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Capítulo 3

La fiesta en Casa Téllez estaba en su punto. Elisa, con el bebé en brazos, recorría el salón junto a Gabriel, entre sonrisas y halagos. Su modestia inicial se había tornado en una satisfacción evidente. La madre de Gabriel, Renata, le tomó la mano: —Eres quien hizo posible todo esto. Gabriel debió casarse contigo, no con esa Sofía estéril. En el pasado, cuando Gabriel oía comentarios así, salía en defensa de Sofía, incluso al precio de discutir con sus padres. Pero esa noche se limitó a mecer al niño, como si no hubiera escuchado nada. Su corazón ya había empezado a cambiar de dirección sin que él mismo lo notara. Una invitada añadió: —Sofía es afortunada. No cualquiera tiene una hermana tan buena como Elisa para ayudarle con todo. Es una suerte que muchas envidiarían. Al oírlo, Elisa se llevó la mano al pecho y sonrió con falsa timidez: —Lo que dices es cierto, pero no lo repitas delante de Sofía. Podría enojarse. Se limpió una lágrima imaginaria y adoptó el aire dolido de quien soporta la injusticia con dignidad. Gabriel la abrazó y murmuró: —Eres comprensiva y de buen corazón. Si Sofía te molesta, dímelo. Con eso dejaba claro que, pasara lo que pasara, él estaría de su lado. Incluso si el precio era enfrentarse a su esposa. A poca distancia, Sofía observaba la escena. Escuchó cada palabra, cada risa. Pero ya no sentía nada. Incluso con el corazón todavía apretado, no tenía fuerzas para indignarse. Había ido solo a entregar un regalo. Sofía se acercó despacio: —Señora, dijo que tener una hermana como Elisa es una suerte. ¿Quiere quedarse con ella entonces? El rostro de la mujer se ensombreció, aunque, avergonzada por haber hablado a espaldas de Sofía, solo atinó a sonreír con rigidez. —Sofía, ¿qué estás diciendo? ¿No sabes respetar a tus mayores? Sus padres intentaron detenerla, pero Sofía mostró el acta de matrimonio que traía. —Hoy no solo celebran el cumpleaños del niño, sino también el aniversario de mi hermana y mi esposo. Olvidaron su acta de matrimonio, así que vine a traerla. Los invitados se arremolinaron a su alrededor. Al leer los nombres en el documento, una exclamación recorrió el salón. —¿Gabriel no había dicho que con Elisa solo había sido algo temporal, por el tema del hijo? Respondió otra voz: —Por favor, eso no es más que una excusa. Seguro que ya llevaban rato viéndose a escondidas. Las murmuraciones crecieron. Las miradas hacia la pareja se volvieron cada vez más duras. Algunos, por cortesía, se mantuvieron en silencio, pero el desprecio les cruzaba los ojos. Elisa perdió el control. Pellizcó al niño y este rompió a llorar. Entre sollozos dijo: —Hermana, fue Gabriel quien quiso darme un lugar. Tú ya lo tienes todo. ¿Por qué te duele que yo reciba un poco? Las lágrimas le caían con precisión, como si las hubiera ensayado. Sus padres se apresuraron a apoyarla, llamando a los guardias para que expulsaran a Sofía del lugar. Gabriel, rígido, respiró hondo y alzó la voz: —Basta. Cierren la boca todos. Se acercó a Sofía y habló con un tono cargado de decepción: —¿Tenías que hacerlo así? ¿Humillar a tu hermana frente a todos? ¿Ese era tu objetivo? Antes de que Sofía respondiera, la pantalla del salón se encendió y apareció un video borroso. En el video, Elisa aparecía despeinada, con la ropa ensangrentada, rogando: —Hermana, lo siento, no debí enamorarme de Gabriel. Por favor, no me pegues más. La siguiente voz fue la de Sofía. —Puedo perdonarte, pero si se te ocurre contarlo, haré que diez hombres te usen uno por uno. Quiero ver cómo sigues fingiendo ser una santa. El video terminó ahí. Todas las miradas se clavaron en Sofía, entre horror y repulsión. Fuera del alcance de los demás, Elisa curvó ligeramente los labios. Pensó con malicia: —Hermana, no eres la única que sabe preparar regalos. Yo también te traje uno. No importaba si el video era falso, Gabriel ya lo había creído. Las venas se le tensaron en el cuello, los ojos encendidos por la furia: —Guardias, enciérrenla en el tanque de agua. Quiero que aprenda lo que es el dolor. Sofía comprendió de inmediato que había caído en una trampa. Intentó hablar, pero dos hombres la sujetaron por los brazos y la arrastraron sin miramientos. Su cuerpo, inerte y ligero, fue arrojado dentro del tanque. La tapa se cerró sobre ella, el aire comenzó a escasear. Golpeó las paredes, intentó gritar, pero el agua le llenó los pulmones y perdió las fuerzas. Antes de desvanecerse, creyó ver a Gabriel correr hacia ella desesperado.

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