Capítulo 4
—¿Te enfermaste de nuevo? —me fastidió Esperanza en cuanto mirábamos una película. Corrí al baño por cuarta vez hoy y me sentía exhausta por ello.
Me había estado sintiendo así durante tres meses hasta ahora y mi cuerpo estaba a punto de rendirse, pero sabía que probablemente se debía a que solía trabajar demasiado.
—No te preocupes, ¡no es nada! —grité como respuesta. Hice unas gárgaras con un enjuague bucal con la esperanza de acabar con ese desagradable sabor de mi boca. Sin importar qué pasara, incluso si estaba al borde de la muerte, tenía que hacer lo posible para poder pagar al menos mi renta este mes. Enfermarse no era una opción.
Si bien la mayoría tenía una familia en la que apoyarse, yo no tenía a nadie y estaba por mi cuenta, como siempre. Por supuesto, no había nada de malo en pedirle dinero a Esperanza o Laura porque sabía que ellas me lo prestarían con gusto. Sin embargo, sentía vergüenza por pedirles ayuda. Ya tenía la suficiente edad como para poder cuidar de mí misma, aunque en verdad no podía.
—Te dije que no comieras ese pan con Cheetos. Siempre comes las cosas más desagradables —se quejó mi amiga y vino hasta el baño. Yo me apresuré en ocultar el enjuague y fingí estar bien. —No son desagradables. Lo vi en un canal de cocina colombiana. Es seguro —me defendí.
Ella arrugó la nariz y movió su cabeza en negativa con desaprobación. —Chica, sé que estás desesperada por aprender español y conocer mejor tu cultura y eso. Pero quizá deberías dejar las recetas para cuando de verdad sepas lo que están diciendo.
—Está bien. Le preguntaré a Laura la próxima vez —dije haciendo un puchero para quitármela de encima y regresé a mi habitación para continuar con la película. Después de terminarla, mi amiga se fue y yo regresé al baño lo más rápido que pude para vomitar una vez más. Siendo como era, ya había buscado mis síntomas en Google, pero me detuve de inmediato en cuanto leí demasiadas enfermedades de todo tipo que coincidían con ese malestar.
Al siguiente día me sentí incluso peor que el día anterior, pero igual fui a trabajar, determinada a no faltar ni un solo día. Tomé todo lo que se me ocurrió para sentirme mejor, pero fracasé. Igual que cada noche, me miré en el espejo y me giré para observar mi cuerpo. Generalmente, mis atuendos ajustaban mi figura y me quedaban bien, pero hoy no fue el caso.
—Laura, ¿me veo gorda? —pregunté y miré a la joven que se aplicaba el lápiz labial. Ella detuvo sus actividades de inmediato y giró la cabeza hacia mi dirección para dar un vistazo a mi estómago y se encogió de hombros. —No, pero has subido de peso. Te sigues viendo bien de todas maneras.
Ella no tuvo idea del impacto que sus palabras habían causado en mí y volteó para seguir con lo que estaba haciendo. Sentí mi vientre estrujándose porque sabía que supuestamente no debía haber subido de peso. Estaba siguiendo una estricta dieta para mantenerme delgada y no había razón para haber engordado.
—Chica, solo engordaste, no es como si estuvieras embarazada. No exageres —me dijo riendo y caminó fuera del vestidor, dejándome atrás. Mis piernas se sintieron débiles y caí sobre el piso mientras sostenía mi cabeza entre mis manos. Esto no podía estar pasando.
«Esto no puede estar pasando...»
Pero no había otra explicación para los síntomas que tenía. No había mayor explicación para que mi cuerpo hubiera ganado peso o vomitara tantas veces al día. No había ninguna otra razón más que la de estar embarazada.
Me levanté del suelo y me miré en el espejo una vez más. No importaba cuánto intentara convencerme de lo contrario, no había otra explicación. Todos los síntomas que había mostrado indicaban que estaba embarazada. Solo cuando sentí algo cayendo por mi mejilla me di cuenta de que estaba llorando.
Esto no podía estar pasándome. Solo había una persona posible que podría ser el padre y esa persona era el mismo hombre que no me hablaría ni siquiera para darme la hora, el mismo hombre que ni siquiera me daría una mirada cada vez que pasaba por mi lado, el mismo que actuaba como si nada hubiera pasado entre nosotros. Y ese hombre no era otro que el mismísimo Cristian.
¿Qué diría si se enterase de que estaba embarazada? Probablemente me diría que ab*rtara. Sí, es cien por ciento seguro de que haría eso. Qué más podría decir cuando todavía tenía toda una vida por delante que no podía ser arruinada por un bebé, producto de un ser inferior.
En el momento en que escuché unos pasos, me limpié las lágrimas con rapidez e intenté forzarme una sonrisa en el rostro. —Paz, estás...
Me di la vuelta para mirar a Esperanza, quien tenía una expresión de confusión. Por desgracia, podía ver a través de mí, como siempre.
—¿Estás llorando? —me preguntó, pero negué rápidamente con la cabeza y sostuve su mano. —No, solo tenía una basurita en el ojo. Vámonos —le respondí.
