Capítulo 2
Él no supo si no escuchó o simplemente ignoró el llamado de Bianca, pero se dio media vuelta y entró al ascensor.
Cuando Bianca lo alcanzó, las puertas del ascensor se estaban cerrando lentamente. Fue en ese pequeño espacio restante que sus miradas se encontraron.
Su corazón se aceleró violentamente.
Aquellos ojos profundos eran como un inmenso cielo estrellado, insondables, pero con un leve brillo de ternura, casi imperceptible.
En ese instante, creyó estar viendo al hombre que años atrás la había rescatado del agua.
¿Acaso realmente era él?
Bianca intentó rápidamente pulsar el botón para abrir las puertas, pero los números subían sin parar en la pantalla y destrozaron implacablemente su esperanza.
Con impotencia, solo pudo observar cómo el ascensor ascendía lentamente hasta detenerse finalmente en el piso veintiocho.
¡Era el mismo piso en donde se encontraba la habitación de Fidel!
—Bianca, ¿qué te pasa?
Al ver que su amiga no salía del hotel, Sandra se acercó preocupada. Encontró a Bianca inmóvil frente al ascensor, con la mirada perdida; quedó sorprendida.
—¿Estás bien? ¿Por qué tienes tan mala cara?
Bianca reaccionó lentamente y respiró profundo.
Reprimiendo su confusión e inquietud, señaló hacia el ascensor y preguntó: —Sandy, ¿no viste al hombre que acaba de entrar?
Sandra pensó unos segundos antes de responder: —¡Sí! Desde el auto vi que llegó Jacobo, el tío de Fidel. Me preocupé porque estabas sola y podrían aprovecharse de ti, así que bajé enseguida. ¿Te lo encontraste?
Bianca no respondió, pero en ella era evidente la consternación.
¿Aquel tipo que acababa de ver era entonces Jacobo?
¿El nuevo líder de la Corporación Andes, conocido por sus métodos implacables y decisiones tajantes, quien en solo unos años antes había rescatado a la agonizante empresa llevándola nuevamente a la cima y convirtiéndose en una leyenda empresarial?
Aunque había estado con Fidel durante siete años, jamás había conocido en persona a ese tío, un hombre que solo vivía para trabajar; cuando no estaba en la oficina, viajaba al extranjero cerrando nuevos negocios.
Varias veces intentó visitarlo, pero nunca tuvo éxito.
Sabía que Jacobo, aunque era tío de Fidel, solo le llevaba cinco años, y que ambos eran tan parecidos que cualquiera podría confundirlos con hermanos.
¿Era posible entonces que aquel sujeto que la había socorrido aquella vez no fuera Fidel, sino Jacobo?
Este pensamiento se instaló en su mente y no pudo dejar de darle vueltas.
Si esto era cierto, ¡los siete años junto a Fidel habían sido una completa ridiculez!
Dentro del auto, Bianca tomó su tablet y revisó la información disponible en el sitio web oficial de la Corporación Andes.
Sin embargo, aparte de una breve reseña escrita, no encontró ni una sola fotografía de Jacobo.
Buscó durante largo rato, hasta que finalmente logró dar con una imagen de él en un evento social.
Lucía un elegante traje negro impecablemente cortado. Sus facciones profundas y definidas, junto con sus labios delgados apretados, transmitían un aura fría y distante.
Aunque solo era un perfil borroso, poco a poco su imagen se superpuso en sus recuerdos con la del hombre bajo la lluvia aquella noche.
Afuera, las luces de neón de la ciudad iluminaban tenuemente la palidez de su cara.
—Sandy, ¿tú crees en el destino?
Su voz salió era seca, con un matiz de incertidumbre.
Sandra apretó el volante con más fuerza y observó a través del retrovisor la figura desanimada de Bianca. Dudó por un instante, sin saber qué responder.
¡Siete años completos!
Durante siete años, Bianca había confundido a Fidel con su salvador. Lo había buscado, conocido y amado profundamente...
Y ahora...
Bianca suspiró suavemente: —Sandy, acompáñame a dar una vuelta por la playa, ¿quieres?
Luego de caminar largo rato por la orilla, la mente de Bianca comenzó a calmarse de a pocos.
Al observar el comportamiento de Fidel y Vanessa, era evidente que su relación no llevaba solamente unos días.
Era culpa suya por ser tan ingenua. Cegada por el filtro de la gratitud, se había entregado sin reservas a Fidel, sin sospechar en ningún momento.
