Capítulo 5
Cristian se acercó hacia mí, parándose al lado de su hermano. Yo agaché la cabeza y no tenía planes de levantarla, pero, para mi mala suerte, no me lo permitió. —Mírame —ordenó.
Tal como recordaba, su voz era fuerte y dominante. Incluso si quisiera, no podría desobedecerlo. Parecía como si fuera un obsesivo del control que ordenaba a las personas con toda naturalidad. Levanté la cabeza para mirarlo y, sorpresivamente, su mirada se suavizó. ¿Qué tan mal tenía que estar luciendo como para que él perdiera su dura expresión?
—Viene aquí en Uber también. Ya es de noche y demasiado tarde. Y no todos son tan amables como yo, ardilla. Deberías cuidar mejor de ti misma, ¿no es cierto, Cris? —me regañó Víctor y miró a su hermano en busca de apoyo. No sabía que podía sentirme incluso más avergonzada, pero aquí estaba, sintiéndome peor.
Hice contacto visual con Cristian, quien ignoraba a su hermano, pero siguió observándome hasta que miré hacia otro lado para evitar sus ojos.
—Ve a cambiarte. Te llevaré a casa —ordenó como si de nada se tratara. Era lo último que quería en la vida y él era la última persona con la que quería estar. Verlo a él solo me recordaba el hecho de que probablemente estaba embarazada y sin esperanzas. —Está bien. Puedo ir sola —respondí.
En sus ojos pude ver destellos, como si de dagas se trataran. Obviamente, no estaba impresionado por haberlo rechazado. —Víctor tiene razón. Es peligroso. Es tarde. Estás enferma y te ves como una mi*rda.
«Te ves como una mi*rda». Por alguna razón, cuando dijo esas palabras, me impactó.
—No quiero molestarte y de verdad puedo regresar a mi casa por mi cuenta, pero...
—Te llevaré. Es una orden —sentenció él, perdiendo la paciencia. Era la última persona con la que quería discutir, así que en cambio solo asentí con la cabeza sin decir una palabra más.
—Ve a cambiarte. Regresaré —me dijo y se fue caminando antes de que pudiera replicar nada más. Víctor, quien podría estar pensando que me estaba haciendo un favor, solo se encogió de hombros y sonrió orgullosamente. —Lo ves, ahora que alguien se hará cargo, ya puedo irme —dijo guiñándome el ojo. Entonces se fue y me dejó sola.
No quise atreverme a hacer esperar demasiado a Cristian, así que entré con rapidez para cambiar mi ropa, tomé mi bolso y salí de los vestidores. Él se apoyó contra la pared mientras fumaba un cig*rrillo y sostenía el celular cerca a su oído con la otra mano. No quise interrumpirlo, así que me di la vuelta y me quedé esperando a que terminara. Por curiosidad, no pude evitar escuchar la intensa conversación que tenía por llamada.
—O vienes a verme o, te lo juro, te encontraré y te lo haré pagar de una forma u otra. O te mataré con mis propias manos —gritó. De repente, sentí escalofríos por todo el cuerpo. Recordé a qué tipo de familia pertenecía él y pensé que, quizá, sería lo mejor que huyera lo más lejos posible.
—¿Quieres saber por qué? ¡Porque no puedes robar comida de mi refrigerador! —se rio entre dientes y al instante me sentí una tonta. Él solo estaba teniendo una conversación normal y yo aquí pensando que de verdad estaba amenazando de muerte a alguien. No pude evitar esbozar una sonrisa cuando me di cuenta de que él era capaz de interactuar con otras personas y de que tenía otros rasgos en su personalidad, además de su fría fachada que me mostraba todo el tiempo.
—Está bien, Vicente. Te veré mañana —fue lo último que dijo antes de colgar la llamada. Tiró el cig*rrillo al suelo y agitó su mano para esfumar el humo. —¿Vienes? —me preguntó con naturalidad y yo me di la vuelta, tremendamente asustada al saber que se había dado cuenta de que había estado escuchando su conversación por celular todo el tiempo.
Asentí con la cabeza y lo seguí hasta un lujoso auto que probablemente costaba más caro de lo que ganaría en toda mi vida. Abrió la puerta, pero, antes de que pudiera entrar, posó la mano en mi hombro desnudo y me dio la vuelta mientras me empujaba contra el auto. Incluso si quisiera escapar, no podría, pues me tenía atrapada entre sus piernas.
