Capítulo 16
La luz de la mañana se filtraba por la rendija de la ventana, proyectando sombras temblorosas en el suelo.
Isabela abrió los ojos, confundida por un instante, hasta recordar dónde estaba.
El amanecer era silencioso; solo se oía el viento entre los pinos y, a veces, el canto agudo de un ave.
Se puso el abrigo y abrió la puerta; una ráfaga de aire frío y limpio le rozó el rostro.
Bajo el alero colgaba un móvil hecho con cáscaras de frutos del bosque.
Era un conjunto de piñas y cáscaras de avellana, cada pieza pulida con esmero y unida con cuerdas de yute.
Al soplar el viento, chocaban entre sí y emitían un sonido claro, casi dulce.
Daniel lo había colgado allí días atrás; apenas esa mañana Isabela lo había notado al despertar.
Extendió la mano y tocó suavemente el móvil, sin evitar que una sonrisa le curvara los labios.
La cabaña de Daniel no quedaba lejos, solo separada por una pequeña loma.
Cada mañana, desde la ventana, Isabela lo veía entrenar en la nieve con el abrigo grueso y el ro

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