Si no hubiera recibido aquella carta anónima días atrás, llena de fotos íntimas de esos infelices, todavía seguiría engañada.
¡Y el daño habría sido aún más grave!
Cuando finalmente regresó a la casa de los Reyes ya era casi medianoche. La sala principal estaba completamente iluminada, pero el ambiente era tenso y opresivo.
Su padre, Humberto Reyes, permanecía sentado en el sofá con una expresión sombría.
Vanessa lloraba desconsolada, refugiada en los brazos de la madrastra de Bianca, Martina Vázquez. Fidel, a su lado, la contemplaba con preocupación y pena.
Mientras tanto, Jacobo, de la familia Cordero, ocupaba el asiento principal.
Vestía un impecable traje negro. Su figura erguida y su mirada penetrante irradiaban una autoridad tan intensa que eclipsaba a todos los presentes.
Bianca se sobresaltó internamente. ¿Acaso Jacobo había venido para confrontar abiertamente a la familia Reyes?
Jacobo levantó lentamente la vista, fijando sus ojos profundos en Bianca. Su voz, fría como el hielo y carente de cualquier emoción, resonó en la sala: —Fidel, inclínate y pídele disculpas a Bianca.
Bianca frunció levemente el ceño. ¿Por qué esa voz sonaba tan parecida a la de Ariel?
Esta voz era más profunda, más madura, y poseía un toque extra de frialdad y autoridad.
Fidel se estremeció y casi que obedeció por reflejo.
Pero él era un hombre de la familia Cordero. ¿Cómo podía rebajarse e inclinarse ante una mujer? ¡Si semejante humillación se conociera, su reputación estaría acabada!
—¿Te resistes? —la voz de Jacobo sonó nuevamente, llenando el ambiente de una presión aterradora.
Las piernas de Fidel flaquearon, pero Vanessa reaccionó rápidamente para sostenerlo.
—Fidel, no lo hagas. Todo esto es culpa mía, fui yo quien cometió el error de enamorarme de ti, fui yo quien no supo controlar mis sentimientos... Si alguien debe pedir perdón, ¡esa soy yo!
Vanessa lloraba dramáticamente, tenía un aspecto frágil y vulnerable, lo que conmovió profundamente a Fidel.
¡Si no podía proteger a su mujer, qué clase de hombre era él!
Fidel la abrazó con fuerza, visiblemente afectado: —Vanessa, no permitiré que pidas disculpas.
—¡Fidel!
Vanessa alzó su cara cuidadosamente maquillada y, mirando a Bianca con ojos húmedos de lágrimas, suplicó: —Bianca, sé generosa y déjanos estar juntos. ¡Fidel y yo nos amamos de verdad!
En sus ojos se ocultaba una provocación que apenas disimulada.
Aquella hipocresía provocaba náuseas en Bianca.
Sin embargo, en los hermosos ojos de Bianca no había rastro alguno de ira. Cuando volvió a mirar a Fidel, cualquier vestigio de amor había desaparecido.
Su voz, fría y cargada de ironía, resonó claramente: —Ya no tienen que seguir actuando frente a mí. No importa quién se disculpe, nada puede cambiar lo que hicieron. Fidel y yo aún no estamos casados. ¡Simplemente cancelo la boda y asunto terminado!
¡Estos siete años podían considerarse comida para perros, un desperdicio!
¿Acaso porque un perro la mordiera debía ella morderlo también?
¡Qué asco!
Al escuchar que Bianca pretendía cancelar la boda, Martina, su madrastra, fue la primera en reaccionar negativamente.
—¡No puedes cancelar la boda! —su voz chillona resonó con fuerza: —¡La unión entre la familia Reyes y la familia Cordero es pública! Las invitaciones ya fueron enviadas y la boda será en tres días. ¿Quieres que ambas familias se conviertan en el hazmerreír?
Bianca casi soltó una carcajada ante aquella absurda lógica.
¿Acaso ella, siendo la traicionada, debía proteger el prestigio familiar?
Si tanto les importaba ese prestigio, ¡Vanessa jamás debió acostarse con su prometido!
Bianca arqueó las cejas y, con una sonrisa llena de sarcasmo, preguntó: —Y Entonces, ¿qué solución propones, tía Martina?
—Pues por supuesto... —Martina se detuvo brevemente, con un brillo astuto en sus ojos: —¡Cambiar de novia!