Capítulo 6
Cuando el grupo llegó al hospital, vieron a Jonás esperando afuera del quirófano.
Estaba empapado de sangre, con el sudor frío cubriéndole la frente, y sus ojos reflejaban una profunda confusión y angustia.
Era la primera vez que Victoria lo veía tan destrozado.
Varios amigos se acercaron para preguntarle qué había pasado; él se agarró el cabello con cierto remordimiento, con una voz cargada de dolor indescriptible.
—Fue mi culpa, no debí decir esas cosas que la hicieron enfadar, tampoco debí dejarla ir sola. Fue para demostrarme algo que condujo tan rápido y tuvo el accidente...
Después de escuchar que asumía toda la culpabilidad, el rostro de Victoria se transformó.
Si todo eso lo hizo por despecho, entonces, ¿cuál era la verdad?
¿Siempre había estado esperándola, esperando poder reconciliarse con ella?
Tal vez sí.
Victoria no quiso seguir pensando en este tipo de cosas.
De pronto, una enfermera salió con el rostro muy serio.
—La paciente ha perdido mucha sangre, pero el banco de sangre está en crisis. ¿Quién de ustedes es tipo O? Necesitamos sangre con suma urgencia.
Todos los amigos se miraron entre sí, porque eran todos tipo AB y nadie dijo ni una sola palabra.
Sólo Jonás era tipo O.
Se quitó el abrigo, se puso el uniforme estéril y entró al quirófano.
El tiempo pasaba minuto a minuto. Media hora después, la enfermera salió con Jonás, a quien se le veía muy pálido y agitado.
Nadie sabía cuánta sangre había donado con exactitud, pero su cuerpo ya no tenía fuerzas y, mareado, se desplomó en los brazos de Victoria.
La enfermera no se fue, sino que volvió a preguntar:
—El estado del paciente está mejorando poco a poco, pero aún así se necesitan 400 mililitros más. ¿Pueden contactar a alguien más de tipo O?
Durante la ansiosa espera, todos habían tratado de contactar a sus conocidos, pero no encontraron a nadie con ese tipo de sangre.
Frente al silencio en general, Jonás, desesperado, se vio obligó a ponerse de pie.
—¿Sólo se necesitan 400 mililitros más? Yo lo haré.
La enfermera, al ver que no le importaba arriesgar su vida, se dio la vuelta hacia él con una expresión de asombro.
—Ya has donado 600 mililitros, ¿aún quieres seguir donando?
Los amigos también cambiaron de expresión y se acercaron cautelosos para tratar de persuadirlo.
—Jona, no sigas donando sangre. Le pediré a mi secretaria que vaya a la empresa a ver si alguien con el mismo tipo puede donar por amor.
Pero Jonás se negó, su tono reflejaba cierta terquedad.
—Eli no puede esperar tanto tiempo.
Mientras hablaba, se arremangó la camisa, mostrando la marca amoratada de la aguja.
Al ver su actitud decidida, Victoria al final no pudo quedarse en silencio.
—Los doctores aún están haciendo todo lo posible. Se puede contactar a otros hospitales para poder conseguir sangre, no tienes que hacer esto.
Jonás dudo por un instante, pero no respondió, se dio la vuelta y se marchó.
Al ver que su figura se dirigía decidida hacia el quirófano, todos guardaron silencio.
Varios amigos suspiraron de repente, sus voces llenas de preocupación.
—¡Siempre que se trata de Elisa, Jona se vuelve loco! En una ocasión se peleó por ella y terminó con la pierna lesionada, pasó tres meses en el hospital, ¡y cuando salió aún fue a buscar al otro tipo para vengarse!
—Claro, en secundaria se jugó la vida por conseguirle un collar que le gustaba. Apostó a lanzarse en paracaídas desde cinco mil metros, y el equipo falló a mitad de camino, casi no lo cuenta. Y ahora otra vez, sin importarle su vida, quiere salvarla. Y pensar que yo creía que él ya tenía a Eli en su corazón, por eso lo ayudé a acercarse a Victoria... pero al final...
Durante su conversación, se olvidaron por completo de que Victoria seguía justo en ese lugar.
Al escuchar todos esos recuerdos de sus bocas, Victoria se quedó asombrada.
No fue sino hasta ese momento que comprendió cuán ridículo había sido aquel pensamiento que tuvo al levantarse el día de la boda.
¿Qué sentido tenía llegar después y calentar un corazón?
Amar es amar. El no amar es simplemente no amar.
Desde el principio, había apostado mal.
Así que, enfrentada ahora a esta derrota total, lo aceptaba resignada.
No se sabía cuánto tiempo había pasado, pero la luz roja del quirófano se apagó con lentitud.
El médico salió empujando a dos personas, y todos sintieron un nudo en el corazón, que los rodeaba con rapidez.
El doctor, secándose el sudor, miró a Jonás, que había caído inconsciente, y suspiró con admiración.
—¿Son pareja, no es así? Un chico tan devoto... ya no se ven muchos así.
Victoria venía al final del grupo. Miró las luces deslumbrantes del techo y dejó escapar una risa silenciosa.