Capítulo 2
El corazón de Bianca dio un vuelco. ¿Cómo era posible que le viniera la menstruación de repente?
Se apresuró a conducir. Cuando el auto llegó a mitad de la montaña, ya estaba empapada en sudor frío.
¡No podía más, el dolor era insoportable!
Detuvo el auto de inmediato, sacó el teléfono y llamó a Alicia. —Alicia... ¿ya volviste? Ven... a buscarme, por favor.
—¿Bibi? ¿Dónde estás? ¿Qué te pasa?
—Estoy en la carretera de la montaña que lleva a la casa de los Gómez...
El rugido de una ambulancia desgarró el silencio de la noche. Por suerte, Alicia había llamado a los servicios de emergencia.
Cuando Bianca fue trasladada al hospital, ya era la una de la madrugada.
Tras una serie de exámenes, descubrieron que... había tenido un aborto espontáneo. Llevaba seis semanas de embarazo.
Bianca yacía en la cama del hospital, con una lágrima resbalando por la comisura de su ojo.
Pobre de su hijo, aquel al que nunca llegaría a conocer.
La rabia de Alicia estalló de golpe. —¿Acaso él no sabía que estabas embarazada? ¡Aun así mandó a que te llevaran a Casa Estrella, y encima te trató de esa manera! —dijo, furiosa.
Bianca siempre había tenido un periodo irregular, así que no tenía ni idea de cómo se había quedado embarazada.
Aquel bebé debía haberse concebido el mes anterior. Ese mes, en lugar de llevarla a Casa Estrella, la habían llevado a Altaviera.
En ese entonces, él estaba de viaje de negocios en Altaviera, y había mandado que la llevaran allí. Bianca pasó tres días completos a su lado antes de regresar.
Entonces él le advirtió que ya había agotado la cuota de ese mes.
Nunca imaginó que este mes volverían puntualmente a buscarla.
En ese momento, una doctora llamó a la puerta y entró con un informe en la mano.
—Has sido demasiado descuidada. Si sabías que estabas embarazada, ¿cómo es posible que siguieras tomando anticonceptivos? Este bebé podría haberse salvado —dijo con severidad.
¿Anticonceptivos?
Tanto Bianca como Alicia quedaron completamente atónitas.
Ella y David nunca habían utilizado ningún método anticonceptivo. ¿Cómo podía tener anticonceptivos en su organismo?
Alicia explotó por la ira.
—¡Ese hombre es despreciable! Por esa maldita Sandra, ¡te estuvo dando anticonceptivos a escondidas! Si no quería tener un hijo, podría habértelo dicho. ¿Por qué hacerte daño de esta manera?
En ese instante, el corazón de Bianca se retorció de dolor.
¿Podría ser realmente David?
Cada vez que terminaban de hacer el amor, él mandaba a los empleados a prepararle caldo de arroz o sopa. ¿Sería allí donde escondían las pastillas?
El mes pasado, cuando estaban en Altaviera, él no tuvo oportunidad de drogarla; por eso este mes había vuelto a buscarla... ¿Para aprovechar y darle la medicina?
De repente, sintió cómo toda la fuerza abandonaba su cuerpo.
—Espera, voy ahora mismo a la casa de los Gómez. ¡Haré que paguen por la vida de ese niño!
Gritó Alicia, temblando de rabia mientras cogía el teléfono y se disponía a irse.
—Alicia... —murmuró Bianca con voz débil y ronca—. No vayas.
—¡Bibi! —Alicia se giró bruscamente, mirándola con incredulidad—. ¡Ha matado a tu hijo! ¿Vas a dejarlo así sin más?
Bianca cerró los ojos lentamente, inspiró profundamente y, al abrirlos de nuevo, sólo quedaban en ellos un odio helado y una determinación absoluta.
—David y yo ya hemos decidido divorciarnos. No quiero tener ningún lazo con él.
Se detuvo un instante, miró a Alicia y dijo con firmeza:
—Pero voy a averiguar la verdad sobre la muerte de este niño. Quienquiera que sea el culpable, ¡no lo pienso perdonar!
Su mirada era tan fría y feroz que hizo que a Alicia le recorriera un escalofrío.
Esa era la Bianca que ella conocía: parecía frágil, pero en el fondo era más fuerte que nadie.
Alicia bajó el teléfono y estrechó con fuerza la mano helada de Bianca.
—No te preocupes, nos vengaremos. Sea quien sea, le haré pagar con creces.
...
