Capítulo 4
Después de colgarle a Andrés, Brenda miró a Camila, quien estaba acostada en la cama grande, disfrutando del aire acondicionado y comiendo helado.
—¿No tienes miedo de que le mande a Andrés una foto de cómo estás ahora mismo?
Camila, sin preocuparse en lo más mínimo, le respondió: —Mándasela, ¿qué va a hacer cuando lo sepa? Incluso me va a elogiar, va a decir que soy adorable y que sé vivir la vida.
—No como tú, que siempre tienes esa cara sombría. Ya debe estar cansado de verte de esa manera.
Brenda sonrió con desprecio. —Es la primera vez que veo a una amante tan justificada. Camila, ¿ya olvidaste cuando decías que "antes muerta que ser la otra"?
Camila se ensombreció; llena de vergüenza y rabia, estuvo a punto de ir a discutir con Brenda.
Pero de pronto se detuvo en seco a un metro de ella.
Unos minutos más tarde, arrancó el respirador de la cabecera y se lo puso en la mano a Brenda.
—La que no es amada es la tercera. Quiero ver si él te cree a ti o a mí.
Se arrodilló temblorosa a los pies de Brenda y le suplicó de rodillas. —Brenda, te lo ruego, dame el respirador. ¡De verdad no puedo respirar!
Mientras Brenda estaba desconcertada, alguien pateó la puerta de la habitación.
Andrés irrumpió, levantó a Camila en sus brazos y le quitó el respirador de las manos a Brenda para ponérselo a Camila.
—Camila, ¿cómo estás?
Camila se recostó en sus brazos, respirando con muchísima dificultad.
—No culpes a Brenda, fue porque le quité el corazón de su padre que se confundió por un momento...
El semblante Andrés se transformó. —¿Por qué siempre eres tan buena? ¡Por eso las personas malvadas te hacen daño!
Se volteó hacia Brenda, su mirada se tornó siniestra y sin ningún rastro de sentimiento.
—Fui yo quien hizo que Camila recibiera el trasplante de corazón. Si tienes algo contra alguien, descárgalo conmigo. ¿Sabes que podrías haberla matado?
Brenda mantuvo la calma por un rato y señaló la cámara en la esquina.
—No fui yo. Si no me crees, puedes revisar las cámaras. Además...
Pausó un momento. —Es solo un respirador, no le va a pasar nada. No olvides que el soporte vital de mi padre estuvo detenido por diez minutos completos.
Un destello de furia cruzó por los ojos de Andrés. —¡Revisémoslo! Quiero ver cuánto tiempo puedes seguir negándolo.
Justo cuando iba a levantarse, Camila lo detuvo y lo negó.
—No lo revises, no quiero que me veas desesperada y sufriendo, no quiero que te pongas triste por eso… Yo creo que Brenda no lo hizo a propósito, dale otra oportunidad.
Después de decir estas palabras, empezó a toser de forma violenta, lo que hizo que a Andrés le doliera cada vez más el corazón.
—Está bien, no lo revisaré. Pero ¿cómo podría dejar que sufras semejante humillación?
Se dio la vuelta y, con un tono que no admitía ningún tipo de discusión, le dijo: —Así como Camila se arrodilló ante ti, tú deberás arrodillarte ante ella.
Brenda abrió los ojos de par en par, algo incrédula. —¡Andrés, yo no admitiré algo que no hice, mucho menos me arrodillaré ante ella!
—No pensarás volver a chantajearme con la vida de mi padre para que yo ceda, ¿verdad?
Andrés se acercó furioso paso a paso, su figura alta la cubría por completo.
—Cuando yo ordeno algo, no hace falta complicarse.
Hizo una ligera señal hacia la puerta y de inmediato entraron varios guardaespaldas corpulentos.
Levantó con severidad los ojos. —Hagan que se arrodille y pida perdón hasta que yo quede satisfecho.
—Abran la puerta, quiero que todos en el hospital vean las consecuencias de meterse con Camila.
Los guardaespaldas, siempre tan obedientes, actuaron como hormigas apenas terminó de hablar: dos sujetaron a Brenda a ambos lados, y otro se paró detrás de ella.
Al principio Brenda luchó con todas sus fuerzas, el cabello despeinado, las lágrimas corriéndole por la cara.
—¡Andrés, te vas a arrepentir de esto!
Andrés la miraba desde arriba, su costoso abrigo de lana no tenía ni una sola arruga.
—Si hoy no te doy una lección por Camila, entonces sí me arrepentiría.
Cuando Brenda se encontró con esa mirada y aterradora, dejó de resistirse.
Se quedó como una momia, permitiendo que los guardaespaldas la sujetaran del cabello y la empujaran contra el frío y duro suelo de mármol.
—¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!
Cada golpe resonaba una y otra vez en su cabeza como un trueno; un dolor desgarrador le atravesó la frente, sentía que los huesos iban a pulverizarse.
El fuerte ruido atrajo a la gente del pasillo, quienes se asomaban para chismosear.