Capítulo 10
La noche cayó.
Baltazar estaba de pie junto al río, la luz de la luna proyectaba una capa de escarcha fría sobre su cara.
Frente a él, un hombre, atado de rodillas, le hacía reverencias sin cesar.
—¡Señor Baltazar, se lo suplico, por favor, deje a mi hijo!
Uno de los hombres de Baltazar empujaba el cochecito de bebé, cuyas ruedas estaban peligrosamente cerca de la orilla.
—Si me dices la verdad, lo dejaré ir.
En sus ojos brilló un destello de terror. —Señor Baltazar, no entiendo de qué me está hablando...
—¿No entiendes? —Baltazar soltó una ligera risa—. Solo te doy tres segundos.
—Después de tres, si no oigo algo útil de tu boca, mandaré a tu hijo al lugar al que debe ir.
Baltazar fijó la mirada en su rostro tembloroso y empezó a contar.
—¡Tres!
—¡Dos!
En el instante en que el cochecito de bebé se inclinó hacia el río, Hugo no pudo soportarlo más y gritó, deshecho: —¡Lo diré!
—El video de la maldición en la fiesta de despedida, la caída del acantilado, el incendio en la exposición de

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