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Capítulo 1

Durante tres años de matrimonio secreto, siempre cumplieron con sus deberes conyugales. Ese día, como de costumbre, David ordenó al mayordomo que llevara a Bianca Álvarez a la Casa Estrella. A ella siempre le habían encantado los lirios blancos puros plantados en la Casa Estrella: su fragancia llenaba todo el jardín, creando una belleza onírica y etérea. Pero el plazo de tres años había llegado a su fin, y ese era el último día. No solo acudió a esa última cita, sino que también trajo consigo el acuerdo de divorcio. Cuando entró en la habitación, David salía del baño. Tenía el torso desnudo; sus hombros eran anchos y su cintura, estrecha, formando una silueta en forma de "V" perfecta; cada centímetro de su cuerpo irradiaba fuerza. Llevaba una toalla envuelta en la cintura; gotas de agua descendían a lo largo de sus músculos definidos, marcando sus abdominales. El cuerpo oculto bajo la toalla despertaba la imaginación. Su cara era, sencillamente, una obra maestra de Dios. En ese momento, tenía los labios firmemente apretados; estaban enrojecidos por la ducha reciente, pero no mostraban suavidad alguna, sino una fría indiferencia. De golpe, la tomó en brazos y caminó hacia la cama. Ella soltó un grito de sorpresa y, por reflejo, rodeó su cuello con los brazos. David no dijo nada; simplemente inclinó la cabeza y la besó en los labios, mientras sus manos tiraban de su vestido. Bianca, abrazada a su cuello, percibió el aroma familiar a tabaco mezclado con un ligero olor a alcohol; la envolvía y la mareaba un poco. Ese día, él estaba tan impaciente como siempre, quizá porque llevaban demasiado tiempo sin verse. La besó con fuerza, como si quisiera devorarla. La temperatura de la habitación comenzó a elevarse. En el aire flotaba un ambiente cada vez más cargado de deseo... Los días cinco y veinticinco de cada mes eran las fechas acordadas para que David y ella compartieran la cama. Cada vez, el mayordomo la llevaba a Casa Estrella, pero ellos no vivían juntos. "Ya era hora", pensó, recordando el acuerdo de divorcio en su mochila. Tal vez ese era el destino de su matrimonio: su vida solo le perteneció a él durante tres años. A medianoche, Bianca se despertó por el hambre. El hombre que había estado a su lado ya había desaparecido; ni siquiera quedaba el calor de su cuerpo en la cama. Adolorida, se levantó con dificultad, se puso algo de ropa y bajó las escaleras. Abajo, el mayordomo se le acercó. —Señora Bianca. ¿Tiene hambre? Antes de irse, el señor David ordenó a los empleados que le prepararan caldo de arroz. —Está bien, gracias. Bianca se sentó y empezó a comer con calma. Revisó el celular distraídamente y, de pronto, aparecieron varias noticias en la pantalla. [El señor David organiza una gran fiesta de cumpleaños para la señorita Sandra]. [Noticia importante: David y Sandra confirman su relación en la Federación del Sol]. Sus pupilas se contrajeron; la noticia la tomó completamente por sorpresa. Un mareo repentino la invadió. ¡Sandra Pérez! Así que la mujer que él amaba se llamaba Sandra. La bellísima Casa Estrella se había convertido en el escenario constante de la tortura de su amor. Sus ojos se enrojecieron ligeramente mientras miraba la foto: aquel rostro hermoso era el de su esposo, David. Él abrazaba a una mujer y reía con alegría. Ella siempre había pensado que él era frío por naturaleza, que no le gustaba sonreír. Pero en realidad, simplemente no sonreía para ella. Sandra llevaba un collar con forma de lirio adornado con piedras preciosas; esa imagen la hirió profundamente. Dejó la cuchara a un lado y subió a cambiarse de ropa. Al contemplar la cama vacía, el frío en su mirada se intensificó. Ese hombre realmente tenía energía inagotable: por la tarde había hecho el amor con ella, y por la noche ya estaba en la Federación del Sol celebrando el cumpleaños de la mujer que amaba. Diez minutos después, Bianca bajó y pidió al mayordomo que la llevara de vuelta a casa. No volvería allí nunca más. Cuando regresó a su hogar, sacó de su bolso el acuerdo de divorcio y lo abrió. Lo había preparado un mes atrás y lo había llevado siempre con ella. Planeaba entregárselo a David ese mismo día, pero no esperaba que él se fuera antes. Al mediodía del día siguiente, la despertó el sonido insistente del teléfono. Alicia Vázquez le había hecho veinte llamadas. ¿Qué habría pasado? Rápidamente devolvió la llamada. —¡Bianca! Por fin respondes. Pensé que te había pasado algo. La voz quejumbrosa de Alicia la hizo suspirar y llevarse la mano a la frente con resignación. —Tranquila, amo la vida y me cuido bien. Después de dormir, Bianca se sentía menos triste. —Espera, voy a verte enseguida —dijo Alicia con urgencia. —De acuerdo, te espero. Colgó la llamada, pero en su interior sintió un gran vacío. Miró