Capítulo 1
Después de que Claudio Ortega llevó a casa a una huérfana, que sobrevivía recogiendo basura y que le había salvado la vida, ella se aferró a él con determinación, durante tres años.
Pero él jamás sintió nada por ella.
Porque Claudio sabía que, en ese mundo, solo yo lo amaba más que a mi propia vida.
Hasta el día de nuestro quinto aniversario de bodas, cuando Patricia Herrera amenazó con suicidarse, en el balcón del segundo piso.
—Claudio, esta es la última vez. Si vuelves a elegirla a ella, me lanzaré de aquí y moriré frente a ti.
Corrió hacia mí y me sujetó con fuerza del brazo, tratando de arrastrarme con ella. En medio del caos, vi cómo Claudio pateó la puerta de cristal y corrió hacia nosotras.
Sentí un breve alivio y, mientras forcejeaba, extendí la mano hacia él.
Sin embargo, él ni siquiera me miró. Tomó por la cintura a Patricia y retrocedió con ella hacia la habitación.
Retiré la mano, invadida por la tristeza, y dejé que la mitad de mi cuerpo quedara colgando fuera de la baranda.
Luego, él dijo: —Yoli, ella me salvó la vida, no puedo dejarla morir. ¿La dejamos quedarse? Sabes que la única a quien amo eres tú.
Él no sabía que mi corazón estaba enfermo y que yo estaba por morir.
...
Cuando mi cuerpo se inclinó fuera de la baranda, la sonrisa triunfante de Patricia se mostró ante mis ojos.
Ese día, en nuestro quinto aniversario de bodas, ella me acorraló en la terraza de la mansión y dijo:
—¿Te atreves a apostar? Si hoy Claudio me elige a mí, tú misma te vas y dejas de ocupar el lugar de señora Ortega.
Llevaba repitiendo esas palabras durante tres años.
Como otras veces, asentí con indiferencia.
Incluso, cuando ella me jaló hacia la baranda, solo me asusté por un instante, porque estaba segura de que Claudio me salvaría.
Pero perdí.
En el instante en que mi corazón se encogió de dolor, sentí una extraña sensación de alivio.
Quizá eso significaba que, en realidad, él no se preocupaba tanto por mí.
"Está bien, de verdad, está bien".
Con la mitad de mi cuerpo colgando, el viento helado se metió por mi cuello.
Finalmente, solté la mano. No pude resistir más...
Al volver a abrir los ojos, Claudio estaba sentado junto a mi cama, con los ojos hundidos y la cara sombreada por su barba.
Pensé que estaba preocupado por mí, así que, apenas logré sonreír.
—No te preocupes, todavía no me he muerto.
Él tenía la cara marcada por la culpa, pero lo primero que dijo, fue:
—Yoli, quiero reconocer a Paty como mi hermana adoptiva, para que el resto de su vida tenga un apoyo en la familia Ortega...
Como si temiera que lo malinterpretara, añadió:
—Ella dice que, si no hago lo que ella quiere, se quitaría la vida.
—Yoli, ella me salvó la vida, no puedo quedarme de brazos cruzados viéndola morir. Sabes que en mi corazón solo te amo a ti.
Sentí un dolor en el pecho y recordé esa apuesta.
—Está bien, haré lo que digas.
Quizá, no esperaba que aceptara tan fácilmente, porque se relajó y me abrazó.
El aroma de su perfume me hizo arder los ojos, hasta casi llorar.
—Créeme; solo le doy un título. En esta vida, solo te amaré a ti.
Entonces, recordé el día en que me pidió matrimonio, hace tres años. También me abrazó así y me dijo:
—Te lo juro: en toda mi vida solo te amaré a ti y jamás te defraudaré.
Sentí un sabor amargo en la boca. "Claudio, no podía esperar hasta el final de mi vida".
Ese mismo día, Patricia fue reconocida como hija adoptiva de la familia Ortega. Esa noche, él no volvió a la habitación principal.
A la tarde siguiente, ella entró luciendo un vestido de edición limitada que él le había regalado.
—Perdón, Yoli, anoche insistió en quedarse conmigo y por eso me levanté tarde.
Acariciaba el nuevo anillo en su dedo y el alarde, en su mirada, casi se desbordaba.
—¡Qué falta de respeto! ¿Ves a la señora Ortega y ni siquiera la saludas?
La empleada, Daniela, dio un paso al frente y empujó a Patricia, quien tropezó hacia atrás y se golpeó la parte baja de la espalda con la esquina de un mueble en el pasillo.
El dolor fue tan fuerte que se le enrojecieron los ojos y me miró, incrédula, sin imaginar que yo permitiría que la sirvienta la tratara de ese modo.
No sabía que, antes de casarme con la familia Ortega, ya gozaba de gran prestigio.
El Grupo Bravo alcanzó el tamaño que tiene, en parte, gracias a los recursos invertidos por mi familia y en parte por mi esfuerzo junto a Claudio.
Mi gente podía afrontar cualquier cosa por defenderme.
Cuando Claudio regresó, ni siquiera miró a Patricia, que se sujetaba la cintura, y pidió al mayordomo que la llevara a la habitación de invitados.
Me tomó de la muñeca y, con voz ansiosa, dijo: —Yoli, anoche ella me emborrachó... Haré que se mude a la casa de campo, no te preocupes...
Durante el mes siguiente, él volvió a casa cada día para cenar conmigo y los regalos, que traía, terminaron llenando mi vestidor.
Hasta que el médico de la familia anunció que Patricia estaba embarazada.