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Capítulo 4

Por boca de Daniel, Lorena supo que, desde que ella se marchó de la familia Medina, él había caído enfermo y se había ido al extranjero para recuperarse. Lorena se sentía profundamente culpable. Como hija, había sido demasiado incompetente. Ni siquiera supo que él estaba enfermo. —Papá, quiero divorciarme. Daniel, que más o menos intuía por lo que estaba pasando, la consoló con unas palabras y luego le propuso: —Divórciate de él. Todos estos años, ya he transferido la mayor parte de los bienes al extranjero. Cuando te divorcies, podrás venir a heredar el negocio familiar. Lorena no podía creer lo que oía. Si Daniel ya había transferido los bienes, ¿qué pasaba entonces con el Grupo Altamira en el país? ¿Era solo una carcasa vacía? Con razón había entregado la empresa a Sofía con tanta facilidad. Más sabe el diablo por viejo que por diablo. Ya que había tomado la decisión, Lorena no dudó más. Tras colgar la llamada, contactó directamente con Sergio Castro, un abogado estrella muy conocido en el país. —Vaya, señorita Lorena, por fin lo ha pensado bien. Yo creía que no sería capaz de dejar a Juan. Lorena no se molestó por las bromas de Sergio, conocía bien su carácter. Aunque parecía poco serio, a la hora de trabajar era totalmente fiable. —¿Vas a ayudarme o no? —Por supuesto. Déjame a mí este asunto, te lo resolveré. Tras explicarle todo, Lorena miró en dirección al auto antes de darse la vuelta y marcharse. Por la noche, Lorena recibió un mensaje de Juan diciendo que tenía que quedarse trabajando hasta tarde. Le echó una ojeada casual y dejó el celular a un lado. Empezó a deshacerse de cosas inútiles. Ese collar fue el regalo de cumpleaños número veinticinco que le hizo Juan; valía mucho dinero, así que lo donó. Esas cartas de amor que le escribió cuando la cortejaba, no eran más que papeles viejos; las tiró a la basura. Aquel duraznero lo habían plantado juntos el día de su boda; ya no le servía, así que mandó talarlo. Lorena se deshizo de todas las pruebas de su amor, como si de ese modo también pudiera desprenderse de sus sentimientos por él. A la mañana siguiente, cuando Juan regresó y vio la habitación vacía y las grandes maletas, experimentó una extraña inquietud en su corazón. —Cariño, ¿a dónde piensas ir? Lorena esbozó una leve sonrisa. —Voy a salir, por eso lo he guardado todo. —¿Salir? ¿A dónde vas? Juan preguntó instintivamente. —Por supuesto que a la Isla de los Vientos. ¿Se te olvidó que María está a punto de casarse? Esta última era la mejor amiga de Lorena y su boda sería dentro de medio mes. Cuando Juan se enteró de que iba a la boda de María, se tranquilizó un poco. —¿A qué hora sale tu vuelo? Iré a llevarte. —Dentro de cinco días. Justo cinco días después coincidía con la rueda de prensa en la que Sofía sería nombrada jefa, así que él no podría desentenderse de sus compromisos. —Lo lamento, cariño. Ese día tengo una reunión muy importante. Haré que el chófer te lleve. Los ojos de Lorena se entrecerraron levemente, ocultando el sarcasmo en su mirada. En el corazón de Juan, los asuntos de Sofía siempre eran más importantes que ella. En realidad, nunca debió seguir teniéndole expectativas. Lorena arrancó de raíz la última pizca de esperanza que guardaba por Juan y, en su rostro, ya no quedó ni un rastro de bondad. Juan se encontró con la mirada serena e inmutable de Lorena y sintió una punzada inexplicable en el corazón. Abrió la boca, queriendo decirle que él la llevaría. Pero cuando las palabras iban a salir, lo que dijo fue: —Esta noche Javier organiza una fiesta en el yate. Te llevo para que te distraigas un rato. Cuando Lorena escuchó que era una fiesta en el mar, hizo una mueca. Desde aquel incidente en que casi se ahoga, le había tomado un rechazo instintivo a los lugares con mucha agua. Pero Juan no le dio oportunidad de rechazar la invitación, metiéndola en el auto. Lorena, sentada en el asiento del copiloto, no podía evitar sentirse incómoda. Ayer, ella misma había visto a Juan y Sofía haciendo el amor allí. Conteniendo la incomodidad en su interior, extendió la mano bajo el asiento, tratando de encontrar una posición más cómoda. Pero lo que tocó fue algo resbaladizo. El rostro de Lorena no pudo ocultar el asco.

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