Capítulo 3
Brenda arrastró los pies al regresar a la "casa" en la que había vivido durante ocho años.
Abrió la puerta de la sala y enseguida vio a Camila acurrucada en los brazos de Andrés.
Ella tenía algunos rastros de lágrimas en la cara, como si hubiera llorado.
Andrés la consolaba con dulzura en voz baja: —Ya está, si sigues llorando dejarás de verte bonita.
Camila respondió de manera coqueta: —¡Qué malo eres! ¡Yo nunca me pondré fea!
Brenda, con la mirada sombría, observó cómo su esposo, a quien alguna vez amó con el alma, se acurrucaba con su amante. Su corazón ya estaba tan insensible por el dolor que ni siquiera podía sentirlo.
Andrés carraspeó y se dio la vuelta. —¿Brendita, ya volviste? ¿Javier está bien?
A Brenda esto le pareció algo ridículo.
Él le había ordenado a sus subordinados que desconectaran el soporte vital de Javier, y aun así preguntaba con hipocresía si estaba bien o no.
Le echó un vistazo a Camila. —Por ahora no morirá.
De inmediato Andrés se enojó. —¡Brendita! ¿Sabes con quién estás hablando?
¿Con quién estaba hablando ella?
Por supuesto, estaba hablando con el asesino de su padre.
Ambos se miraron de arriba a abajo, el ambiente era tenso y cargado de hostilidad.
Camila tiró con suavidad de la ropa de Andrés y habló con timidez.
—Lobo grande, ¿el conejito blanco hizo enojar a Brenda?
Las pupilas de Brenda temblaron de rabia. —¿Lobo grande? ¿Conejito blanco?
Esos solían ser los apodos que solo compartían ella y Andrés; ahora, el lobo grande seguía siendo él, pero el conejito blanco se había convertido en Camila.
¡Qué irónico resultaba todo esto!
Andrés no se dio cuenta en lo absoluto del estado de ánimo de Brenda, o quizá no le importaba en lo más mínimo.
Él volteo la cabeza y pellizcó la mejilla de Camila con ternura. —No digas tonterías, eso no es cierto.
Camila, coqueta, le pidió: —¿Puedes quedarte conmigo en el hospital? No quiero que las enfermeras me cuiden, no son nada cariñosas.
¿Hospitalizada? Brenda bajó por unos segundos la mirada.
Al parecer, una vez que Andrés obtuvo el acuerdo de transferencia voluntaria de órganos, no podía esperar más tiempo para organizar la cirugía para Camila.
Andrés pensó por un momento y de repente llamó a Brenda, quien ya estaba en la escalera.
—Brendita.
Se levantó y caminó a paso largo hacia ella. —Hay algo que necesito que hagas.
Ella ya tenía un pie en el escalón y no miró hacia atrás.
—Dilo, ¿qué quieres que firme ahora?
—¿Es el acuerdo de divorcio? ¿O necesitas algún órgano mío para cambiárselo a tu delicado conejito blanco?
Andrés se ensombreció y su mirada se tornó sombría y severa.
—¡Brenda! ¿No puedes hablar sin sarcasmo por una sola vez?
Ella tragó el nudo amargo en su garganta. —Mi padre acaba de salir de una operación de emergencia, ¿acaso qué clase de actitud esperas de mí?
—Andrés, no he dormido en toda la noche y el día, solo quiero subir a dormir un poco.
Andrés le sujetó con fuerza la muñeca. —Esta es tu casa, puedes dormir cuando quieras. Pero...
Señaló a Camila, que tenía una expresión inocente. —Camila tiene que ser hospitalizada cuanto antes para recuperarse; tú tienes experiencia cuidando pacientes cardíacos, así que ve a cuidarla por un tiempo.
Brenda soltó una risa irónica. —Andrés, estás loco o qué. ¡Mi padre está hospitalizado! Si yo la cuido, ¿quién cuidará a mi padre?
La mano de Andrés se apretó con fuerza, haciéndole doler tanto que inhaló con brusquedad.
—Brendita, ¿puedes soportar las consecuencias de desobedecerme?
Ante su siniestra mirada, Brenda bajó los ojos. —Está bien, la cuidaré.
Él soltó su mano de repente y, por una vez, su tono fue gentil.
—Muy bien, te lo agradezco.
Obligar a su esposa a cuidar de su amante en el hospital, eso sería otra noticia escandalosa en Nueva Thalía.
Pero Brenda ya no le daba tanta importancia como antes, ni tenía tiempo para preocuparse por esos rumores o chismes.
El primer día de hospitalización de Camila, Brenda por fin entendió por qué ninguna cuidadora aceptaba el trabajo.
A Camila le disgustaba que la habitación fuera demasiado simple y mandó llamar a un equipo de remodelación para decorarla a su gusto con elementos rosados.
Le parecía que la cama del hospital era demasiado estrecha y por lo tanto ordenó traer una cama redonda de tres metros de diámetro.
—¿Se puede beber esta agua? ¡Solo puedo tomar Agua mineral de Kobe!
—¿Qué clase de comida es esta? ¡Quiero comer comida gourmet de alto nivel!
Los médicos y enfermeras del hospital se quejaban una y otra vez: —¿Ella viene a tratarse o a vacacionar?
Pero ella, amparada en que Andrés había donado un edificio al hospital, se comportaba de manera prepotente y autoritaria.
Cuando una enfermera le cambió la venda con un poco de brusquedad, Camila le dio una cachetada en el acto.
Cada vez que Brenda intentaba persuadirla un poco, Camila rompía en llanto y llamaba a Andrés para quejarse.
—Dices que mi posición no es inferior al suyo, ¡pero todo es mentira!
Andrés la consolaba por celular y, unos minutos más tarde, Brenda recibía una llamada de él.
—Camila es la paciente, ¿no puedes ser más tolerante con ella?
¿Paciente?
Brenda solo quería preguntarle: ¿esa persona que alborotaba tanto el hospital e impedía su funcionamiento era en realidad la "paciente en estado crítico" de la que él hablaba?