Capítulo 2
Sin pensarlo dos veces y ante la situación frente a él, Jorge agitó su gran mano en el aire y ordenó en voz alta: "Llama al médico de familia para que verifique qué hay en la sopa de nido de salangana."
El padre sabía que sus dos hijas nunca se habían llevado bien. Raquel, la hija con su primera esposa, siempre era muy consentida, mientras que Lucía, la hija de su segunda esposa, siempre era más tolerante. Estaba seguro de que este conflicto solo podría resolverse con pruebas sólidas.
Es por ello que un profesional tuvo que ser llamado para examinar la sopa. El doctor llegó rápidamente a la Mansión García y, con herramientas profesionales, comenzó a realizar los exámenes correspondientes.
“Lucía, dame tu teléfono”, le ordenó el padre a su hija.
"Yo no lo tengo, ¡Raquel lo tiró al suelo! No lo he tocado desde entonces”, exclamó Lucía en un tono lastimero.
Jorge levantó el teléfono del suelo y abrió el registro de llamadas. En la pantalla se podía visualizar la evidencia de que se había realizado una llamada hace unos diez minutos, hora que coincidía con lo que Raquel había afirmado.
En ese momento, la novia miró sigilosamente el registro de llamadas, segura de sí misma. Quería ver cómo su hermanastra podía negar semejante evidencia.
El padre, sin dudarlo, marcó el número desconocido al que se había realizado la llamada; sin embargo, para sorpresa de todos, de inmediato se escuchó una voz automatizada al otro lado del teléfono diciendo "Presione 1 para consultar el saldo; Presione 2 para realizar el pago..."
En ese momento, el hermoso rostro de Raquel se oscureció. No entendía cómo podía estar sucediendo eso. Hace unos minutos, Lucía había llamado a alguien justo en frente de ella y le ordenó a unos guardaespaldas que vinieran a vi*larla, pero ella había logrado arrebatarle el teléfono antes de que su hermanastra pudiera terminar sus palabras, por lo que era imposible que se hubiera manipulado el registro de llamadas.
Sin embargo, las pruebas demostraban claramente que la última llamada se había realizado a la compañía de telefonía.
Inmediatamente al escuchar la llamada, todos los presentes en la habitación voltearon a mirar a Raquel con sospecha y decepción.
Aprovechando aquel momento en el que reinaba el silencio, Lucía lloró amargamente, como si la hubieran ofendido.
Raquel no podía hacer otra cosa más que apretar los puños con fuerza para reprimir su ira. No entendía cómo podía estar pasando aquello. Algo no cuadraba.
Afortunadamente, todavía podía confiar en el doctor de familia; por lo que, con la esperanza de resolver la situación de una vez por todas, se volvió hacia él y le preguntó: "Doctor Urquijo, ¿encontró algo?"
El doctor posó su mirada sobre ella y en voz baja respondió: "Señorita Raquel, no hay ninguna sustancia inusual en la sopa de nido de salangana."
“Pero sabía extraño cuando la comí. E incluso Lucía admitió haberle puesto algún tipo de dr*ga…” En ese momento, la novia recordó las palabras que su hermanastra había mencionado con un tono tan cruel que le dio escalofríos, aquello se había grabado profundamente en su mente.
"En verdad no hay nada extraño en aquella comida, señorita", enfatizó el Doctor Urquijo una vez más.
"Raquel, te lo dije, nunca quise lastimarte." Lucía volvió a gritar en un tono acongojado y, de inmediato, se ganó la simpatía de todos los presentes.
Incluso Darío posó su suave mirada sobre ella en señal de empatía y como forma de consolarla.
Comparada con Raquel, quien permanecía serena y elegante incluso en esta situación, Lucía se veía realmente patética emitiendo sollozos forzados para ganar la simpatía de todos.
De pronto, una idea atravesó la mente de Raquel y, ¡de repente lo entendió todo!
Nunca hubo ningún tipo de dr*ga en la sopa. Incluso Lucía había pretendido hacer esa llamada. Su hermanastra había orquestado toda la situación para engañarla y para que Raquel terminara acusándola, de modo que cuando se revelara la verdad, Raquel no pudiera defenderse y perdiera la confianza de todos.
Raquel se dio la vuelta para ver a su papá y con un tono ansioso intentó explicarle la situación. “Papá, sé lo que ocurre. Lucía hizo todo esto a propósito para…”
Antes de que Raquel pudiera terminar, su padre le dio una bofetada en la cara.
Todos los presentes se mostraron levemente sorprendidos por la bofetada del padre hacia su hija.
El ambiente rápidamente se volvió extraño e incómodo, sumiéndose en un pesado silencio.
Lucía levantó la barbilla, orgullosa de cómo se estaba desarrollando la situación, y le dedicó una sonrisa triunfal a Raquel.
