Capítulo 1
—Tu novio y tu amiga se casan en la Église Saint-Laurent. Si vas ahora, aún llegas a tiempo.
En el séptimo año de estar enamorada de Cristian Rodríguez, Belén Calderón recibió ese mensaje.
Agarró las llaves del auto y salió corriendo, incluso olvidando cambiarse los zapatos.
Las campanas de la Église Saint-Laurent sonaban a lo lejos. Justo cuando Belén empujó la puerta, escuchó la voz grave de Cristian.
—Tú siempre me preguntas si te amo. — Hizo una pausa, su voz era suave—. Creo... que te amo con el alma.
Aquella frase le atravesó el corazón como un cuchillo; las piernas de Belén se debilitaron y casi estuvo a punto de caer de rodillas.
¿Él amaba a Isabel Villanueva? ¿Y ella? ¿Qué significaba ella entonces?
Había crecido con Cristian desde que eran niños. Desde sus primeros pasos hasta la adultez, él siempre la había cuidado con esmero como si fuese lo más preciado en sus manos.
Cuando tenía siete años, Cristian, para animarla mientras estaba enferma, robó en secreto la tarjeta bancaria de su padre y compró todas las golosinas de la tienda,
A los trece, Cristian con gallardía rompió todas las cartas de amor que otros chicos le escribieron y, delante de todo el colegio, proclamó: —¡Beli es mía!
A los dieciséis, porque ella dijo por casualidad que quería viajar por todo el mundo, al día siguiente él se inscribió en la carrera de piloto.
A los dieciocho, bajo un cielo cubierto de fuegos artificiales, Cristian le confesó: —Beli, cuando tenga la edad legal, ¡me casaré contigo!
En su cumpleaños número veintidós, ya convertido en todo un piloto, Cristian se arrodilló en el aeropuerto, bajo la mirada atenta de los vuelos que despegaban y aterrizaban, y le propuso matrimonio.
Dijo: —Beli, de ahora en adelante, adonde tú quieras ir, yo te llevaré.
Pero un mes antes de la boda, el vuelo que pilotaba desapareció de manera repentina.
Antes del accidente, él le envió su último mensaje.
—Beli, tal vez... no pueda aterrizar a salvo, no llores, vive tranquila. Recuerda, te amo. Por siempre.
Durante esos tres años, ella vivió como un completo zombi.
Intentó suicidarse con pastillas, la salvaron haciéndole un lavado de estómago. Intentó cortarse las muñecas, pero la descubrió la empleada doméstica. También intentó saltar al río, pero la rescató un transeúnte...
Intentó suicidarse diez veces, y cada vez el destino la arrastró con crueldad de regreso al mundo de los vivos.
Hasta aquel día, cuando de pronto vio con sus propios ojos, desde fuera de una cafetería, al "muerto" Cristian besándose apasionadamente con su mejor amiga, Isabel.
Resultó que no estaba muerto, solo había perdido la memoria.
Isabel lo salvó, pero le mintió diciendo que era su novia y lo ocultó durante tres años.
Cuando recuperó la memoria, Cristian, furioso, quiso volver corriendo al lado de Belén.
Pero Isabel amenazó con su vida, llorando desconsolada y suplicándole que la acompañara un mes más.
Cristian, lleno de odio y rabia, finalmente cedió.
Lo que no sabía era que Belén ya no podía esperar un mes más.
Durante esos años, la enfermedad de su niñez y el dolor reprimido le provocaron cáncer. Los médicos le dijeron que como mucho le quedaban cuatro semanas de vida.
Durante ese tiempo, ella soportó con dolor verlos tomados de la mano. Soportó con tristeza verlos besarse.
Jamás imaginó que al final, también tendría que presenciar su dichosa boda.
—¡Bang!
Perdida por completo en sus pensamientos, tiró un jarrón al lado de la puerta, el ruido alertó a todos.
Cristian levantó la cabeza con violencia, y al verla, su expresión cambió de inmediato.
—¿Beli?
Ella se dio la vuelta y salió despavorida.
El agudo dolor en su pecho era tan intenso que sentía que el corazón le iba a estallar; solo oía el viento y los apresurados pasos detrás de ella.
—¡Beli! ¡Detente por favor!
Cristian la alcanzó y le agarró con fuerza la muñeca. Belén forcejeó intentando soltarse, pero él la sujetó aún más fuerte.
—¡Esto no es lo que piensas! —Su voz era urgente—. Esta boda se acordó cuando estaba amnésico, solo estoy cumpliendo una promesa...
—¿Cumpliendo una promesa? —Belén sonrió forzada, pero las lágrimas rodaron por sus mejillas—. ¿Eso que acabas de decir, "te amo", también era una promesa?
Él quedó paralizado.
En ese momento, Isabel, vestida de novia, salió corriendo.
—¡Beli! —Con los ojos enrojecidos, le agarró con fuerza la mano a Belén—. Todo es mi culpa, no pude controlar mis sentimientos, me enamoré de Cristian. Lo siento mucho, ¿podrías dejarme tenerlo un mes más, por favor?
Belén le soltó la mano con rabia.
—No necesitas que te lo permita, yo los bendigo de corazón.
Isabel, al ser rechazada, tropezó sin querer hacia atrás, se torció el tacón y cayó.
—¡Bang!
