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Capítulo 4

Victoria quedó asombrada por unos minutos, pero pronto reaccionó y tomó el celular. —No lo compré. Debe de ser un mensaje promocional de boletos con descuento de la aerolínea. Jonás quiso seguir preguntando, pero al ver que Victoria no quería hablar más sobre el tema, contuvo todas las dudas que sentía. Después de todo... Victoria nunca le mentía. Así que dejó el celular, agachó la cabeza y fue a bañarse. Pero Victoria lo llamó antes de que se fuera, y sacó del armario el botiquín de primeros auxilios. —Te cortaste la espalda con un pedazo de vidrio. Déjame curártelo. Jonás quedó un poco sorprendido, pero de manera obediente se sentó en el sofá y se quitó la chaqueta, dejando al descubierto la herida. No era grave, pero al estar en la espalda, nadie se había dado cuenta. No esperaba que Victoria lo hubiera notado. La observó mientras desinfectaba con un hisopo de algodón, concentrado. Entonces recordó aquella carta. —Victoria, sobre la carta de hoy... —Después te bañas y te limpias bien, si no se te va a infectar. Cuando te pelees en el futuro, ten más cuidado con lo que te pueda pasar. Ya no habrá nadie que te aplique el medicamento. Victoria no le dio la oportunidad de seguir preguntando. Interrumpido en sus pensamientos, Jonás no alcanzó a escuchar con claridad lo último que ella le había dicho, así que levantó la cabeza y preguntó. —¿Qué dijiste? Victoria no dijo nada, terminó de vendar la herida y se dio la vuelta para entrar en el dormitorio. Cuando terminó de secarse el cabello, Jonás ya había salido del baño. Él se acercó por iniciativa propia, la rodeó por la cintura y se inclinó para besarla. Pero ella por instinto giró la cabeza, esquivando así ese beso que ardía un poco, y habló con un tono indiferente. —Estoy en mis días. Quiero descansar temprano. Jonás no insistió más al respecto. La arropó muy bien y, apagó la luz. Al día siguiente, el clima era agradable. Victoria se estaba bañando cuando escuchó gritos provenientes de abajo. Cuando salió después de haberse arreglado, vio que Elisa había llegado con un grupo de personas. Jonás, apoyado en la puerta, sorprendido volvió a hablar con su habitual tono impaciente. —¿Qué haces aquí? Antes de que Elisa pudiera responder, sus amigas se acercaron riendo. —¡Eli dijo que la salvaste ayer! Está muy agradecida, ¡así que insistió en venir a darte las gracias en persona! Apenas terminaron de hablar, Elisa sacó como por arte de magia un enorme ramo de flores y un regalo bellamente envuelto. —Jonás, ¡muchas gracias por haberme ayudado ayer! Este es mi obsequio de agradecimiento para ti. Jonás no extendió la mano para recibir los objetos. Pero su expresión se suavizó bastante. Al ver eso, Elisa le pasó las flores a Victoria, con un tono que no podía considerarse amable. —Estas son las Rosa Julieta, las favoritas de Jonás. Hazme el favor de ponerlas en un florero, ¿sí? Después de escuchar esas palabras, Jonás hizo mala cara, y su voz se tornó sombría. —No pongas mi nombre sobre lo que tú prefieres. Y además, Victoria es mi esposa, no la trates como si fuera tu sirvienta. La atmósfera en el lugar se enfrió luego de esa frase. Solo Victoria permanecía con el rostro tranquilo, sin alterarse. Miró el ramo de rosas radiantes en sus manos y, por primera vez, supo el nombre de esa flor. ¿Rosa Julieta? A Elisa le gustaban. No era de extrañar que él hubiera gastado tanto dinero en cultivar esta variedad en el invernadero. Pero no dijo ni una sola palabra. Le pasó las flores a la criada que estaba al lado y le dio una serie de instrucciones. —Ve a traer los floreros que están en la vitrina del segundo piso. La mirada que Elisa le mostró se tornó más confusa, llena de segundas intenciones. Victoria fingió no notar nada al respecto, y con el desayuno en las manos se fue al balcón. Solo separada por una ventana, podía escuchar con claridad las voces en la sala. —Jonás, ¿este no es el cisne de origami que hacía por diversión en secundaria? ¿Cómo es que aún lo conservas tan bien en una caja de cristal? Si te gusta tanto, ¿mañana te traigo otra caja? —¿Cómo es que esta colección de muñecas Barbie está aquí contigo? Recuerdo que la tiré a la basura... ¿fuiste tú quien la recogió? —¡Ay! ¿Estas no son las hojas de arce que recogimos en Montaña del Viento? Qué bonito las convertiste en separadores de libros y las guardaste todo este tiempo... Luego de escuchar las exclamaciones de Elisa, Victoria recordó que la primera vez que visitó esa mansión, le preguntó a Jonás de dónde venían esas cosas. —Son pequeños regalos de mi prima que aún va al jardín de infancia. Solo los guardé. En aquel entonces, ella creyó lo que él le había dicho, hasta el punto de ignorar la emoción compleja que se ocultaba en sus ojos. Esas miradas llenas de amor y odio, de nostalgia y de rechazo. Con claridad, todas estaban relacionadas con el amor.

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