Capítulo 7
El salón privado quedó en silencio por un instante.
Alguien rió para suavizar el ambiente: —¿Eso qué clase de secreto es? En unos días Arturo va a operarse, darle un regalo a Jairo en agradecimiento es normal.
Los demás asintieron: —¡Exacto! ¡Cambia de secreto! ¡Si no, tendrás que cumplir un reto!
María respiró hondo, estaba a punto de hablar.
Un leve crujido se oyó desde arriba.
Nadie le prestó atención, excepto Jairo. Instintivamente levantó la vista y vio cómo la lámpara de cristal oscilaba ligeramente, los tornillos que la sostenían estaban casi sueltos.
—¡CRASH!
Un estruendo retumbó cuando la lámpara se desplomó.
En una fracción de segundo, Jairo empujó la silla y se lanzó hacia Lorena, cubriéndola bajo su cuerpo. El candelabro estalló contra su espalda, las astillas de cristal volaron en todas direcciones.
Y María...
Ni siquiera tuvo tiempo de apartarse.
—¡Ahhh!
Un dolor lacerante le recorrió la espalda mientras los fragmentos se clavaban en su piel. Tropezó hacia atrás, hasta caer al suelo, y pronto la sangre empapó su vestido.
Con la visión nublada, alcanzó a ver a Jairo revisando con desesperación las heridas de Lorena.
—¡Lorena! ¿Dónde te lastimaste? —Su voz estaba cargada de angustia.
Lorena apenas tenía un rasguño superficial en el brazo, pero lloraba desconsolada: —Me duele mucho...
—¡Te llevo al hospital ahora mismo! —Jairo la alzó en brazos y salió a toda prisa, sin volver la cabeza hacia María, que yacía ensangrentada en medio de los vidrios rotos.
María permaneció tendida en el suelo, mientras la sangre brotaba sin cesar de sus heridas.
Él había elegido a Lorena.
Sin titubear.
Reuniendo fuerzas, María se levantó entre los cristales y fue sola al hospital.
Mientras los médicos limpiaban sus heridas y quitaban los vidrios, el dolor le hacía sudar frío, pero no soltó un quejido.
No sabía cuánto tiempo había pasado cuando su teléfono vibró, era un mensaje de Jairo.
[María, Lorena entrará a la cirugía de médula. Debo acompañarla y no puede haber fallas. Ve al hospital y, si necesitas algo, pide a una enfermera.]
María no contestó. Estaba a punto de apagar el celular cuando vio la actualización de estado de Lorena en WhatsApp.
Una foto mostraba su muñeca adornada con un brazalete de jade. El texto decía: [Un regalo de Jairo. Dice que me queda perfecto.]
La pupila de María se contrajo de golpe.
¡Ese brazalete era el regalo que Arturo le había dado en su cumpleaños número dieciocho! Tras la muerte de Arturo, nunca tuvo el valor de usarlo; lo había guardado con sumo cuidado en la caja fuerte de casa.
¿Y Jairo se lo había dado a Lorena?
Ignorando las advertencias del médico, María se arrancó la aguja de la vía y salió tambaleándose hacia la habitación de Lorena.
Al final del pasillo abrió la puerta y la encontró recostada, jugando con el brazalete con evidente satisfacción.
Al verla entrar, Lorena cambió de inmediato su expresión a una fingida lástima y escondió la muñeca tras la espalda.
—María.
—Aquí no hay nadie. No hace falta que actúes. Devuélveme el brazalete. —La voz de María sonó áspera y cortante.
Lorena negó con los ojos enrojecidos: —No. Me he asustado mucho, este es un regalo que Jairo me dio.
Mordió su labio y añadió: —Tú lo tienes todo, y yo solo tengo esto. ¿No puedes dejármelo?
—Ese brazalete me lo dio mi padre. Devuélvemelo. —María apretó cada palabra con fuerza.
Sin más, se abalanzó hacia ella para arrebatárselo.
En medio del forcejeo, Lorena abrió de golpe la ventana, ¡y arrojó el brazalete al vacío!