Caminamos juntas fuera de los vestidores con los brazos entrelazados y estábamos tan ensimismadas en nuestra conversación banal que no me di cuenta de que chocaría con alguien hasta que lo hice. Sentí mi cuerpo chocar contra uno tan duro como roca. Levanté la vista de inmediato, solo para encontrarme con el inexpresivo semblante de Cristian. Me disculpé de inmediato. —Lo siento mucho.
Mi corazón parecía latir tan rápido que saldría de mi pecho y yo estaba secretamente anticipando sus próximas palabras. Sin embargo, no dijo nada y solo se hizo a un lado y siguió su camino, ignorándome por completo. ¿Me seguiría ignorando si le dijera que estaba embarazada?
—Demonios, es tan guapo y tan grosero a la vez —gruñó mi amiga, admirándolo y mirándolo una vez más mientras él se iba. Yo intenté jalarla de su brazo. Todo lo que quería era que esa noche se acabara tan pronto como fuera posible. De hecho, ya había empezado bastante mal por el choque que tuve con Cristian, justamente la persona que quería evitar. Por lo general, no se le veía por el club, pero, claro, de todas las veces que pude habérmelo encontrado, tenía que ser justo hoy.
Como siempre, el club estaba lleno de personas que iban a divertirse y de hombres de negocios que buscaban algo de entretenimiento. Solía ir hacia la sección VIP porque los hombres de negocios ahí eran quienes pagaban mucho más, pero el día de hoy no me sentía bien, así que solo fui con los clientes normales.
La verdad, bailar y dejarse llevar por dinero no era el peor trabajo del mundo. El único problema era el prejuicio y la manera en la que las personas me miraban cuando les decía cuál era mi trabajo después de que preguntaran, como si no esperaran ese tipo de respuesta. Una tímida y tranquila chica como yo haciendo estriptis en un club para ganar dinero. Por un segundo, dejé de hacer lo que estaba haciendo para mirar mi vientre. Bloqueé de mi mente cualquier sonido de la fuerte música que resonaba o la intensidad de la luz del club y solo pensé en una cosa. Una mujer conoce bien su cuerpo y yo estaba obviamente embarazada. No había forma de negarlo. Pero ahí estaba yo, siendo irresponsable. Este trabajo debía ser lo último que debería estar haciendo en este momento, pero no es como si alguien fuera a pagar mis deudas y definitivamente necesitaba el dinero. ¿Cómo pudo alguien como yo salir embarazada? ¿Por qué siquiera me atreví a tener una noche de aventura?
—Te ves como la m*erda y has estado así desde hace unos meses. Ve a casa y descansa o busca un doctor —me recomendó el mismo tipo que siempre me seguía a todas partes para recoger mis propinas. Por lo general, Frank era un buen tipo, pero era demasiado audaz y no tenía miedo de decir lo que pensaba. Si yo me hubiera ido temprano, al final habría sido ventajoso para ambos, pues eso significaba que él también habría terminado temprano esa noche.
Miré el gran reloj de pared y, solo cuando vi que ya era más de medianoche, devolví la mirada al hombre y asentí con la cabeza. Había sido suficiente por el día y probablemente había alcanzado mi objetivo. Le di unas palmaditas en el hombro y le agradecí antes de regresar con rapidez hacia mi vestidor, con la esperanza de que nadie me viera.
—Ardilla, ¿ya te vas? —escuché una voz que me llamaba y detuve mis pasos mientras cerraba mis ojos. Por el alegre tono de voz que los otros hermanos Escobar definitivamente no tenían, asumí que se trataba de Víctor. Tenía dos opciones: la primera sería entrar en el vestidor e ignorar a mi jefe; la segunda sería darme la vuelta y saludarlo en mi estado actual. La primera opción estaba fuera de discusión. Teniendo en cuenta el dinero que necesitaba, lo último que estaba en mi lista era ignorar a mi jefe.
—Qué tal —lo saludé con torpeza y me di la vuelta para verlo. Los ojos de Víctor se agrandaron por unos instantes. Sostuvo su mano sobre mi frente para revisar mi temperatura.
—Ardilla... luces como varias mi*rdas combinadas y mezcladas juntas —comentó. Víctor siempre tenía una manera interesante de hablar, ya sea demasiado básica o demasiado avanzada como para que mi simple cerebro lo entendiera. Por ello, fruncí el ceño esperando su usual explicación, la cual siempre seguía un poco después.
—Te ves graciosa, duerme un poco —dijo traduciendo sus palabras. No pude ocultar la triste expresión en mi rostro, lo que causó que su cara se tornara compasiva. Miró mi cuerpo tembloroso por el frío y por la poca ropa que llevaba puesta.
—Cris, ven y echa un vistazo a esto. Si vas a ocupar el puesto de papá un día, tendrás que tratar mejor a tus empleados —gritó Víctor a la persona que yacía detrás de mí. No podía creerlo. Si hubiera sabido que me volvería a cruzar por segunda vez con la persona que había intentado evitar ese día, habría tirado el dinero y faltado al trabajo.