Capítulo 73
¡Esto sí que la había hecho entrar en razón!
Se acomodó el abrigo que llevaba sobre los hombros y pensó, desde lo más profundo, que a veces los hombres ni siquiera valían tanto como una prenda de ropa.
Por lo menos, en una noche de invierno como esa, la ropa aún podía ayudarla a resistir el frío.
El vino tinto tenía un efecto tardío y, cuando Lucía llegó a casa, ya tenía la cabeza un poco mareada.
Estuvo un buen rato apoyada contra la puerta antes de poder abrirla.
Por suerte aún recordaba llevar las llaves; si no, quizá ni siquiera habría podido volver a casa.
En realidad, todo era culpa de Tomás; de no ser por él, ella tampoco habría cambiado la cerradura, provocando que ahora cada vez que salía tuviera que llevar la llave: qué fastidio.
Beber demasiado siempre la dejaba con la boca seca, pero justo no quedaba agua en la nevera.
A Lucía, después de beber, le gustaba tomar agua fría para quitarse la sed, y como la nevera estaba vacía, solo pudo pedir comida a domicilio.
Tras hacer el

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