Sin embargo, Raquel no estaba de humor para mirar a su hermanastra. Llevó su mano a su mejilla, la cual estaba roja debido al golpe, y, con incredulidad, miró a su padre.
Él siempre había sido amable con ella y ¡nunca la había lastimado!
El rostro de su padre esbozaba una expresión lívida por la ira.
“Raquel, sé que siempre has sentido rencor contra Lucía, pero nunca esperé que se te ocurriera un plan tan perverso para incriminarla y destruir la imagen que tengo de ella. Pero todo es mi culpa. ¡Soy el que siempre te consintió y quien dejó que te convirtieras en esta persona tan perversa que eres ahora!"
Su padre había perdido toda la confianza que tenía en ella. Aún con la mano sobre su mejilla ardiente, la novia posó la mirada sobre Darío, esperando que al menos él creyera en ella. Hoy era el día en el que ambos se unirían en matrimonio, él era su novio, por lo que pensaba que sin duda le creería a ella. "Darío..."
Sin embargo, antes de que pudiera terminar sus palabras, el novio la interrumpió.
"Raquel, realmente me has decepcionado." Darío se dirigió a ella con voz grave. Su amable rostro estaba serio en este momento, y sus dulces ojos se habían vuelto fríos.
Miró a Raquel sin piedad, como si estuviera mirando a una extraña, pero cuando se volvió la mirada hacia su hermanastra, sus ojos se llenaron de una intensa simpatía y piedad.
La novia se sorprendió por las palabras de su prometido. Y aunque estaba enojada, toda la situación le parecía ridícula y, al pensar aquello, no pudo evitar reír a carcajadas. No entendía cómo era que se había convertido en el blanco de todas las críticas.
Nunca antes le habían importado Sara y Lucía. Para ella, su madrastra era una destructora de hogares, por lo que, siempre las odiaba a ella y a su hija. Eso lo sabían todos.
Sin embargo, Raquel siempre creía que el tenderles algún tipo de trampa para exponerlas era un movimiento patético y poco elegante de parte de ella.
Pero hoy, esas dos mujeres no solo le habían tendido una trampa, sino que también se habían ganado la simpatía tanto de su padre como de Darío.
En ese preciso momento, lo que más le dolía no eran las mentes retorcidas de Sara y Lucía, ¡sino la desconfianza de su propio padre y de su propio prometido!
Desde el principio, habían dejado que los sentimientos nublaran el juicio. Habían pensado en Raquel como la buscapleitos en el fondo de su corazón. Solo habían querido la evidencia para confirmar dichos pensamientos.
Raquel siempre se había considerado como la verdadera hija del jefe de la familia García y pensaba que algún día formaría parte de la familia Lorenzo como la esposa de Darío, pero ahora se daba cuenta de lo ridículo que sonaba todo eso.
¡Nadie le creía ni se preocupaba por ella en absoluto!
Raquel finalmente dejó de reírse. "Darío, me has decepcionado a mí también", dijo simplemente con un resoplido.
Luego, cogió las tijeras que se encontraban sobre la mesa y, sin ningún reparo, cortó el dobladillo de su vestido de novia. Después, continuó rompiendo el vestido y finalmente lo arrojó al suelo.
Los ojos de Darío se oscurecieron al observar lo que hizo de su prometida. "¿Qué estás haciendo, Raquel?"
"¿Acaso no era esto lo que querías?" Por lo general, Raquel tenía los ojos brillantes y joviales, pero en ese momento, los tenía nublados y llorosos.
Finalmente, con pasos pesados caminó hacia su equipaje y, con sus pertenencias en las manos, bajó las escaleras.
Luego de unos instantes, una criada corrió hacia el padre, angustiada y sin saber qué hacer: “Señor, la señorita Raquel quiere irse de casa...”
"¡No te preocupes por ella!", Jorge exclamó. Se podía ver en su rostro claramente el enfado ante la situación y en su mente rondaba insistente la idea de que debería disciplinar a su hija.
En contraste con el padre, los ojos de Darío reflejaban una notoria ansiedad, preocupado por su prometida. Sin embargo, justo en el momento en el que se giró para ir tras Raquel, Lucía dejó escapar un gemido de dolor y cayó al suelo desmayada.
“¿Qué te ocurre, hija? No me asustes…”, su madre exclamó en voz alta.
Darío se detuvo y se apresuró a regresar al lado de la chica en el suelo, preocupado.
Jorge también se acercó y tomó a su hija en brazos con ansiedad.
Raquel miró hacia atrás cuando llegó a la puerta, pero al ver desde el primer piso lo que estaban haciendo su padre y Darío, salió de la mansión y, sin dudarlo, dejó atrás a la familia García.
¡Tomó firmemente su equipaje y se dirigió directamente al ayuntamiento!