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Capítulo 3

Miré a Laura, a la bandeja, a los hombres que también me miraban y, cuidadosamente, caminé hacia adelante. Me aseguré de no tirar nada. Si se me hubiera permitido sudar, probablemente lo habría hecho. Decidida a no hacer contacto visual con nadie, rodeé la mesa y le di a todos una copa de champán. Hasta ahora, todo iba bien. Justo cuando solo me quedaban dos copas más, sentí un repentino mareo y derramé un poco de champán por accidente. Un escenario aceptable habría sido que solo se hubiera derramado en la mesa; sin embargo, cayó un poco de líquido en el traje del hombre al que se suponía que debía servirle la copa. —¿Pero qué haces? Discúlpate —ordenó Jorge de inmediato, causando escalofríos alrededor de todo mi cuerpo. Jorge era alguien a quien nadie quería enojar y un perfeccionista. —L... lo siento mucho —tartamudeé y tomé una servilleta para limpiar el traje del hombre, pero, antes de que pudiera acercarme a limpiarlo, tomó mi mano y la apretó. —No te preocupes, es solo un traje —dijo sonriente. Sorprendida por su despreocupado comentario, lo miré por primera vez y noté que no era mucho mayor que yo, así que probablemente no era tan estricto. Él tenía una cálida sonrisa en el rostro y frunció el entrecejo cuando me descubrió observándolo. Miré hacia abajo con un rubor en mis mejillas, pero me recuperé con prontitud cuando escuché la tos saliendo de la boca de Cristian. Con dolor en el estómago, volteé y me encontré con el mismo hombre que había intentado evitar de la misma forma en la que él había estado evitándome. La última vez que me miró a los ojos fue cuando accidentalmente bloqueé su camino la semana pasada y entonces me pidió que me moviera. En el momento en que coloqué su champán frente a él, su mano envolvió con prontitud mi muñeca y me jaló lo suficientemente cerca como para poder susurrar en mi oído. —¿Estás bien? Sentí un atisbo de preocupación en su voz, pero su reacción repentina me tomó por sorpresa porque de antemano me había estado preparando para el regaño, así que me alejé con prontitud para tomar distancia mientras asentía con la cabeza. Por unos cuantos segundos, me quedé congelada en mi sitio hasta que hice contacto visual con Esperanza, cuyo brillo en los ojos me decía que regresara. —¿Estás bien? —me preguntó mi amiga. El hecho de que casi me había desmayado solo por los nervios ya de por sí era demasiado vergonzoso, así que lo único que hice fue asentir con la cabeza y mantenerme callada. Aunque Esperanza había dicho que terminaría pronto, en realidad no fue así y, una vez más, empecé a contar ovejas en la cabeza. Miré entre Cristian y el joven que me había dicho que no me preocupara por haber arruinado su traje. Por la forma en la que interactuaban, parecía que eran bastante cercanos entre ellos. ¿Quién habría imaginado que Cristian era capaz de sonreír? Cuando el tipo me descubrió mirándolo, me regaló una sonrisa y me guiñó el ojo, lo que causó que inmediatamente volteara y fingiera que no lo estaba mirando. Estaba claro que ya era demasiado tarde, siendo que ya me había acost*do con mi jefe, pero no quería involucrarme más con esas personas de ninguna manera hasta el punto en que no quería que ni supieran mi nombre. Lo único que me importaba era hacer suficiente dinero para pagar mis cuentas. Después de unos minutos que se sintieron como horas, la reunión finalmente terminó y todos los hombres se prepararon para dejar el salón otra vez. Yo mantuve mi cabeza gacha e intenté quedarme de ese modo hasta que todos los hombres se fueran, pero entonces noté que una figura caminaba hacia mí y mis ojos se encontraron con un par de zapatos Oxford. No supe qué tan rápido levanté la cabeza y entonces me encontré con un par de ojos marrones dulces. —Lamento que te hayamos agotado así, pero ¿estás segura de que no estás enferma? —se disculpó Javier con una expresión apenada en el rostro. Sostuvo su mano contra mi frente e hice mi mayor esfuerzo para ocultar el rubor que se esmeraba por aparecer en mis mejillas. Le regalé una sonrisa forzada. —Está bien. Yo también me quedé dormido —bromeó Marcos y rodeó los hombros de su amigo con el brazo. Los dos bromearon el uno con el otro y el resto de las chicas se unieron a ellos. Yo me sentí agradecida de que Javier por fin quitara su mano de mi frente, pero me asusté un poco cuando vi a Cristian recostado contra la puerta con los brazos cruzados. Parecía molesto. Cerró los ojos y se aclaró la garganta, lo que hizo que todos voltearan a verlo. —Marcos, lleva a las chicas de regreso abajo y, Javier, a mi oficina —fue lo único que dijo y se fue. Javier nos regaló una última sonrisa antes de obedecer a su primo y seguirlo mientras que Marcos también obedeció y nos llevó de regreso. —Estás comiendo bien, ¿verdad? —me preguntó Esperanza, posiblemente refiriéndose a que apenas podía mantenerme en pie sobre mis piernas. La verdad es que me sentía fatal, pero si una no se siente bien, entonces no puede trabajar. Y no estaba en una situación en la que podía perder dinero, así que hice mi mayor esfuerzo y asentí con la cabeza. —Estoy bien. Solo me sentí un poco nerviosa. Es todo —respondí. Ella me miró con desconfianza, pero luego se encogió de hombros y pasó su mano alrededor de mis hombros. —Bien, porque necesito a mi mejor amiga en el trabajo. Pensé en las razones por las que podría estar sintiéndome así de mal, pero no encontré ninguna. Entonces, ¿de verdad me encontraba bien?

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