Capítulo 8
Pero él no sabía que la razón por la que su habitación estaba desordenada era que allí se amontonaban las pertenencias de él.
Tomás era un auténtico adicto al trabajo, y como su secretaria principal, ella tenía que estar de guardia las veinticuatro horas del día.
Sobre la mesa se apilaban todo tipo de documentos que él podía necesitar en cualquier momento.
Las paredes estaban cubiertas de recordatorios de su agenda y de cuadros con sus planes de trabajo.
El armario estaba lleno de los distintos trajes de gala que él usaba para asistir a recepciones.
En el suelo se acumulaban los regalos que él enviaba a los clientes…
Aquel apartamento de alquiler, que ya era pequeño de por sí, se había convertido en su segunda oficina.
En toda la habitación, solo esa cama individual le pertenecía a ella.
Y precisamente a Tomás le disgustaba que la cama fuera tan pequeña, y después de aquella vez, nunca más quiso ir a su casa.
Antes de salir, Lucía llamó a la empresa de mudanzas y pidió que enviaran a alguien el fin de semana para ayudar a organizar las cosas.
Ya era hora de sacar todo lo que no le pertenecía.
…
Ismael había escogido un restaurante cantonés que había abierto recientemente y que, al parecer, se había vuelto bastante famoso.
Se llamaba el Rincón Saludable.
Probablemente porque la había escuchado por teléfono decir que tenía el estómago delicado, pidió varios platos ligeros y suaves para la digestión.
Fue un gesto considerado.
Las personas atentas nunca necesitan que se les enseñe.
Ella siempre había creído que Tomás simplemente estaba demasiado concentrado en el trabajo y que por eso ignoraba esos detalles de la vida cotidiana.
Así que se convenció a sí misma de no darle importancia y de aceptar a ese Tomás tal como era.
Pero hoy descubrió que Tomás, al saber que Norma estaba con el periodo, la llevó especialmente a Herbalía Restaurante para que tomara una sopa que tonificaba la energía y la sangre.
También había sido un gesto considerado.
Lucía cambió su aspecto normalmente serio, se quitó el traje profesional que parecía soldado a su cuerpo y soltó el cabello que llevaba años recogido.
Su piel, ya de por sí tersa, con el vestido de tonos suaves brillaba hasta el punto de parecer luminosa.
¡Ismael casi no la reconoció a primera vista!
Fue Lucía quien tomó la iniciativa de saludarlo: —Señor Ismael, disculpe por haberlo hecho esperar.
Ismael se quedó mirándola pasmado, con los ojos a punto de salírsele de las órbitas. —Secretaria Lucía, tú… has cambiado demasiado, casi no te reconozco.
Cuando Lucía tomó asiento, un mechón de cabello cayó sobre su hombro y ella lo apartó con un gesto casual.
—Secretaria Lucía, ¿puedo hacerle una pregunta? —Ismael no pudo contenerse.
—Adelante. —Lucía respondió con soltura.
—¿En su empresa tienen alguna norma rara?
Lucía alzó una ceja. —¿Por ejemplo?
—Por ejemplo, hacer que las mujeres guapas se hagan pasar adrede por feas.
Lucía no pudo evitar reír. —Lo tomaré como un cumplido, señor Ismael.
—¡No es un cumplido, solo soy bueno diciendo la verdad!
Para ser cazatalentos y, sobre todo, uno de primer nivel, su inteligencia emocional no podía ser poca.
Con unas pocas frases logró que el ambiente se volviera ligero y armonioso.
Cuando Sebastián salió del salón privado, enseguida quedó cautivado por Lucía, que estaba sentada junto a la ventana.
Al principio solo se sintió atraído por su belleza.
La ubicación de Lucía era demasiado perfecta.
A través del amplio ventanal, la luz del atardecer entraba en diagonal.
Lucía estaba envuelta en la luz, irradiando una belleza casi divina, imposible de describir.
Sebastián se quedó mirando, aturdido, y avanzó sin darse cuenta.
Justo en ese momento, Lucía levantó la vista hacia su dirección.
Sebastián se detuvo en seco, con incredulidad y aún más asombro.
¿Era… Lucía?
Se parecía, pero a la vez no.
En su recuerdo, Lucía siempre iba vestida como una reliquia antigua, con un aire apagado y sin un rastro de feminidad.
Antes incluso había dudado en secreto del gusto de Tomás: con tantas mujeres hermosas a su alrededor, ¿cómo podía haberse empeñado precisamente en Lucía, tan rústica y anticuada?
Ahora, al parecer… era él quien había sido ingenuo.