fijamente el techo, recordando los años junto a David. En la secundaria él había adelantado un curso, y ella lo siguió. Cuando él se fue al extranjero, ella también lo hizo. Cuando él eligió la carrera de Medicina, ella no lo dudó y también la eligió... Incluso cuando él cayó al mar, ella saltó tras él... Y aun así, él nunca llegó a tenerla en cuenta. Tres años atrás, tras un accidente automovilístico, David quedó ciego. Ella se enteró de que la mujer que él amaba lo había abandonado y que había huido al extranjero. Entonces, ella llegó. En sus últimos días, doña Regina usó sus influencias para concertar un matrimonio entre Bianca y la familia Gómez. Al principio, David la detestaba. Luego, gracias a un plan de don Mario, acabaron convirtiéndose en marido y mujer. Más tarde, don Mario insistió en que tuvieran hijos, y por eso David accedió a tener relaciones con ella dos veces al mes. Bianca recordaba que, en el segundo año de su matrimonio, David recuperó la vista. Cada vez que la miraba, su cuerpo emanaba frialdad y su cara mostraba puro desprecio. Ella había pensado que podría conmoverlo. Pero se había estado engañando a sí misma. El teléfono sonó de nuevo, sacándola de sus pensamientos. Bianca contestó; tras dos frases, colgaron. Era la madre de David, que le ordenaba regresar de inmediato a la casa de los Gómez. Tuvo un mal presentimiento, pero sin tiempo para pensarlo demasiado, se levantó de la cama rápidamente. A las cuatro de la tarde, Bianca ya había llegado a la casa de los Gómez. La familia Gómez era la más poderosa de Miraflores. El patriarca tenía dos hijos y dos hijas. David, como primogénito, gozaba de especial consideración. Cuando Bianca entró en el salón, Dolores se levantó enseguida. La miró con fiereza. —¿Fuiste tú quien se quejó con don Mario? Jamás imaginé que tú, tan callada siempre, te atrevieras a jugar sucio esta vez. Bianca contempló a la hostil Dolores y respondió: —Señora Dolores, no sé de qué está hablando. —David está en el despacho, castigado —dijo Dolores. El mayordomo llevó a Bianca escaleras arriba. Cerca del despacho se escuchaban gritos de discusión. —¡Nieto desobediente! ¿Aún te atreves a discutir? ¿Quieres matarme de un disgusto? Don Mario reprendía a David a puerta cerrada; estaba tan furioso que casi escupía sangre. —Abuelo, obligarnos no nos hará felices. ¿No me prometió que si en tres años Bianca no quedaba embarazada me permitiría divorciarme? —¿Divorciarte? ¡Maldito! Aún siguen casados. No te permitiré que sigas provocando rumores con esa otra mujer. Publica un comunicado para aclararlo inmediatamente. —No puedo controlar lo que se dice en internet. ¿Por qué se preocupa por eso? —¡Te voy a matar! Del interior llegaban ruidos de golpes. Bianca respiró hondo, se recompuso y llamó a la puerta. Mario se sorprendió al verla. —¡Bibi, que alegría verte! —Abuelo, no se altere, su salud es lo primero. Bianca lo ayudó a regresar a su habitación con una sonrisa suave. —¿Qué haces ahí parado? Pídele disculpas a Bibi —ordenó Mario con severidad a David. David apretó los labios con frialdad y mostró total desdén. Había filtrado la noticia justo al cumplirse el plazo de tres años, convencido de que ella se iría por su cuenta. —Abuelo, me gustaría hablar a solas con David —dijo Bianca. Mario entendió la indirecta y se marchó. Bianca miró a David. —Divorciémonos, David. Te concedo tu libertad. Él la miró con cierta sorpresa, como si estuviera ante un fenómeno extraño. Esperaba que ella regresara hecha una furia, que al menos pidiera el apoyo de Mario; no imaginaba que pronunciaría la palabra "divorcio" con tanta calma. ¿Ella estaba dispuesta a irse por voluntad propia? —Podemos hacer el trámite primero. Cuando tengas ocasión, se lo dices al abuelo —añadió ella. David guardó silencio unos segundos, después habló: —¿Qué compensación quieres? —Ninguna. Este es el acuerdo de divorcio que redacté. —Su tono fue firme y limpio, sin titubeos. Sacó el documento de su bolso y lo colocó sobre la mesa. David soltó una risa fría y la miró con frialdad. —Ya que eres tú quien se va, no te trataré injustamente. Pasa mañana por la mañana a firmar en la empresa; haré que el departamento legal redacte el acuerdo de divorcio. La implicación era clara: el contenido final no lo decidiría ella. —Bien, iré —respondió Bianca sin expresión alguna, le dirigió una última mirada y salió del despacho. Para ella, irse con calma era la mejor manera de conservar la dignidad en ese matrimonio. Bianca se quedó a cenar en la casa de los Gómez. Al despedirse, abrazó a Mario y se preparó para conducir de vuelta a casa. De repente, empezó a llover: gotas finas como un lamento. Caminó unos pasos cuando, de pronto, un dolor abdominal la atravesó y sintió cómo un calor líquido descendía por sus piernas.
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