Un chirrido agudo de frenos.
Un auto fuera de control atropelló de forma violenta a Isabel, cuyo cuerpo salió disparado como una muñeca de trapo.
—¡Isabel!
El grito de Cristian casi perforó los oídos de Belén.
Corrió como un loco, levantando a la ensangrentada Isabel.
Belén se quedó allí, inmóvil, observando atenta sus manos temblorosas, su expresión de pánico, la manera en que la abrazaba y corría con ella desesperado para detener un auto al otro lado de la calle.
Ese pánico le resultaba tan familiar.
La última vez que lo vio así fue justo hace cinco años, cuando Belén tuvo un accidente automovilístico.
En aquella ocasión, él la sostenía y, con voz temblorosa, le rogaba sin cesar: —Beli, no te duermas... te lo ruego, no te duermas...
Belén nunca imaginó que algún día lo vería tan desesperado... pero tristemente por otra mujer.
...
En el hospital, Cristian, cubierto de sangre, esperaba angustiado fuera del quirófano.
Su camisa blanca estaba teñida de rojo, y en los dedos aún tenía sangre fresca de Isabel.
—¡La paciente está perdiendo mucha sangre! Sangre RH negativa, el banco de sangre no tiene suficiente —gritó apresurado el médico al salir.
Cristian levantó la cabeza de golpe y su mirada se clavó en Belén.
—Beli —Se acercó corriendo y le agarró la muñeca—. ¿Tienes el mismo tipo de sangre que Isabel, no es así?
Belén, viendo su mirada desesperada, de repente sintió un nudo en la garganta.
—No puedo donar sangre...
—¡Sé que la odias con el alma! —La interrumpió, su voz era urgente y aterradora—. Yo también la odio, odio que nos separara durante tres años con sus malditas mentiras. ¡Pero, aun así, ella me salvó la vida! Además, si no la hubieras empujado, esto no habría pasado. Por favor, ayúdala, te lo suplico.
Belén lo miró atónita, sintiendo como si una afilada estaca de hielo le atravesara el corazón y el frío se esparciera de forma gradual por todo su cuerpo.
Antes, él habría preferido morir antes que dejar que ella sufriera el más mínimo daño. Pero ahora con el mayor descaro, por otra mujer, le estaba exigiendo que donara sangre.
—Cristian, tengo cáncer...
—¡Beli! —No la dejó terminar, la arrastró como un perro hacia la sala de extracciones—. ¡Isabel se muere! ¡No es momento para tus estúpidos berrinches!
Su fuerza era impresionante; Belén fue arrastrada, tambaleante, hasta la sala de donación.
En el momento en que la aguja penetró su vena, se le nubló la vista y acto seguido vomitó sangre.
—¡La paciente está mal! —La enfermera, asustada, sacó la aguja con agilidad—. ¡Necesitamos hacerle pruebas ahora!
Cristian, al escuchar esto, se acercó enojado.
Belén lo miró con la cabeza levantada, aún con sangre en los labios, creyendo por un segundo que por fin se preocupaba por ella.
Pero él, furioso, le limpió la sangre de la comisura y preguntó: —Beli, simplemente es una donación de sangre, ¿cuándo preparaste la bolsa?
Su voz temblaba de ansiedad. —Isabel está al borde de la muerte, te lo ruego, no sigas con esto, ¿sí?
El dolor de Belén era indescriptible. —No...
Aquel hombre que en antaño la llevaba sin problema al hospital en mitad de la noche si se hacía el más pequeño corte, ahora, al verla vomitar sangre, creía que fingía.
La enfermera miró a Cristian, vacilando. —Esta paciente de verdad...
—No importa continúe extrayendo. —La interrumpió él, con frialdad—. Ochocientos mililitros. Ni uno menos.
Cuando la aguja volvió a entrar en la vena, Belén ya no sentía dolor.
Su sangre fluía sin cesar hacia la bolsa, igual que los siete años de su relación, que se agotaban poco a poco.
Cuando la bolsa por fin se llenó, Belén vio borrosamente a Cristian correr angustiado con su sangre hacia el quirófano.
Con su última pizca de fuerza, se puso de pie y, tambaleando, llegó hasta la ventana de cristal.
A través del vidrio, Belén vio cómo él sujetaba con firmeza la mano de Isabel, rogándole una y otra vez: —Isabel, por favor, que no te pase nada... te lo ruego...
Incluso bajó la cabeza y besó con dulzura el dorso de su mano.
Belén sonrió amargamente.
Sonrió mientras las lágrimas rodaban desbordadas por sus mejillas y el dolor le atravesaba el pecho.
A los dieciocho años, bajo el cielo estrellado, Cristian le había prometido: —Beli, en esta vida solo te quiero a ti.
Resulta que su "toda la vida" solo duró siete años.
Se limpió como pudo las lágrimas, luego, temblando, sacó el celular y marcó el número que había guardado hacía mucho tiempo.
—¿Es la clínica de eutanasia suiza? Quiero solicitar... una eutanasia.
No terminó la frase, ya que otra bocanada de sangre le brotó de la boca, salpicando la pantalla del dispositivo, igual que los fuegos artificiales que él le dedicó aquel año.
Que tristeza ella creía que envejecerían juntos, pero al final...
El desenlace era que ya no se encontrarían ni en la vida ni en la muerte.