Capítulo 20
Apenas terminó de hablar, el bullicio del público se desvaneció al instante. Todos miraban a Matías con un temor reverente.
En Laguna Brava, su nombre bastaba para helar la sangre.
El domador que había caído al suelo no podía creer a quién había provocado. Se levantó a trompicones y huyó sin mirar atrás.
Poco después, el dueño del lugar bajó corriendo desde el segundo piso.
Sudaba a chorros: —Matías, no sabía que venías. Si me hubieras avisado, habría preparado vino y cena, tú sabes que yo...
Matías alzó la mano y, mirando a la niña junto a Sofía, dijo con firmeza: —La deuda de su familia está pagada. Desde hoy nadie tiene derecho a tocarla. ¿Entendido?
El dueño asintió una y otra vez, encorvándose en una mezcla de miedo y sumisión: —Por supuesto. No te preocupes, nadie la molestará.
La situación parecía resuelta, pero Matías sentía que aún faltaba algo.
Se acercó a Sofía, bajó la mirada y le preguntó con una seriedad inesperada: —Sé que detestas este lugar. Pero si lo convirtiera en u

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