enamorara de su paciente era un tabú profesional; el hospital de Adrián recibió de inmediato una denuncia.
Ante el interrogatorio del comité profesional, Adrián se puso de pie y miró a todos con firmeza.
—Amar no es un error. Amo a mi paciente Sofía. Estoy dispuesto a donar mi riñón y asumir todas las consecuencias.
La licencia médica de Adrián fue revocada en el acto.
Todos decían que estaba loco, pero él tomó su mano con una sonrisa. —Sofía, amar es dar. Recuerda, cualquier cosa que haga por ti vale la pena.
En ese momento, ella por fin creyó que en este mundo realmente existía alguien que la amaba más que a su propia vida.
Pero ahora, la realidad le golpeaba la cara con brutalidad, ¡todo lo que Adrián había hecho era por Valeria!
Había cambiado su riñón por ella solo para que pudiera seguir pintando, seguir siendo la mano oculta que firmaba para que Valeria alcanzara la gloria.
En ese instante, Sofía volvió a desear la muerte, pero también se negaba a aceptarlo. Si moría, realmente no le quedaría nada.
Valeria disfrutaría de todos los elogios bajo el nombre de sus obras; Adrián seguiría interpretando al amante profundo y manipulador; sus padres suspirarían aliviados por haberse deshecho por fin de aquella "carga".
Ellos ganarían por completo, y ella ni siquiera tendría un nombre propio en su lápida.
¿Con qué derecho? Una oleada ardiente de indignación rompió de golpe la quietud desesperada que la envolvía.
¿No le encantaba a Adrián actuar?
¿No quería verla derrumbarse, verla depender de él, verla convertirse por completo en su creación?
Bien.
Entonces ella también actuaría para él.
Seguiría siendo esa Sofía frágil e indefensa, la que dependía y confiaba en él, la paciente que no podía vivir sin él.
Se tomaría las pastillas obedientemente, aceptaría el "tratamiento" e incluso… Escucharía sus órdenes para "morir".
Sofía se puso de pie lentamente y caminó hasta el espejo.
Esta vez, ya no era una pieza manipulada por otros.
Lo que iba a recuperar no eran solo sus obras y su reputación.
Iba a hacer que todos ellos pagaran el precio.