—¿Por qué las chicas se visten como si fuera verano? —dijo riendo. Se sacó la chaqueta de cuero y la colocó alrededor de mi cuerpo. Luego, movió la cabeza en dirección hacia el asiento del auto, forzándome a entrar. —G... gracias —pude decir apenas, sorprendida por sus acciones, y entonces entré.
Seguí preguntándome una y otra vez.
«¿Cómo es que terminé con la persona que trataba de evitar?»
—Tu dirección —me pidió él, señalando el sistema de navegación digital. Una vez más lo obedecí y tipeé mi dirección. Él se puso en marcha a toda velocidad. El viaje en el auto fue tan incómodo que incluso tuvo que encender la radio para eliminar el completo silencio entre nosotros.
Por un segundo, consideré la posibilidad de decirle que quizá estaba embarazada. Sin embargo, descarté esa posibilidad luego de ver cómo intentaba evitar cada ademán de entablar una conversación y porque no estaba completamente segura de mi embarazo.
Incluso hace tres meses, no habíamos intercambiado muchas palabras. Aquella noche fue la primera vez que me quedé mirándolo por un largo tiempo, simplemente no pude evitarlo. Tenía algo misterioso y provocativo que era difícil de encontrar. Su dominante aura me excitaba. Cuando descubrió que lo estaba mirando, no perdió el tiempo y me jaló hacia su oficina del brazo. Recuerdo pensar que estaba en problemas por haberlo mirado tanto tiempo, pero estaba equivocada.
Sabía que era como cualquier otra chica y que no era nadie especial para él. No obstante, saber que ninguna otra chica del club se había ac*stado con él había aumentado mi ego. Por ello, sentí como una bofetada en el rostro cuando me ignoró. De todos modos, no es como si pudiera poner en palabras lo que esperaba que él hiciera cuando en sí podría tener a cualquier chica que no fuera una bailarina de estriptis.
—Necesito que te cuides. Soy responsable por ti y, si caes, mi padre me hará caer contigo —me dijo después de un rato y bajó el volumen de la radio. «Vaya forma interesante de decirle a alguien que se cuide».
—Estoy bien —le aseguré y miré hacia abajo solo para descubrir que mis piernas estaban temblando. Tomé una profunda respiración e intenté aparentar estar saludable lo mejor posible, pero incluso hasta la persona más tonta del mundo podría ver a través de mí a estas alturas. —No me gusta que me mientas.
Sus palabras me impactaron y me disculpé de inmediato, aunque no tenía intención de hacerlo. Incluso si estaba embarazada, no estaba capacitada para ejercer la maternidad en paz. No era quién para juzgar, pero él parecía la clase de persona que decidiría por mí si yo podría ser una buena madre o no. Estos pensamientos no estaban ayudándome y me hizo preocuparme incluso más. Me di cuenta de que no podría tranquilizarme hasta tener una prueba de embarazo.
—Eres la favorita de papá. No me dejará en paz si es que algo malo te pasa —intentó explicarme una vez más, pero eso solo me hizo sentir más culpable. Lucas siempre había sido bueno conmigo y lo único que le daría a cambio sería posiblemente un nieto no planeado. «Tranquilízate, Paz. No estás embarazada», intenté calmarme.
Cuando llegamos a mi vecindario, me sentí un poco cohibida porque era muy probable que Cristian ni siquiera consideraría poner un pie en mi vecindario bajo ninguna circunstancia. No obstante, lo hizo y lo hizo para poder llevarme a casa. Miré su rostro e intenté leer su expresión, pero fallé. Él mantenía una auténtica cara de póquer.
—Trabajas bien, pero, si no te sientes mejor mañana, quédate en casa y busca un doctor —fue todo lo que dijo. Y, aun así, sonó como si me estuviera diciendo que bajara de su maldito auto para que pudiera dejar ese vecindario lo más pronto posible. —Gracias. Y me siento bien —le dije. Salí del auto para caminar a mi departamento. En lugar de manejar y alejarse, esperó hasta casi el último segundo hasta que cerré la puerta. Me sentí aliviada de que por fin pudiera dejar salir mis lágrimas.
Mañana me realizaría una prueba de embarazo y acabaría con esta pesadilla de una vez por todas.