En mitad de la noche, Bianca se despertó sobresaltada por un trueno y no pudo volver a conciliar el sueño.
Abrió los ojos y, bajo la luz tenue de la lamparita, su mente vagó lejos.
Recordó lo ocurrido cuando tenía doce años...
Llevaba siguiéndolo doce años, soportando mil dificultades para llegar hasta él. Lo había dado todo por ese hombre.
Y sólo había sido un descuido... un descuido que la había llevado a quedarse embarazada de su hijo.
Sin darse cuenta, las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas.
Era como si el destino le hubiera arrebatado su último escudo, haciendo que toda la fortaleza que mostraba de día se desmoronara en un instante.
Ese bebé era la última esperanza en sus tres años de matrimonio.
Pero su hijo ya no estaba.
¡Había muerto!
Cubrió su cara con sus manos y rompió en un llanto desgarrador...
La noche estaba tan oscura como la tinta.
Afuera, la lluvia torrencial golpeaba los cristales, componiendo una sinfonía caótica.
David se incorporó bruscamente en la cama, jadeando con respiraciones entrecortadas, con la frente empapada en sudor frío.
Otra vez el mismo sueño.
El agua fría lo envolvía por completo; por más que luchaba, no podía respirar. Sólo podía ver cómo se hundía cada vez más en la oscuridad infinita. La sensación de asfixia era tan real que le encogía el corazón.
Se revolvió el cabello con impaciencia, se levantó y se acercó a la ventana panorámica.
Contempló la ciudad envuelta en el manto de lluvia.
Ni la lluvia más intensa de la noche podía lavar la sombra que oprimía su corazón.
Se dirigió al mueble bar, se sirvió un gran vaso de whisky y lo bebió de un trago.
El líquido ardiente le quemó la garganta, pero no logró adormecer la inquietud ni el pánico inexplicable que lo invadían.
Sentía que algo había pasado, perturbando su mente. Una punzada sorda le oprimía el pecho... era una sensación de desasosiego absoluto.
A la mañana siguiente, Bianca fue llevada por las enfermeras al quirófano.
Los instrumentos metálicos fríos, las luces deslumbrantes y el penetrante olor a desinfectante impregnaban el ambiente.
La doctora revisó su informe con el ceño fruncido.
—Aún tienes restos en el útero. Debemos realizar un legrado. Sabes que tienes una deficiencia genética y que eres alérgica a la mayoría de los anestésicos. Por eso, esta vez no podremos usar anestesia.
Eso significaba que tendría que soportar la operación en un estado casi consciente, como si le raspasen los huesos y la carne.
Bianca asintió. Temblaba levemente, presa del miedo y del frío.
Apretó los dientes con fuerza; sus uñas se clavaron profundamente en las palmas.
Cuando el instrumental penetró en su cuerpo, un dolor agudo y desgarrador la invadió de inmediato.
—¡Ah...!
Gimió, incapaz de contenerse. Su frente se cubrió al instante de sudor frío.
Dolía.
Dolía demasiado.
Era como si le destrozaran las entrañas.
Las lágrimas brotaron sin control, mezclándose con el sudor y nublándole la vista.
Se mordió el labio inferior con tal fuerza que lo hizo sangrar; el sabor metálico inundó su boca.
Quería grabar ese dolor en su memoria.
Recordar quién la había hecho sufrir así. Recordar la punzada en el corazón por la pérdida de su hijo.
¿Quién había causado la muerte de su bebé? ¡No pensaba perdonar!
El dolor la golpeaba como oleadas incesantes, sacudiendo sus nervios una y otra vez. Se sentía como una frágil barca en medio de una tormenta, a punto de hacerse pedazos.
Poco después, perdió el conocimiento.
Al mismo tiempo, en la oficina presidencial de Corporación Altamira.
David observaba la pantalla de su celular con la frente cada vez más arrugada.
Ya eran las diez de la mañana, y el teléfono de Bianca seguía apagado.
¡Apagado!
¿Esa mujer fingía haber desaparecido?
¿Acaso no habían acordado firmar el divorcio ese día? ¿Pretendía faltar a la cita?
Una oleada de ira lo invadió, y arrojó el celular sobre el escritorio con frustración.
Desde temprano se sentía inquieto, con la sensación constante de que algo estaba por ocurrir.
¿Sería Bianca?
¿Qué podía haberle pasado?
Seguro sólo quería llamar su atención o retrasar el divorcio.
Quería ver qué juego estaba planeando esta vez.