Capítulo 4
La puerta de la habitación se abrió de nuevo y, tras mirar alrededor con cautela, la mujer vestida con traje de enfermera le metió en la mano el informe.
—Señorita Rosa, ¿acaso ofendió a alguien? Está claro que sufrió lesiones internas tan graves, pero arriba nos ordenaron falsificar un informe de examen para mostrárselo a aquel señor.
—Este es su informe real. Tiene una vieja lesión en la tráquea y también hay un cuerpo extraño en su estómago que necesita ser extraído mediante cirugía para poder examinarlo.
Tras decir esto, la enfermera se fue rápidamente.
Rosa se quedó mirando fijamente la pared, aturdida.
La lesión en la tráquea se la había causado cuando acababa de llegar a prisión, forzada por un grupo de personas a tragarse comida con objetos extraños dentro.
Aquel día, había perdido muchísima sangre.
Recordó que en el pasado le habían robado el bolso y también le habían hecho un corte en la pierna.
Al ver la herida en su pierna, en los ojos de Sergio asomó un dolor compasivo.
Él la había abrazado con fuerza, disculpándose con ella toda la noche.
Desde aquella vez, él conducía todos los días desde la dirección contraria solo para recogerla al salir del trabajo.
El trayecto duraba cuarenta minutos; primavera, verano, otoño e invierno, nunca había emitido una queja.
Y ahora…
Rosa miró el informe con una sonrisa amarga.
Había sido una tonta.
Creyó que el amor que un hombre profesaba duraba para toda la vida.
Rosa necesitaba una cirugía y no tenía dinero para pagarla, así que solo podía llamar a Sergio.
Después de todo, el dinero que había ganado trabajando anteriormente seguía en manos de él.
Pero en cuanto Sergio escuchó la palabra cirugía, soltó una risa furiosa.
—Rosa, ¿aún no has actuado lo suficiente? Solo fueron unas copas, y ya quieres operarte. ¡Aquí todo está hecho un desastre, ¿podrías no seguir complicándome la vida?!
Hubo un estruendo en la línea y, al poco, ella escuchó al mismo hombre que la había reprendido con dureza hace un instante volverse para consolar con ternura a Elena. —Elena, te ha venido la regla, no puedes comer esto. Sé buena, hazme caso.
Aunque Rosa ya había perdido por completo la esperanza en Sergio.
En ese momento, su corazón se sintió como si algo lo envolviera y lo apretara, provocando un dolor asfixiante.
No podía llorar, solo podía soltar carcajadas feroces.
Hasta que se cansó de reír y ya no pudo seguir.
Los gastos de la cirugía los cubrió una antigua compañera de prisión.
Al ver su aspecto tan desastroso, Clara Ortega encendió un cigarrillo y se lo metió en la boca.
Tras un rato, le gritó con rabia e impotencia: —Dime, ¿no te da vergüenza? ¿Qué haces buscando a ese tipo de hombre después de salir de prisión?
Con los ojos enrojecidos, Rosa, con la mirada turbia, la miró fijamente.
Pasó un largo rato antes de que moviera levemente las comisuras de los labios.
—¿Crees que aún lo amo?
—Si no, ¿qué? Si yo fuera tú, ya le habría soltado una cachetada y habría acabado con esos dos desgraciados.
Rosa sonrió, entrecerrando los ojos.
—¿Y cómo podría ser así?
Sergio había destruido su vida, la había colocado en un pilar de vergüenza para ser insultada y despreciada por todos.
Y aun así él seguía siendo su esposo, su abogado Sergio.
Elena, además, en esos tres años, se había convertido en una abogada capaz de estar a su altura.
¿Quién sabía que ellos habían escalado hasta convertirse en montañas admiradas por miles gracias a la carne y la sangre de ella?
Ella no olvidaría jamás todas las humillaciones sufridas. Tiraría a Sergio y a Elena al suelo, para que se convirtieran en lodo bajo los pies de todos.
—Clara, ¿conoces a alguien del Registro Civil?
Ella, desconcertada, asintió.
—Clara, ayúdame con otra cosa, por favor. Dentro de un mes, ayúdame a cancelar toda la información relacionada conmigo…
Cuando Sergio se enteró de que Rosa realmente se había operado, fue inmediatamente a la habitación del hospital.
Incluso buscó a un especialista para analizar el tumor extraído del estómago de Rosa.
Desde la comida hasta los cuidados, parecía querer mimarla hasta convertirla en una princesa.
Hasta que los resultados demostraron que era benigno.
Con un temor tardío, abrazó a Rosa con fuerza.
Fue entonces cuando ella descubrió que él estaba temblando.
Le pareció algo ridículo y no pudo evitar burlarse. —¿No fuiste tú quien dijo que no necesitaba una operación? ¿Por qué estás tan asustado ahora?
Sergio sabía que ella estaba resentida.
Tomó sus manos y las presionó contra sus finos labios; en sus ojos había tanto preocupación como lucha.
—Rosa, ya descubrí quién falsificó el informe. Era una amiga de Elena; su intención era desquitarse por ella y por eso hizo una tontería como esta. Ya la castigué, ya te hice justicia, así que ahora…
Rosa levantó súbitamente la mirada y se encontró con sus ojos.
—Quiero saber, ¿cómo la castigaste?