Capítulo 2
A la mañana siguiente, el abogado llevó un acuerdo de divorcio.
—Señorita Sofía, el documento está listo. Una vez que ambas partes firmen, tendrá efecto inmediato. ¿Desea cambiar algo?
Sofía hojeó unas cuantas páginas con indiferencia: —Está bien así. La transferencia del pago llegará en breve, por favor confirme cuando la reciba.
El abogado asintió y estaba por añadir algo cuando Gabriel apareció en la puerta.
—Sofía, ¿quién es él? —Su mirada era tan intensa como fría; su voz, gélida, difícil de sostener sin apartar la vista.
Antes de que pudiera seguir preguntando, el abogado tomó su portafolios y se marchó.
Sofía guardó silencio y se dispuso a subir, pero Gabriel la tomó del brazo con brusquedad.
—Suéltame, me haces daño. —Frunció el ceño de dolor; sus ojos, hermosos pero helados, estaban llenos de desprecio.
Gabriel aflojó un poco la fuerza y la atrajo hacia su pecho: —¿Sigues enojada?
—Pórtate bien, no hagas esto, ¿sí? —Su tono pretendía ternura, pero a Sofía solo le causaba repulsión.
Prefería verlo cruel antes que volver a soportar esa mirada cargada de falsa devoción.
Él había sido quien traicionó sus promesas. ¿Por qué fingía ahora afecto?
No tenía ganas de entenderlo ni de discutir, mucho menos de reclamarle.
Se zafó con fuerza y dio un par de pasos hacia atrás: —No me toques, estás sucio.
El rostro de Gabriel se tensó, como si su compostura se resquebrajara: —¿No te lo expliqué ya? La única mujer que amo eres tú.
Él creía haber hecho suficiente: soportó la presión familiar y renunció a tener hijos.
Pero, al compararlas, encontraba a Elisa más comprensiva, mientras que Sofía le parecía caprichosa y difícil.
Suspiró, cada vez con menos paciencia: —¿Qué quieres que haga para que hables conmigo sin pelear?
—Voy a firmar el divorcio... —La frase quedó interrumpida por el timbre del teléfono.
Gabriel sacó el celular, miró el nombre en la pantalla y contestó sin dudar.
—Elisa, ¿qué pasa? ¿El bebé volvió a llorar? —Su tono se suavizó, y una expresión de ternura paterna le cruzó el rostro.
Del otro lado se oyó la voz llorosa de Elisa: —Dicen que pronto habrá viento fuerte. ¿Podrías venir a acompañarnos al bebé y a mí?
—Claro. Espérame tranquila, no tengas miedo. Ya voy para allá.
En ese instante, un trueno resonó afuera. Las cortinas golpeaban con el viento, y por la ventana se veía un árbol partido a la mitad.
Gabriel apenas lo notó: —Voy a acompañar a Elisa y al niño. Cierra bien las ventanas y la puerta.
Mientras él hablaba, Sofía tomó el acuerdo que estaba sobre la mesa y se lo tendió.
—Puedes irte con ellos, pero antes firma esto. —Bloqueaba la salida con el cuerpo. Su expresión parecía firme, aunque en los ojos le brillaba una lágrima contenida.
Gabriel, intrigado, estaba por revisar el documento, pero el teléfono volvió a sonar, desbaratando su concentración.
Contestó mientras trataba de calmar a Elisa y firmó de prisa, sin detenerse a leer los términos.
Apenas terminó, Sofía curvó los labios con una sonrisa tranquila y abrió la puerta con gentileza.
—Ve, no hagas esperar a Elisa.
Sofía lo vio partir bajo la lluvia. Luego descorchó una botella de vino tinto y la bebió de un trago, celebrando su regreso a la libertad.
Pasó los dedos sobre la firma en el documento y murmuró para sí: —Gabriel, dices que fue por continuar el linaje, pero tus actos me demuestran que la amas a ella.
Cuando él salió bajo la tormenta, lo entendió con claridad. En su corazón, Elisa pesaba más.
A ella le ofrecía compañía. A Sofía solo le decía que cerrara las ventanas.
Esa diferencia no se parecía en nada al amor.
Sofía sonrió con amargura y apoyó la mano en el pecho, intentando sentir la punzada del dolor, pero nada.
Ella quiso preguntarle a Gabriel: —Con ese rostro idéntico, ¿a quién amas realmente?
Pero comprendió que ya no valía la pena.
Esa noche, Elisa incluso le envió un mensaje.
[Mañana se cumplen dos años desde que Gabriel y yo estamos juntos, y también es el primer cumpleaños del bebé. La fiesta será en Casa Téllez. Tienes que venir.]
Sofía fijó la mirada en la pantalla. Dos años. Había sido engañada todo ese tiempo, compartiendo al mismo hombre sin saberlo.
Creyó que podría superarlo, pero el dolor la sobrepasó. Las lágrimas cayeron sobre el teléfono y borraron las letras del mensaje.
Escribió con el rostro helado: —Está bien, iré.
Aunque estaba destrozada por dentro, Elisa la había provocado directamente. No tenía razón para negarse.