¡Tomás sí que había disfrutado todos estos años!
La mirada de Lucía se cruzó con la de Sebastián, pero enseguida la apartó; su reacción fue tranquila, como si estuviera mirando a un desconocido.
Aquello incomodó a Sebastián.
Después de todo, siempre había despreciado a Lucía, convencido de que no era más que una seguidora humilde que iba y venía según la voluntad de Tomás. ¿Con qué derecho se mostraba altiva delante de él?
¡Seguro que lo estaba fingiendo!
Sebastián también conocía a Ismael; se acercó especialmente a saludarlo, ignorando a propósito a Lucía.
—Señor Ismael, cuánto tiempo sin vernos. ¿En qué anda tan ocupado últimamente?
Como era el segundo heredero de la familia Guerrero de Miraflores, aunque no muy aplicado en los negocios, tenía recursos de sobra detrás. Ismael, por supuesto, debía darle cierta consideración.
—Señor Sebastián, ¿acaso no sabe usted a qué me dedico? Claro que estoy ocupado contratando gente por todas partes.
—¿Contratando gente? —Sebastián lanzó una mirada significativa hacia Lucía.
La sonrisa en su boca tenía algo de burla, pero aún más de desprecio.
—Pues su nivel profesional parece un poco bajo.
—¿Cómo dice eso, señor Sebastián? ¡La secretaria Lucía es muy solicitada en el sector!
Sebastián no comentó esa frase; solo dijo: —Supongo que aún no se ha enterado, ¿verdad? El señor Tomás, de Grupo Evolux, acaba de traer un profesional de alto nivel desde el extranjero: con doctorado por la Aldington School of Finance, exempleada del Banco Horizonte Europa, y ahora directora del Departamento de Inversiones III de Grupo Evolux.
Curvó el labio con un aire orgulloso. —Un talento así, en su empresa, debe de ser de lo más alto, ¿no?
Ismael respondió con sinceridad: —Desde luego, eso es un recurso de primer nivel.
—Entonces, ya ve, su nivel aún necesita mejorar. —Sebastián le dio una palmada en el hombro.
Ismael no se molestó; simplemente sonrió. —Gracias por la observación, señor Sebastián.
Tras presumir un rato, Sebastián parecía de excelente humor. —Ah, cierto, tengo participación en este restaurante. Esta comida corre por mi cuenta.
—¿Cómo vamos a aceptar eso?
—No sea tan formal conmigo. Puede que algún día necesite que me ayude a contratar gente. Considere esta comida como un gesto de amistad.
Al marcharse, Sebastián dirigió a Lucía una mirada altiva.
Seguramente esperaba ver alguna expresión de inferioridad o vergüenza en ella.
Pero Lucía mantuvo la calma de siempre.
No logró ver nada en ella.
Y eso le fastidió.
Así que, al salir, lo primero que hizo fue llamar a Tomás para acusarla.
—Tomás, ¡adivina a quién acabo de ver!
Tomás seguía trabajando horas extras, demasiado ocupado para responder. Presionó el intercomunicador hacia el departamento de secretaría. —Secretaria Lucía, tráigame un café.
Sebastián enmudeció por un momento.
¿Acaso Tomás no sabía que Lucía no estaba en la empresa?
Interesante.
Mientras esperaba el café, Tomás finalmente preguntó: —¿A quién viste?
—Ismael. —Sebastián no lo dijo directamente—. Está contratando personal.
Alguien llamó a la puerta del despacho de Tomás y él respondió con un adelante.
Era Viviana, quien venía a traerle el café.
Tomás se detuvo un instante, arrugando la frente de manera inconsciente. —¿Dónde está la secretaria Lucía?
Viviana respondió: —Ya se fue.
Al oírlo, el entrecejo de Tomás se frunció aún más. —¿No hizo horas extra esta noche?
—No.
Tomás lo encontró un poco extraño, pero no le dio demasiada importancia; supuso que Lucía tendría algún asunto personal, ya que en el trabajo rara vez cometía errores.
Pidió a Viviana que saliera, tomó la taza de café y dio un sorbo.
Las cejas, que se habían relajado un poco, volvieron a tensarse.
No era el sabor que él tomaba habitualmente.
Perdió el interés por el café, lo dejó sobre el escritorio y no volvió a tocarlo. Reclinándose en la silla, se frotó el entrecejo y preguntó a Sebastián: —¿A quién está contratando?
¡Por fin había preguntado lo importante!
Sebastián no pudo contenerse. —¡Ismael está contratando a Lucía!