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Capítulo 8

Después de salir del hospital, Victoria recibió una llamada del personal diciendo que su visa ya estaba lista. Recuperó todos sus documentos y comenzó a hacer enseguida las maletas. El calendario sobre la mesa perdía una hoja cada día, y pronto llegó al final. Este año estaba a punto de terminar. Y ella ansiosa también estaba a punto de dejar la ciudad en la que había vivido por más de veinte años. Durante esa semana, Jonás no regresó ni una sola vez. En cambio, Elisa enviaba todos los días cantidad de mensajes provocadores. El séptimo día antes de su partida, ella envió un video: Jonás estaba medio arrodillado en el suelo, masajeándole la pantorrilla con una ternura extraordinaria. Victoria lo miró con desprecio mientras arrojaba a la basura todas las cosas que le había comprado a él a lo largo de los años. El quinto día antes de partir, Elisa mandó unas fotos: Jonás había traído una bella caja de joyas y personalmente le colocaba un anillo en el dedo. Victoria, con un movimiento repentino, hizo mil pedazos la foto de bodas y la arrojó al fuego de un tirón. El tercer día antes de irse, el teléfono recibió una grabación: Jonás, incluso dormido, murmuraba entre sí el nombre de Elisa con una voz llena de emoción y sinceridad. Victoria empaquetó todos los regalos que él le había dado después de casarse y los envió a una organización benéfica. La villa que ella alguna vez consideró su "hogar" fue quedando poco a poco vacía. Y su escaso equipaje fue completándose de forma gradual. Las empleadas domésticas, al ver esta inusual escena, se preocuparon y le preguntaron varias veces qué había pasado. Ella sonrió con cierta dulzura. —Solo nos divorciamos, eso es todo. —¿El señor estuvo de acuerdo? ¿Él estuvo de acuerdo? Victoria no lo sabía. Pero pensaba que, si Jonás viera el acuerdo de divorcio en ese momento, seguro estaría complacido. Después de todo, en su mente y en su corazón, ahora solo existía Elisa. El penúltimo día, Elisa envió otro mensaje. Esta vez, la cámara no enfocaba a Jonás, sino a sus padres. Al ver a los tres en la foto sonriendo alrededor de la cama del hospital, Victoria no sintió nada en el corazón. Aún seguía sin responder, pero abrió su lista de contactos y eliminó a Elisa, a Jonás y a todas las personas relacionadas con ellos. El día de su partida, cayó la primera nieve. Victoria llevó al patio trasero los diarios que había organizado la noche anterior, junto con aquellas cartas de amor que nunca fueron enviadas. El resplandor anaranjado del fuego iluminaba su rostro, al tiempo que reducía a cenizas todas aquellas confesiones de una adolescencia sentimental y estúpida. Levanto la cabeza, observando atenta los copos de nieve que caían sin cesar, calculando cuánto tiempo más tendría que nevar para cubrir por completo esas cenizas. Mientras estaba absorta, la puerta principal, que había estado cerrada por mucho tiempo, se abrió de repente. Jonás, a quien no había visto en días, finalmente regresó. Echó un vistazo a la persona agachada en el suelo y entró primero en la sala de estar. Al salir de nuevo, se detuvo en seco junto a Victoria. Al ver aquellos sobres rosados, se le vinieron infinidad de recuerdos a la mente, preciso la carta de aquella fiesta. El corazón que había estado enfadado durante tanto tiempo, poco a poco comenzó a ablandarse. —He estado ocupado últimamente. Cuando termine con todo en un par de días, hablemos bien, ¿sí? ¿De qué quería hablar? ¿Acaso del divorcio? Victoria sonrió, alzó la mirada hacia él y respondió con una voz serena. —Mejor no hablemos. Lo que más querías, en realidad te lo di hace un mes. ¿Lo que más quería? ¿Qué cosa? Jonás estaba a punto de preguntar, cuando de pronto sonó su teléfono varias veces. Al abrirlo y leer los mensajes, una sonrisa se dibujó en su cara. Al ver su expresión, Victoria arrojó las últimas cartas de amor al fuego y se puso de pie. Su falda suelta cubría la hoguera ardiente que se encontraba detrás de ella. Después de responder los mensajes, las cartas ya se habían consumido, y él incluso olvidó qué era lo que quería preguntar. Victoria lo acompañó hasta la puerta, y fue ella misma quien le abrió la puerta del auto. Una ráfaga de viento helado sopló. Jonás, al verla tan ligeramente vestida, le pidió con ternura que regresara adentro para que no se resfriara. Pero Victoria insistió en quedarse allí para despedirlo. A través de la ventanilla, Jonás la vio levantar la mano y hacer un gesto de despedida, mientras murmuraba algo en voz baja. No alcanzó a escuchar con claridad, pero pensó que no era más que un, cuídate mucho en el camino. Era algo que había escuchado incontables veces en los últimos tres años. Así que no le dio mayor importancia al asunto. El auto arrancó y pronto desapareció de su vista. Victoria permaneció de pie en la nieve durante mucho tiempo antes de regresar al dormitorio, ponerse un abrigo, y bajar paso a paso las escaleras con su maleta. La nevada se intensificaba cada vez más. Los copos caían sobre su cabeza, y desde lejos, parecían canas. El taxi se detuvo justo frente a la entrada de la villa. Antes de subir, ella se devolvió para mirar una última vez, y repitió en voz baja aquellas palabras apenas audibles. —Adiós para siempre, Castroviento. —Adiós para siempre, Jonás.

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