Capítulo 5

Lorenzo miró a Andrea durante mucho tiempo; la furia en sus ojos fue dando paso, poco a poco, a la confusión. —¿Como a las malas no funciona, quieres por las buenas? Se acercó un paso más. —Andrea, te lo advierto: no importa lo que hagas, jamás te perdonaré. Ella no respondió, solo lo observó con calma. Su mirada le provocó a Lorenzo una irritación inexplicable; entonces, salió del salón. Cuando Andrea llegó a su casa, el dolor de estómago era tan intenso que no podía enderezarse. Corrió al baño, se apoyó en el lavabo y vomitó más sangre; el líquido salpicó los azulejos blancos. Temblando, se tragó unas pastillas para el dolor y, cuando el malestar disminuyó un poco, se dio una ducha caliente. Mientras se secaba el cabello, vio que en el cepillo había quedado un gran mechón; al mirarse al espejo y contemplar su aspecto demacrado, tomó conciencia de algo... Quizá ni siquiera aguantaría medio mes más. Al día siguiente, Andrea fue a un estudio fotográfico. —¿Una foto para el retrato póstumo? —El señor se ajustó las gafas, mirando sorprendido a la joven tan guapa que tenía delante—. Señorita, usted es joven, ¿cómo es que quiere hacerse un retrato póstumo...? —Estoy enferma; me queda poco tiempo de vida. —Andrea sonrió—. Por favor, ayúdeme a salir bonita en la foto. El señor suspiró y, con manos delicadas, le acomodó el cabello. —Tranquila, te aseguro que saldrás preciosa. Frente a la cámara, ella llevaba un maquillaje ligero y su vestido rojo favorito. Sonreía con un brillo desenfadado, como si aún fuera aquella niña despreocupada y llena de vida de otros tiempos. Al terminar la sesión, el señor preguntó: —¿Quieres llevarte las fotos impresas? —No —negó con la cabeza—, arréglelas un poco y, cuando estén listas, mándelas a esta dirección, por favor. Anotó la dirección de su casa, pensando que, cuando llegara el momento, pondría su retrato junto al de Yolanda. Al salir del estudio, pasó por la capilla familiar de los Castro. Se detuvo frente a los retratos de Simón y Yolanda, acariciando el borde del marco. Ella sonreía dulce en la foto; la mirada de Simón seguía siendo tan tierna, como si en cualquier momento fueran a salir de la imagen para acariciarle la cabeza, como antes. —Simón, Yolanda... —murmuró casi inaudible—. Pronto podré ir a acompañarlos. —La enemistad entre nuestras familias... —Hizo una pausa; una lágrima cayó sobre la mesa—. Por fin va a terminar. —Andrea, ¿quién te permitió entrar? La voz de Lorenzo se escuchó a su espalda. Ella tembló de pies a cabeza y, sin querer, golpeó el marco de la foto con el codo. "¡Crash...!" El sonido de cristales rotos retumbó, en el silencio de la capilla familiar. La cara de él se ensombreció, volviéndose aterrador. Se abalanzó hacia ella y le sujetó la muñeca con fuerza. —¿No fue suficiente con que los mataras? ¿También quieres destruir sus retratos? —¡No fue a propósito! —Ella forcejeó, intentando liberar su mano—. ¡Si no hubieras aparecido así, no hubiera sucedido esto...! —¡Cállate, Asesina! ¿Con qué derecho tocas sus cosas? —¡Solo quería verlos! —¿Verlos? —Lorenzo soltó una carcajada, en sus ojos había furia—. ¿Tú te crees digna? Él la arrastró hacia la puerta. Ella tropezó varios pasos y se golpeó la rodilla contra el umbral. —¡Suéltame! —Se aferró con todas sus fuerzas al marco de la puerta, hasta que casi se le rompieron las uñas—. ¡Lorenzo, estás loco! —¡La loca eres tú! —De un empujón la lanzó al centro de la capilla—. Muy bien, si no quieres irte, entonces arrodíllate aquí y expía tus pecados ante ellos. Los guardaespaldas se acercaron y la sujetaron por los hombros. Andrea forcejeaba, desesperada. —¡Quítense de encima! Ya tengo mi propia forma de expiarme, ¡pero no es esta! La mirada de Lorenzo se volvió aún más gélida; levantó el pie y le dio una fuerte patada en la parte trasera de la rodilla. "¡Ah...!" Ella soltó un grito de dolor, cayó de rodillas y estas chocaron contra los cristales rotos. La sangre empapó el dobladillo de su vestido.