Capítulo 70
Aparté la mirada con incomodidad: —No es nada.
Pero Pablo alargó la mano y me tocó la frente: —Ni siquiera tienes fiebre.
Ese gesto solo hizo que mis mejillas, ya ardientes, se encendieran aún más.
—Quizá bebí demasiado, se me subió un poco el alcohol. —Balbuceé, buscando una excusa.
Me miró con desconfianza, me quitó la copa y la cambió por un vaso de zumo: —Tu tolerancia es pésima. Desde ahora, nada de alcohol cuando estés fuera.
Al terminar la velada, por fin pude regresar a casa.
El lunes, con la caja del collar en las manos, entré en la oficina y me topé de frente con una Irene visiblemente agotada.
Su aspecto revelaba que había pasado varias noches en vela trabajando.
Apretando los dientes, me escupió: —Lo hiciste a propósito, ¿verdad?
—¿De qué hablas? —Pregunté, desconcertada.
El resentimiento en su mirada casi desbordaba: —El informe de la filial no era urgente. Tú sedujiste al presidente Pablo para que te llevara a la fiesta y me dejara a mí trabajando hasta tarde.
Su descaro

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